lunes, 13 de junio de 2011

La toxicomanía como un asunto de conciencia

Carta al Señor legislador
de la Ley de Estupefacientes

Por Antonin Artaud

Antonin Artaud: Padre del Teatro de la crueldad
Señor legislador: 


Señor legislador de la ley de 1916, aceptada por el decreto de julio de 1917 sobre estupefacientes, eres un cretino.

Tu ley no sirve más que para fastidiar la farmacia mundial sin beneficio para el nivel toxicómano de la nación, porque

1º El número de toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias es mínimo.

2º Los verdaderos toxicómanos no se aprovisionan en las farmacias.

3º Los toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias son todos enfermos.

4º El número de toxicómanos enfermos es mínimo comparado con el de toxicómanos por placer.

5º Las restricciones farmacéuticas de la droga no molestarán jamás a los toxicómanos voluptuosos y organizados.

7º Siempre habrá toxicómanos por vicio de forma, por pasión.

8º Los toxicómanos enfermos tienen sobre la sociedad un derecho imperecedero, que se les deje en paz.

Es, sobre todo, una cuestión de conciencia.

La ley de estupefacientes pone en manos del inspector-usurpador de la salud pública el derecho de disponer del dolor de los hombres; es una pretensión singular de la medicina moderna el querer dictar sus reglas a la conciencia de cada uno. Todos los balidos de la carta oficial no tienen poder de acción frente a este acto de conciencia: más aun que la muerte, yo soy el dueño de mi dolor. Todo hombre es juez, y juez exclusivo, de la cantidad de dolor físico, y de la vacuidad mental que pueda soportar honestamente.

Lucidez o inlucidez, hay una lucidez que ninguna enfermedad podrá quitarme, es la que me dicta el sentimiento de mi vida física. Y si yo he perdido mi lucidez, la medicina no tiene otra cosa que hacer más que darme las sustancias que me permiten recuperar el uso de esa lucidez.

Señores dictadores de la escuela farmacéutica de Francia, sois unos pedantes roñosos; hay una cosa que debería medir mejor: que el opio es esa imprescindible e imperiosa sustancia que devuelve a la vida de su alma a quienes tuvieron la desgracia de perderla.

Hay un mal contra el cual el opio es soberano, y ese mal se llama Angustia, en su forma mental, médica, psicológica, lógica o farmacéutica, como quieran.
La Angustia que hace locos.
La Angustia que hace suicidas.
La Angustia que hace condenados.
La Angustia que la medicina no conoce.
La Angustia que vuestro doctor no comprende.
La Angustia que lesiona la vida.
La Angustia que rompe el cordón umbilical de la vida.
Por vuestra inicua ley ponéis en manos de personas irresponsables, cretinos en medicina, farmacéuticos cochinos, jueces fraudulentos, doctores, comadronas, inspectores-doctorales, el derecho a disponer de mi angustia que es tan aguda como las agujas de todas las brújulas del infierno.

Temblores del cuerpo o del alma, no existe sismógrafo humano que permita llegar a una evaluación de mi dolor con precisión, que aquella, fulminante, de mi espíritu.

Toda la azarosa ciencia de los hombres no es superior al conocimiento inmediato que puedo tener de mi ser: Yo soy el único juez de lo que está en mí.

Volved a vuestros graneros, médicos hediondos, y tú también, Señor Legislador Moutonnier, que no deliras por amor a los hombres, sino por tradición de imbecilidad. Tu ignorancia de lo que es un hombre, sólo es igual a tu estupidez al pretender limitarlo. Yo te deseo que tu ley recaiga sobre tu padre, tu madre, tu mujer y tus hijos, y toda tu posteridad. Y ahora me trago tu ley.

Teatro de la crueldad 

"El individuo vive su agonía, se ha industrializado su existencia".

La nueva esclavitud
Por Gonzalo Márquez

Gonzalo Márquez Cristo: Poeta y escritor
Hemos construido una civilización a la medida de nuestras pesadillas. Mientras el 40% de los habitantes del planeta vive en la miseria y nuestras convicciones han sido planificadas desde los núcleos de poder, somos castigados sistemáticamente por una culpa que no hemos cometido, y como si fuera poco, sabemos que el Gran Hermano vislumbrado por Orwell en su novela 1984 no cesa de vigilarnos.

Kafka, el gran cronista de la contemporaneidad, nos había prevenido de la opción de convertirnos en abyectos insectos, y de la aún más terrible posibilidad de ser condenados por un crimen jamás cometido, pero poco dijo de la tiranía de las “verdades” impuestas.

Nuestro tiempo se ha caracterizado por instaurar formas de dominio más sutiles y opresiones más patéticas que aquellas que campeaban en siglos anteriores; pues es evidente que los esclavos de la antigüedad conocían su ignominioso destino, mientras que los de la contemporaneidad ignoran su condición ultrajante. Una extraña venda se ha posado sobre nuestros ojos. “¿Qué nos está pasando ahora?”, dijo Kant en 1784; pregunta hoy más necesaria que nunca.

Los monopolios de la imaginación con sus industriosas trampas sensibles han decidido nuestra ingenua confianza en sus “verdades” diseñadas. El Soma del que habla Huxley en Un mundo feliz, es dosificado a nivel planetario irradiando su amnesia, mediante una nueva taumaturgia.

No sólo los trabajadores sufren una esclavitud manifiesta, atemorizados por poderes hiperreales y por discursos excluyentes. Ni los desempleados o las víctimas que impone la sociedad para hacer creíble la ilusión que la sustenta. Pues si existe el memoricidio, si una estrategia a-crítica es generalizada y producida por el enjambre mediático, si nuestra mente es el blanco de una cultura que propone un diluvio de imágenes que impide ver el horizonte, es sin embargo necesario afirmar que el olvido no es feliz como se insinúa en la novela de Huxley, pues esta desmemoria que hemos construido incuba una devastación interior nunca deleitosa.

No deja de ser contradictorio que la civilización que más ha impulsado la individualidad en la Tierra, con sus hordas de nuevos esclavos que jamás serán libres porque hilos secretos controlan sus banales deseos, sea la que esté poniendo en crisis al individuo, borrando sus fronteras, haciendo desaparecer su rostro lustral.

El individuo vive su agonía, se ha industrializado su existencia. Todos los habitantes del planeta deben pensar aquello que deciden las multinacionales televisivas y los periódicos más influyentes. Todos debemos viajar a los mismos lugares y vestirnos según la imposición de los centros de dominio, prescindiendo de la comida lenta y de las bebidas proscritas por el espejismo publicitario. Todos debemos escuchar la misma música inocua y celebrar su arte domeñado, apreciando cómo las generaciones más jóvenes, ni siquiera se plantean la opción inversa, un salto fuera de su sombra, un interregno de rebeldía. Hemos exilado a Prometeo.

La nueva esclavitud extiende sus dominios. La publicidad ha demostrado ser uno de los medios de dominación más sutiles y peligrosos. La televisión, y todo aquello que comienza como un milagro, ha terminado por imponer sus entorpecedores grillos, y la hemos visto desgastar el asombro. La información nos ha incomunicado, y es así como nadie recuerda los eventos trascendentes, nadie vislumbra lo que ocurre tras las bambalinas del hecho histórico, y por eso hemos quedado indemnes, sin armas eficaces para contener el advenimiento de los nuevos inquisidores.

Un unanimismo se cierne en el horizonte y parece no dar tregua. Vivimos la Edad del Cíclope. No deja de ser temerario que en esta Era de gran pobreza humanística todos nos hayamos convertido en Nadie, pero al contrario del episodio Homérico: ninguna argucia nos hará contener la proliferación de los seres de un solo ojo.

Vivimos un tiempo desintegrador. El comercio de la “verdad” es degradante. Hemos llegado a un punto de servidumbre en el cual la única libertad de prensa estaría en la abolición de los grandes medios que tantas veces determinan el rumbo de los países, la libertad de credo en suprimir las terribles religiones del Libro, la libertad sexual en abolir la pornografía hasta en sus más sutiles representaciones, y la libertad política tan sólo podría hallarse suprimiendo esa mentira que llaman democracia. Fuimos conducidos al límite.

Sin embargo el engranaje del poder es insaciable, y como lo soñó el visionario Charles Chaplin, todos seremos devorados por las máquinas y peor aún por las pantallas, por sus tornasoladas fauces, y por un discurso que se podría denominar “cautivo”. La contienda por la verdad ya no es teológica sino que corresponde a esos dioses de paso, a esas deidades efímeras que son las actrices, los deportistas o los cantantes de rock, y a los tiranos, que como Narciso, naufragan en su lago, pero muy lentamente, porque ésta vez no se ahogan en pozos de agua sino de cristal líquido.

En tanto, el espíritu religioso –ese experto en exterminios–, continuará afilando sus armas desde los órdenes políticos para que sus adeptos sigan atemorizando el planeta, pero esta vez operan sigilosos. La Nueva Inquisición no necesita de los monjes Sprenger y Kramer ni de su Malleus maleficiarum, (Martillo de las brujas) y ni siquiera de los artificios que emprendían los verdugos para la imposición de la hoguera respaldados en su ruin tráfico con la verdad, pues hoy tan sólo necesita de la contundencia mediática y de una palabra: “terrorismo”, la que desde el 2001 legitimó todas las atrocidades en su desbandada patológica.

Estamos en el tiempo en el cual somos condenados sin pruebas, ejecutados sin juicio y sabemos que será muy difícil retomar el rumbo que nos lleve a destruir esta nueva esclavitud que se extiende en todo el planeta, y que debemos inventar algo en las esferas de la imaginación y del lenguaje para impedir la marcha de los nuevos e invisibles inquisidores que avanzan inexorablemente hacia nosotros. Y quizá la única posibilidad que tenemos, como lo afirmó Foucault, será la de forjar un nuevo régimen de producción de la verdad, pues sólo desprendiendo la verdad que sustenta las formas de dominación usuales podremos denunciar el engaño generalizado. La sociedad es un acervo de fuerzas legitimadas por seductoras creencias, por certidumbres que casi siempre tiranizan y esconden una cruel farsa, y se hace imperativo urdir una estrategia que culmine en su develación.

Pero mientras tanto, veremos con Nietzsche, crecer los desiertos.

Tomado del: Blog "Temas de nuestro tiempo". Consultado el: Lunes,  13 de junio de 2011. Hora: 20:43. <http://temasdenuestrotiempo.blogspot.com/>

Problemáticas de este momento: La droga y su legalización

La droga y lo divino - Legalización
Por Gonzalo Márquez Cristo
(E-mail: comunpresencia@yahoo.com)
Poeta y escritor colombiano, Gonzalo Márquez Cristo 
«Oh justo, sutil y poderoso opio!... ¡Sólo tú proporcionas al hombre esos tesoros, tú posees las llaves del paraíso!», había exclamado Thomas De Quincey –mucho antes, como se supondrá–, de la visión policiva impuesta contra la droga por los Estados Unidos, donde impera como siempre una doble moral y un trasunto económico.
Que el paraíso se encuentre en la droga como lo propone De Quincey en el párrafo antes citado (Confesiones de un inglés comedor de opio, 1822), o que el etnólogo George Dumézil haya pensado que todas las religiones son producto del efecto de los alucinógenos por parte del hombre primitivo, y que, aún más, un genio como Robert Graves –quien era considerado sabio incluso por Borges– reflexionara en el mismo sentido, hasta llegar a concluir, en El segundo nacimiento de Dionisos, que del consumo del bello hongo rojo de puntos blancos (Amanita muscaria) usado como decoración navideña en todo Occidente, derivan las visiones celestes de todas las religiones, no deja de ser asombroso; pero sí es increíble pensar que esta fuente germinal de paraísos se haya convertido en uno de los más abyectos y rentables negocios que ha inventado la contemporaneidad.
Es conocido por todos que la matemática de este comercio siniestro deja su saldo en rojo en los países productores, peyorativamente llamados del tercer mundo, que en verdad cada vez están más cerca del otro mundo, o del inframundo para ser explícitos, como pretende la voraz política de naciones imperantes en el globo.
Según la OMS (2002), un 12% de los fallecimientos que suceden cada año en Europa se deben a sustancias autorizadas (el 8,8 por ciento al tabaco y el 3,2 por ciento al alcohol), frente a sólo un 0,4 por ciento ocasionado por las ilegales:cannabis, anfetaminas (incluido el éxtasis), cocaína, opiáceos, etc. De los 27.829 homicidios registrados en Colombia durante el año 2002, se cree que el 34% fueron crímenes derivados del narcotráfico (aproximadamente 9.000) y se encuentran más de 15.000 colombianos detenidos en el exterior por esta misma causa; mientras en el México colombianizado, durante el año 2006 (datos CIDE), ocurrieron 2.000 muertes derivadas de las pugnas entre los Carteles; sin embargo las provocadas por sobredosis no sobrepasan en cada país el centenar.
La diferencia es gigantesca, y como es lógico, la cuantiosa cifra de las personas asesinadas por las mafias no puede compararse con la de las víctimas de sobredosis de alguna de estas drogas que por ignorancia son llamadas estupefacientes (sustancia que hace perder la sensibilidad), o narcóticos (otro equívoco de la legislación policiva pues el término alude a una sustancia que adormece; y quienes conocen la cocaína hallarán de inmediato la contradicción). Es conocido también que el 84% del dinero de la cadena del narcotráfico se queda en Estados Unidos o los países europeos y sólo el 16% llega a los territorios productores como Colombia, para fortalecer allá la economía de los países consumidores, y aquí a las pequeñas hordas detraqueteros y otros seres de costumbres estridentes y delictivas; además –es necesario decirlo–, de financiar a paramilitares que han decidido que nuestros ríos sean sólo navegables para los cadáveres; y a los guerrilleros que sueñan todavía con minar la estructura del imperio norteamericano con la mejor cocaína del mundo. Sobra agregar que esta ola de sangre no puede ser detenida mientras existan intereses económicos protegidos por legislaciones de doble moral, y mientras el precio de un gramo de cocaína en Colombia se multiplique por 40 en Estados Unidos y por 300 en Nueva Zelanda. A juzgar por las estadísticas, el dinero –y su ambición– será siempre más criminal que el poder originalmente sagrado de estas sustancias psicoactivas.
Que las plantas otrora sagradas (hongos, canabis, peyote, opio, datura, yagé, ololiuqui, sanpedro, coca…) con las cuales el hombre se comunicaba casi telefónicamente con los dioses, con el poderoso y fascinante argumento de que el cambio del ángulo de percepción es definitivo para la sabiduría, se hayan convertido en el vil comercio propiciador de desconocimiento y rapacidad, planteado al comienzo, no puede sorprendernos; pero sí el hecho de que éste vehículo cuya existencia es tan antigua como la cultura, y más que eso, clave de ese descubrimiento del más allá que fundó para muchos investigadores el espíritu religioso y la trascendencia artística, se haya convertido en la clave sustentadora de la novela negra que parece ser hoy por hoy nuestra sociedad.
Es sabido que los dioses se convierten en demonios, y que las deidades del opio, del teonánacatl o de la coca, son creaturas proscritas, pero debemos recordar que durante la década del cincuenta, en forma consecuente, algunos quisieron recobrar la fuente primitiva de este diálogo divino, guiados por los grandes poetas: Gautier, Baudelaire, Rimbaud, Michaux; por los escritores norteamericanos Edgar Allan Poe, y por supuesto por Aldous Huxley, quien había dicho genialmente a partir de su experiencia con la mezcalina: «Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito».
Jünger, Benjamín, Cocteau, Burroughs, Malraux, serían sólo algunos de los numerosos artistas que emprenderían sus ceremonias de conocimiento. Pero las drogas de este nuevo milenio han prescindido de sus ritos y al parecer hemos echado cerrojos en todas las puertas posibles para encontrar el paraíso. Lo que era sagrado se ha convertido en una cruenta fórmula de usura o en un simple pasatiempo. Los rituales fueron arrasados. Y aunque el hombre intentará escapar –como lo ha hecho desde siempre–, encontrar el olvido o simplemente percibir de otra forma, mucho más reveladora quizá –desarreglando los sentidos como decía Rimbaud–, la cultura del lucro se sigue imponiendo con su incesante río de sangre.
Por eso cada vez es más urgente recordar las categóricas palabras con las cuales el poeta mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, en una entrevista que realizáramos para la revista Común Presencia en 1992, se declaraba a favor de la legalización de la droga:
«Ustedes los colombianos no han podido escapar a la violencia de su país... Conozco en parte las caras de esa desgarradura, la del narcotráfico, la del hambre y las desigualdades sociales, la de los grupos paramilitares... Pero lo que más me produce desolación es la debilidad política de nuestros gobernantes. Sin duda, lo único que puede suprimir esa violencia decretada por el tráfico de drogas es su legalización. Algunas veces lo he dicho públicamente... Y me parece increíble que los artistas más reconocidos de Latinoamérica no presenten enfáticamente la necesidad de la legalización. ¿Por qué los escritores no se comprometen contra una historia que debe ser desviada? Por favor digan esto allá, es importante que lo digan en su país y en todas partes: yo me pronuncio a favor de la legalización de la droga, y espero que esto sirva de algo. Ojalá fuese un punto de partida para el diálogo, y para hallar un dique contra ese río de sangre que los azota, y que nos fustiga también a los mexicanos».
No es necesario agregar más. Es importante que entrado el siglo XXI se reviva el debate, que no caigamos en el artilugio de despenalizar legalizar,que recordemos que para la fundación de la cultura fue esencial el conocimiento de estas mágicas sustancias que la modernidad ha des-ritualizado, que tenían connotaciones místicas y proféticas, que hacían parte de ceremonias de alianza divina, y por eso nos parece legítimo exigir que el control sobre la droga lo ejerzan las instituciones médicas y no las mafias y la policía corrupta, porque como diría José Saramago, ya es tiempo de esforzarnos por legalizar la droga, aunque primero –lo cual es incuestionable– debamos esforzarnos por legalizar el pan.

(El artículo escrito por el poeta colombiano Gonzalo Márquez fue tomado del Periódico Virtual Con-Fabulación, al cual agradecemos esta publicación).

Docencia acrítica al servicio de presupuestos globalizadores

Los baby teachers: 
hijos del neoliberalismo

Carlos Fajardo Fajardo*
Poeta, ensayista y catedrático colombiano 

Carlos Fajardo Fajardo
Profesor Universidad de La Salle, Bogotá
Hijos del neoliberalismo –en realidad neoconservadores– han sido educados para obedecer, aceptar y aplicar las ordenanzas de un capitalismo mordaz. Alabar y no rechazar son sus slogans. Con tales actitudes aspiran a fortalecer los regímenes antes que a mostrar sus debilidades. Son los nuevos técnicos del pensamiento. Alfabetizados en las tecnologías, han hecho de éstas un tótem supremo desde las cuales creen conocer en profundidad el mundo, la realidad del mismo. Despolitizados, desocializados, individualistas y tecnócratas, se estremecen ante la palabra confrontación. Seguidores del pensamiento utensiliar, son monaguillos que vuelven culto los reglamentos autoritarios de la educación.

Son los baby teacher de las universidades: eficaces, eficientes, autómatas bilingües, “todo terreno”, choferes de las tecnologías. Gestionan sin queja la dictadura normativa de las llamadas investigaciones universitarias. Hijos del neoliberalismo, baby teacher de las instituciones.

En Colombia existen grandes laboratorios que los producen en serie y se reproducen exponencialmente. Todos han egresado de universidades que les tocó sufrir el azote de la Ley 30, la cual no sólo impulsó una agresiva privatización, sino que las ahogó en su misma sustancia al obligarlas a llevar un plan acelerado de acreditación acorde a las exigencias del mercado global. Como consecuencia, se desmontaron currículos, se ajustaron los planes de estudio a nefastos objetivos y se desterró todo proyecto de una pedagogía crítica y renovadora.

En varios aspectos, los discursos doctrinales, religiosos, moralistas y políticos de esta primera década del siglo XXI, se asemejan a los de la llamada Regeneración de la República Conservadora impuesta en el país desde 1880 hasta 1930: servidumbre hacendaria y partidista, maniqueísmos religiosos y morales, conservadurismo, ideología imperial y papal, controles a la educación, censura camuflada, obstáculos a la modernidad crítico-creativa, centralismo intelectual, rechazo a la autonomía del intelectual disidente.

Todas las pocas conquistas de autonomía universitaria, docente, estudiantil, e intelectual lograda en los años sesenta hasta mediados de los ochenta, fueron diluyéndose y cambiándose por una adaptación servicial e integrada al “nuevo orden global”. La consolidación de la economía de mercado, del poder de los medios masivos de comunicación, de las tecnologías digitales, la urbanización e inmigración masiva, la privatización en serie y en serio, la banalización de la cultura, son algunos contextos sobre los cuales se desarrolló y se llevó a cabo el pensamiento neo-conservador de última hora.

Como consecuencias observamos el paso de los intelectuales críticos a los baby teacher “todo terreno”, adaptados al son que les toquen. Desde aproximadamente 1990 un cambio radical ha impactado en las estructuras universitarias. Todos sus estamentos han sido lentamente transformados.

El neoliberalismo atrapó las libertades colectivas e individuales que todavía eran posibles en las instituciones tanto públicas como privadas. Así, los profesores, estudiantes e intelectuales entraron a un espacio de mayor control. Se impuso un lenguaje administrativo y ecónomo.

Con ello se pasó de una activa reflexión a la sumisión de la gestión. Entonces, conceptos tales como, eficiencia, eficacia, competitividad, flexibilización, administración e insumos, entraron a formar parte del lenguaje en los ámbitos educativos.

Como resultado tenemos un nuevo tipo de intelectual: el docente eficiente con lenguaje ecónomo. El denominado “relevo generacional”, es decir, jóvenes profesores que reemplazan a los viejos intelectuales de vanguardia crítica, y el nombramiento de economistas y de administradores en los mandos medios de dirección académica, garantizan las reformas curriculares acorde con las demandas neoliberales. Golpe bajo al trabajo crítico y humanista; ganancia para el trabajo administrativo. Burócratas contra intelectuales.

De manera que la universidad se adapta a las exigencias del mercado edificando el llamado por algunos teóricos “capitalismo académico”: una “universidad emprendedora”, lo que quiere decir subordinada a la mercantilización de sus componentes. El “capitalismo académico”, el cual ha sido impuesto como política central por los países de élite, asume la educación como industria, fábrica, como businnes university.

La universidad queda reducida a un bazar de servicios educativos y de bienes simbólicos y culturales, con clientes y accionistas (los estudiantes), con obreros y asalariados (los profesores), con productos (los resultados de las investigaciones, los saberes y conocimientos) y gerentes ecónomos, administradores (directivas). En este bazar universitario a los logros académicos de los profesores se les evalúa o controla de forma cuantitativa, es decir, por la cantidad de productos de investigación, de publicaciones, de cátedras, de participación en eventos. Al profesorado se le trata como a un insumo, un objeto consumible y consumidor. Las lógicas de la comercialización de la eficacia y de las competencias de rentabilidad dominan el territorio.

¿Dónde queda la autonomía crítica del docente intelectual? Los baby teacher dan la respuesta: son cosas del pasado dicen; peticiones de una historia muerta, enterrada. En su lenguaje dan un no a la memoria y un sí al “ahorismo” consumible, adaptado. La instrucción y formación de docentes que hacen de la tecnocracia algo plenipotenciario, o bien que asumen la modernización tecnológica, impuesta desde arriba, con preocupante ingenuidad, es una de las más grandes heridas en el corazón de la academia. Ante la reflexión se propone la gestión; frente al debate político y cultural se irrumpe con una relajación pragmática; contra una actitud de confrontación y diferencia, se establece una postura de adaptación, aceptación y confort académico.

Es la “mercadización” de lo social, de lo educativo, donde triunfan las dinámicas de lo administrativo, del “gerencialismo”. De esta forma, la paranoia, la autocensura y el conformismo se reivindican en estos escenarios empresariales de hipervigilancia y control competitivo. El ascenso del pensamiento neoconservador y de la globalización económica neoliberal ha contribuido a crear este tipo de docente universitarioadaptado y adaptable. De modo que al joven docente le han otorgado un papel de legitimador político, cultural y moral de los regímenes hegemónicos. Atrás quedaron los tiempos del intelectual disidente, las posiciones libertarias. ¡Oh baby teacher, bienvenidos al futuro!

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* Carlos Fajardo Fajardo. Nació en Santiago de Cali, Colombia. Poeta y ensayista. Filósofo de la Universidad del Cauca. Magíster en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y Doctor en Literatura de la UNED (España). Es profesor universitario de estética, historia del arte y literatura en la Universidad de la Salle-Bogotá-. Es cofundador de la Corporación “Si Manaña Despierto”, dedicada a la investigación y creación artística y literaria. Tiene publicadas, entre otras obras, Origen de Silencios. Fundación Banco de Estado, Popayán (1981), Serenidad Sitiada, Si Mañana Despierto Ediciones, Bogotá (1990),Veraneras, premio de poesía Antonio Llanos, Si Mañana Despierto Ediciones, Santafé de Bogotá (1995), Atlas de callejerías. Trilce Editores, Santafé de Bogotá (1997) Charlas a la Intemperie. Universidad INCCA de Colombia, 2000. Estética y posmodernidad. Nuevos contextos y sensibilidades, Editorial Abya-yala, de Quito, Ecuador, 2001,Estética y sensibilidades posmodernas. ITESO, Guadalajara, Méjico, 2005; Tierra de Sol, Premio de poesía Jorge Isaacs, Gobernación del Valle del Cauca, 2003, la antología de su poesía titulada Serenidad Sitiada, Universidad del Valle, 2004; El arte en tiempos de globalización. Nuevas preguntas, otras fronterasUniversidad de la Salle, 2006y varios ensayos en revistas especializadas y diarios nacionales e internacionales. Sus poemas y ensayos han sido traducidos al inglés, italiano, serbio y portugués. Ganador del premio de poesía Antonio Llanos, Santiago de Cali 1991; segundo premio en el Primer Concurso Nacional de Poesía ICFES, 1984; Mención de Honor en el Premio Jorge Isaacs 1996 y 1997; Mención de Honor Premio Ciudad de Bogotá, 1994. El premio de poesía Jorge Isaacs le fue otorgado en diciembre de 2003. E-mail: carlosfajardofajardo@yahoo.com

Biografía Tomado del: Blog Escritores Colombianos. Consultada el Lunes, 13 de junio de 2011. Por Administración Blog redicomuniminuto del Área de lenguaje de la Facultad de comunicaciónSocial-Periodismo de-Uniminuto-Bello.<http://escritorescolombianos.blogspot.com/2006/11/carlos-fajardo-fajardo.html>. ____________________________________________________________________________________

Texto tomado del: boletín Correspondencia #187 del 23 de mayo de 2011 de la Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia.