LA PERLA: KINO Y LOS DIVERSOS CANTOS
Por Raúl de J. Roldán Álvarez
Es verdad de Perogrullo afirmar que La perla es continente y contenido de un profundo simbolismo
semantizador del contraste entre la cultura del aborigen pobre, representada en la
imagen de un indio llamado Kino –una especie de pachuco ya, al que se le ha arrebatado prácticamente todo lo que
tiene—, y ese hombre individualista-conquistador erigido en la moderna ciudad,
lleno de información y de conocimiento, pero asistido por el brillo intangible
de un saber que lo envilece y lo aleja espiritualmente de todo aquello que
pueda asociarse con la sabiduría y los elementos de la naturaleza como la
tierra, el agua, el aire y el fuego.
En psicoanálisis
del fuego, Gastón Bachelard nos revela que “a veces nos maravillamos ante
un objeto elegido; acumulamos hipótesis y sueños; formamos así convicciones que
tienen la apariencia de un saber. Pero la fuente inicial es impura: la
evidencia primera no es una verdad fundamental” (1966:7). De igual manera, La perla nos habla de esa evidencia
primera que ha sido contaminada, de esa verdad fundamental racionalizada, en la que una parte de esa sociedad se
encuentra escindida de la naturaleza, y hace de la perfecta perla encontrada
por el aborigen mencionado, una fuente de impureza, un canto simbólico de acordes que
destruyen, que niega la verdad del significado de una tradición cultural: una
cultura que estuvo asentada en el mito, en un rito íntimo, en la leyenda, en la comunión
armonizante con los elementos sagrados que no solo conforman
el entorno del hombre sino que le constituyen.
En virtud de lo anterior, es que la perfecta perla, constituida como
fuente impura por la moderna sociedad conquistadora, es gestora de unos valores
pragmáticos en los que solo sirve todo aquello que es útil y puede traducirse
en poder. Y para esto, el canto de la violencia, la competitividad y la
individualidad debe imponerse al de la armonía, la solidaridad y la comunidad
que caracteriza al pueblo de Kino.
En relación con este simbolismo de La perla, bien vale la pena reflexionar un poco sobre el mismo
y traer a colación al español Luis Garagalza en su tesis doctoral “la
interpretación de los símbolos”, cuando hablando con palabras de Gilbert Durán, dice que
“tanto la psicología infantil como la psicología del hombre primitivo, y el
análisis de los procesos de formación de la imagen en el adulto civilizado,
viene a confirmar la primacía del símbolo sobre el concepto” (1990:57). Siendo así que en dicha novela, se haga evidente, precisamente, esa
primacía del símbolo a través de una serie de cantos que expresan las
diferencias no solo socio-económicas sino los silencios entre dos culturas que
no miran las estrellas del mismo modo en un mismo cielo azul y en la que el
narrador clásico (en tercera persona) prefiere no conceptualizar, para dejar al
lector la responsabilidad de cuestionar el racionalismo social del hombre
urbano, el cual fustiga el intuicionismo de una comunidad como la de Kino
fundada en la naturaleza y en la esperanza.
Es necesario enfatizar, conforme a la intención de su autor, que el narrador de La perla no adopta una posición en beneficio de uno u otro, sino
que describe y deja al lector la tarea política de la confrontación y la
posterior adopción y defensa de uno de aquellos cantos, con los que es
simbolizado el conflicto entre esas dos maneras de ver el mundo. El clamor por
la reivindicación del símbolo comienza a escucharse desde el principio de la
novela, cuando el narrador, evoca lo siguiente:
“Kino escuchaba el suave
romper de las olas mañaneras sobre la playa. Era muy agradable, y cerró los
ojos para escuchar su música. Tal vez sólo él hacía esto o puede que toda su
gente lo hiciera. Su pueblo había tenido grandes hacedores de canciones capaces
de convertir en canto cuanto veían, pensaban, hacían u oían” (1982:5).
Tal recurso narrativo, permite que la novela se establezca en un símbolo que universaliza el
conflicto histórico-cultural y económico recurrente en la sociedad sureña de
los Estados Unidos por medio de la caracterización de una familia en la que dicho
aborigen y su esposa, deben hacer lo posible por conseguir
los recursos necesarios que les permitan salvar a su recién nacido hijo de la
picadura de un escorpión. Esto les implica, en primera instancia, solicitar la ayuda de una clase
conquistadora citadina y someterse a una serie de vejámenes y humillaciones sin
conseguir su propósito. Vencidos, casi exhaustos y con la marca de la derrota
en sus espaldas, Kino y su mujer Juana, con el niño entre sus brazos, se introducen en el mar, para entregarse definitivamente al elemento acuático e
intentar un encuentro con sus propios demiurgos salvadores. Estos, por tanto,
no solo convierten el mar en un escenario de adoración, de acuerdo con los propios ritos de su pueblo, sino que terminan por
encontrar el antídoto que le permitirá sobrevivir a su hijo Coyotito, sino que además se topan con
una perla de formas perfectas, en la que creen ver reflejado su futuro y el de
su familia, que sin darse cuenta, no es más que el símbolo de la
codicia de una clase conquistadora y de la pérdida espiritual de su propio
pueblo, el que siempre fue feliz, mientras pudo comprender que lo mejor ya
había sido conquistado: la armonía representada en su propio canto ancestral.
Esa es la novela. Pero La perla también fue llevada al cine y no solo se convirtió, al decir de críticos como Gabriel Figueroa, su fotógrafo, en el filme más representativo entre el producido en México, sino que la calidad de su fotografía fue destacada como la mejor en La Muestra de Venecia de 1948, por la prensa extranjera de Hollywood en la entrega de Los Globos de Oro en 1949 y, además, en el Festival de Madrid en este mismo año.
Estrenada en 1947 y dirigida por Emilio "El indio" Fernández y convertida en guión por el propio autor de la novela (John Steinbeck), La perla deja ver lo mejor del histrionismo mexicano en cabeza de Pedro Armendariz y María Elena Marqués, entre otros grandes de dicho cine, y se constituye, por mucho, en un oráculo en el que abreban todos aquellos que anhelan encontrar sentido al retrato de la pobreza material y existencial de un pueblo, que se vuelve universal en nuestra América, y anhelan comprender ese clamor por la igualdad de posibilidades y la fe de aquellos que menos poseen, a quienes sus sueños les han sido arrebatados por una realidad edificada en un racionalismo socio-económico sin alma.