El Mito de Sísifo de Albert Camus

Informe de Lectura

El Mito de Sísifo: Del apartado intitulado "un razonamiento absurdo".

Raúl de J. Roldán Álvarez

Referencia: 
CAMUS, Albert. El mito de Sísifo. Apartado: Un razonamiento absurdo. Ediciones Altaza, S.A. Barcelona. 1994. p. 13-71.
_______________________

El siguiente informe de lectura corresponde a los cuatro apartados del capítulo intitulado “un razonamiento absurdo”, contenidos en el ensayo el Mito de Sísifo escrito por el Nobel argelino Albert Camus. Los subtítulos de este apartado, son los siguientes: Lo absurdo y el suicidio (p.13-23), los muros absurdos (p. 24-44), el suicidio filosófico (p. 45-70) y, por último, la libertad absurda (p. 71-88).
Obsérvese como los subtítulos del capítulo en mención, guardan una estrecha relación entre sí y constituyen, por decirlo de algún modo, el sustrato conceptual en el que se funda la que Camus llama “la sensibilidad absurda”.

La tipología textual se presenta bajo la forma de un ensayo descriptivo con argumentaciones fundadas en filósofos diversos, en su gran mayoría del existencialismo, y, muchas de ellas, de reflexiones derivadas de su propia experiencia.

Es importante hacer reconocer la aclaración que Camus realiza, a modo de introducción, al “Mito de Sísifo”. En esta expresa, lo siguiente: “Las siguientes páginas tratan de una sensibilidad absurda que puede encontrarse dispersa en el siglo, y no de una filosofía absurda que nuestra época, hablando con propiedad, no ha conocido”.

La importancia capital de lo expresado por Camus en esta sintética introducción, radica en que adelanta, de modo claro, los límites de su ensayo: establece que los tópicos de los que tratará se van a sustentar sobre la experiencia prácticamente observable (“el sentido de lo sentido”) y, para esto, describe y explica desde la conducta del hombre en el siglo XX, por qué no sólo no se ha podido derivar una filosofía del absurdo sino cómo el fondo lógico en el que se establecen filosofías como la existencialista son el resultado equívoco de tener “al absurdo” como una conclusión derivada del equívoco de sus presupuestos lógicos.
A partir de lo anunciando en dicha introducción, Camus comienza, en el primer apartado “lo absurdo y el suicidio”, por hacer visible lo que es indispensable conocer para la filosofía. Al respecto, expresa que el problema en el que se enfoca, de modo fundamental y unilateral, es aquel que tiene que ver con el suicidio. Así mismo, deja saber que la pregunta que derivan los diferentes enfoques filosóficos de dicha problemática interroga por el valor de la vida y el abordaje que establecen para la misma está fundado en un juicio lógico sustentado, posteriormente, en dimensiones y categorías[1]. Es por esto que el escritor y filósofo en mención rechaza este modo de “ver”, cuando afirma, de manera ácida, que “nunca [vio] morir a nadie por el argumento filosófico” (párrafo 2 del capítulo informado).

Con base en lo dicho —lo cual no encuentra convincente desde las evidencias—, Camus considera que más que preguntarse con la filosofía por el valor de la vida, sería mejor cuestionarse por el “sentido” de la misma. Siendo así que esta reorientación no solo lo va introduciendo en los paradójicos territorios de la lógica sino que le va permitiendo aperturar una crítica a este método de conocimiento y avizorar, a su vez, un primer sendero a eso que él define como “sentimiento de lo absurdo” y, desde otro ángulo, un cuestionamiento a la filosofía que considera que lo absurdo se resuelve por la vía del suicidio. “la medida exacta en que el suicidio es una solución de lo absurdo”. 

En consecuencia, Camus propone, como contraposición a dicha lógica, dos extraños métodos de análisis (el de Pero Grullo, la evidencia, y el de Don Quijote, el lirismo) que posibilitarían —conforme a una verificación de lo absurdo— ir encontrando, más adecuadamente, dicho sentido y, paralelamente, lo que lo caracteriza. 

Por tanto, señala que la dialéctica filosófica termina cediendo ante el sentido común y la simpatía, la respuesta a su problemática fundamental. “Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se le comprende. […] Es solamente confesar que eso ‘no merece la pena’”, responde a la lógica con una verdad de Perogrullo, para reorientar su ensayo a nuevas inquietudes que considera más apremiantes en el análisis de la relación suicidio-absurdo.

En el marco de la crítica a dicha lógica, Camus centra la problemática en la posible relación del suicidio como solución de la absurdidad, entregada como común por la filosofía existencialista; y, en esta dirección, decide ubicar su exploración en los métodos utilizados por esta, para observar si se sostienen desde sus mismos presupuestos. 

Con arreglo a lo anterior, el autor es tajante en reiterar, que el problema que más le interesa es aquel que interroga por la posibilidad de una lógica que pueda sostenerse hasta la muerte; o sea, que permita consecuenciar las proposiciones expuestas (nociones) con la práctica vital de quien las deriva (los filósofos). De este modo sienta su principio de indagación, al sostener que “para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción”. O sea, que todo aquello que no cree verdadero debe, sencillamente, no regir su conducta y no ha de contar para su vida en sí.
Con este punto de partida, Camus declara no sólo que el asunto de la muerte —del cual nadie puede dar testimonio— queda por fuera de esta discusión, sino que solicita remirar la evidencia de la mencionada lógica —que se supone rige la relación suicidio-absurdo— desde el plano de la inteligencia. Desde esta, dice que la primera operación que la mente realiza “consiste en distinguir lo que es cierto de lo que es falso. Sin embargo, en cuanto el pensamiento reflexiona sobre sí mismo lo primero que descubre es una contradicción” (1994:31), un círculo vicioso que nada aporta a dicha lógica.

En relación con lo anterior, el escritor francés se sostiene en Aristóteles, dado que este fue el primer filósofo en expresar y hacer reconocer que:

“La consecuencia, con frecuencia ridiculizada, de estas opiniones es que se destruyen así mismas. Pues al afirmar que todo es cierto afirmamos la verdad de la afirmación opuesta y, por consiguiente, la falsedad de nuestra propia tesis (pues la afirmación opuesta no admite que ella pueda ser cierta). Y si se dice que todo es falso esta afirmación resulta también falsa. Si se declara que sólo es falsa la afirmación opuesta a la nuestra, o bien que solo la nuestra es falsa, se está, no obstante, obligado a admitir un número infinito de juicios verdaderos o falsos. Pues quien emite una afirmación cierta declara al mismo tiempo que es cierta, y así sucesivamente hasta el infinito”. (1994:31)

Así, Albert Camus, avanza en comprobar que el espíritu humano va más allá de dichas consecuencias lógicas; asentándose, por demanda, en un sentimiento inconsciente por comprender, desde la búsqueda de unidad, el propio universo que ha concebido, a su vez, que ese sentido de realidad que intenta para su existencia. Pero aclara, que dicha unidad solo puede intentarla desde su reducido pensamiento, desde el cual solo puede encontrar, de modo paradójico, la satisfacción de dichos deseos. Es por esto que el argelino manifiesta, que “mientras el espíritu calla en el mundo inmóvil de sus esperanzas, todo se refleja y se ordena en la unidad de su nostalgia” (1994:33), sin garantizar con esto, que pueda obtener un conocimiento del mundo.

En virtud de lo anterior, un pensamiento que no permite obtener un conocimiento del mundo, es un pensamiento que nos ofrece la posibilidad de un mundo absurdo. Mundo absurdo que Camus afirma como el derivado de la confrontación entre la irracionalidad en la que se viene sustentando por cuenta de las premisas lógicas, la demanda de una racionalidad fundada en la evidencia y ese deseo del espíritu humano por la búsqueda de unidad, por hallar algún tipo de claridad para su existencia en el mismo.

Pero si este absurdo se tiene por cierto, se ha hecho consciente, y rige las relaciones de la vida, no solo se puede descartar cualquier intento de explicación científica sino que se debe ajustar las conductas a lo absurdo y seguirlas hasta las últimas consecuencias. Camus revisa esta posibilidad en algunos filósofos en particular y, para esto, comienza con Heidegger, del cual dice que solo puede reconocer “el carácter finito y limitado de la existencia humana” por encima del mismo hombre, en un mundo en el que la “inquietud” (miedo a la muerte) termina conscientemente por traducirse en “angustia”. Heidegger, se queda en una crítica a las categorías de la razón, para llegar a expresar que “el mundo ya no puede ofrecer nada al hombre angustiado”, convocándolo a convertirse, en consecuencia, en un anónimo que debe vivir pendiente de evadir cualquier tentación a la ilusión y el sueño.

En tanto en Jaspers, Camus ve al pensador que se angustia con toda ontología en la medida en que considera no se puede trascender el mundo de apariencias en el que se vive. En el mundo de Jaspers la imposibilidad de conocer es patente y abunda en cuestionamientos a los diversos sistemas de pensamiento y se decide ubicar la actitud del hombre en “la nada”.

En Kierkegaard, evidencia al filósofo que “asegura que ninguna verdad es absoluta y no puede hacer satisfactoria una existencia imposible en sí misma”. De aquí que rechace absolutamente todo, incluso la moral y los principios, para dejarse descargar en un Dios que es la expresión total de la irracionalidad (Demoníaco).

A Husserl, lo encuentra desconectado de la existencia de los objetos en sí mismos, es un filósofo entregado y fundado en un método, el cual convierte en el escenario, para diversificar nacionalmente el espíritu. A diferencia de los demás, que buscan la unificación, este establece la diversidad de una cantidad de conceptos abstractos prácticamente alejados de la experiencia humana. Camus afirma que Husserl es “una actitud para conocer” y nada más.

Lo común entre todos estos filósofos es que están de acuerdo en oponerse a la racionalidad y consideran la imposibilidad de poder acceder al conocimiento directo del mundo. Y aunque sus diferencias metodológicas son apreciables, la gran mayoría de ellos incorporan el absurdo; pero lo convierten en un presupuesto implícito de sus propias filosofías, el cual no está por fuera y tampoco se deriva del cotejo entre dos, al menos, de sus proposiciones. En este sentido, no pueden encontrar en sus consecuencias una salida que les permita asimilar que es, precisamente, el absurdo el marco en el que se establecen todos sus enfoques y, por tanto, debe hacérselo consciente por sí mismo, para lograr encontrar el sentido de la vida y de la existencia mismas.

En resumen, Camus plantea que el conocimiento esta regido por lo absurdo y le brinda al hombre pesadumbres, dado que la verdad siempre es una carga para el que la conoce; pero, sin embargo, cuando ya la posee, la verdad de saber que el mundo y sus fenómenos no son como los dicta la razón instrumental se trasmuta en una fatalidad que el individuo aprende a sostener. 

El hombre absurdo de Camus no hace nada por lo eterno, no lo niega, pero no lo busca de ninguna manera, la trascendencia para él es algo que carece de significado. Este sujeto se aboca a su valor y a su razón. El valor le enseña a vivir sin desear más de lo que necesita y sin apelar por ello y contentarse con lo que tiene, y la razón le enseña los limites que le son propios. Con una conciencia de que es libre sólo por un tiempo determinado, mientras vive, sigue la vida y su existencia y sólo se ocupa de sí mismo, “en el está su campo de acción” dice Camus.

Por tanto, la muerte es para Camus la culminación del entendimiento del absurdo, porque el hombre es realmente dichoso y vive seriamente cuando comprende su finitud y sabe que ha existido no como debe ser, sino como pudo ser y eso lo libra de una carga enorme de responsabilidades y de culpas: “El hombre del absurdo siempre es su propio campo de acción”.

Sábado, 17 de noviembre de 2007.



[1] Las dimensiones: ética (religión), estética (arte) y lógica (ciencia). En lo atinente a las categorías, Aristóteles fue el primer filósofo en definir lo que es una categoría, de la cual expresó que “es un predicado que puede ser aplicado a todo objeto, que no afirma ni niega nada, y solo tiene sentido cuando se aplica a un objeto determinado”. En este sentido, dicho filósofo estableció las siguientes categorías: sustancia, cantidad, calidad, relación, lugar, tiempo, situación, posesión, acción y pasión. En la misma dirección, Inmanuel Kant aceptó la definición de Aristóteles, pero objetó que “la categoría no corresponde tanto a ese objeto sino al modo en que puede conocerse”. Así, también, fijó que el tiempo y el espacio pertenecen a la realidad como parte de la mente, como intuiciones en las que las percepciones son medidas y valoradas y que estas intuiciones están asociadas a una serie de conceptos a priori, a la manera de arquetipos, llamados categorías, los cuales clasifica así: Cantidad (unidad, pluralidad y totalidad); cualidad (realidad, negación y limitación); relación (sustancia, accidente, causa y efecto y reciprocidad) y modalidad (posibilidad, existencia y necesidad).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario