La caída por Albert Camus

Apuntes acerca de La Caída

EL VALOR DE LA CONTRADICCIÓN EN LA ESTÉTICA DE CAMUS Y LA INDIFERENCIA COMO FUNDAMENTO DE LO FILOSÓFICO



Por: Raúl de J. Roldán Álvarez



“Ningún hombre se ha atrevido
a pintarse jamás como es”. 
En El Enigma por A. Camus


Una polémica se suscita entre los académicos británicos cuando la universidad de Cambridge decide otorgar a Jaques Derrida en 1992 el doctorado honoris a causa de la decisión de este último de cuestionar los límites entre filosofía y literatura.

De acuerdo con Derrida, la filosofía, del mismo modo que la literatura, depende de los estilos y las formas de su lenguaje; y, por tanto, aquella es un género literario como cualquier otro. Es decir, que por medio de la literatura se pueden hacer evidentes algunos límites de interpretación de los contenidos filosóficos, lo que le lleva a concluir que no existe esencia alguna particular que permita fijar a cada una de ellas como algo diferenciado, a no ser por convencionalismos traídos y aceptados en estos tiempos basados en categorías y caracterizaciones de la época en que se fundaron.

En virtud de lo anterior, Derrida no centra su interés interpretativo en el carácter filosófico o literario de un texto sino que fija su atención en el modo cómo la escritura se desarrolla en el mismo, la cual ha de permitir, en última instancia, hacer evidentes no sólo los contenidos como algo no claramente clasificable sino, también, señalar la presencia de rasgos escriturales comunes, a manera de ejemplo, entre textos literarios, filosóficos, políticos, económicos y de otros tipos, que no justificaría, en consecuencia, la categorización de estos.

Para determinar si se estaba partiendo de supuestos axiomáticos en lo que atañe al carácter mismo de la filosofía; a este enfoque de Derrida, los académicos británicos se antepusieron los siguientes interrogantes: ¿Cuáles son las fronteras de la filosofía? y ¿cuál es el lenguaje propio de la filosofía y de los textos propiamente filosóficos?

Abro un sencillo paréntesis, para aclarar, que este corto intento o ensayo mío, es un pretexto, con el pensamiento de Derrida, para que se adelante una reflexión necesaria sobre la orientación que se le pudo haber dado al curso de “seminario de autores” del pregrado en Educación de la Universidad de Antioquia, el cual pudo haber trascendido las casilleros tradicionales del análisis literario y ampliado su marco humanístico a condición de que se le hubiera permitido a sus estudiantes aperturar el abordaje de los  contenidos de los autores propuestos desde distintos enfoques y permitirles responder a preguntas tales como: ¿para qué aprendo lo que aprendo? y ¿cómo aprendo lo que aprendo?

Es por ello, que enfoques como el de Derrida, los cuales cuestionan a profundidad categorías convencionalizadas en el modo de asimilar el texto deberían ser el punto de partida de un curso en el que la lectura bien podría entenderse transversalizada por los contextos del lector. En este sentido, hablando con palabras del profesor Mauricio Pérez Abril de la universidad del Valle, la puesta del texto en el contexto se hace necesaria, dado que contribuye a constituir el discurso de quien se está formando.

Respetando la ruta expuesta para este intento y comenzando por un abordaje sencillo de “la caída”, Olivier Todd, en la biografía que publica sobre Albert Camus, nos dice que este autor, cuando a mediados de la década de los treintas fue presionado por su amigo Claude Fréminville para que se vinculara al partido comunista, le expresó a este, lo siguiente: “si fuera al Comunismo, y puede ser posible, pondría dentro mi vitalidad, mis medios, mi inteligencia, pondría en el todos mis talentos, tal vez toda mi alma, pero no todo mi corazón” (1). “Corazón” este que, de acuerdo con el rastreo que hace Todd de la cita, el autor argelino tiene reservado para el encuentro con las formas literarias y no destinado para los asuntos de la política.

Si partimos del mencionado antecedente, bien podríamos ir encontrando una relación cercana entre la actitud del Camus que se proyecta como un creador --y no como un intérprete y simple compromisario de la realidad-- y las aseveraciones que realiza Derrida cuando considera que la filosofía, del mismo modo que la literatura, depende de los estilos y las formas de su lenguaje y que, por tanto, la filosofía es otro género literario en la medida en que se pueda aprender a leer desde la escritura misma.

En la mencionada dirección, podría inferirse que para un creador como Camus, todos aquellos potenciales contenidos filosóficos, políticos, culturales, sus vivencias y experiencias solo podrían realizarse si lograba encontrar un modo propio de expresión que les diera identidad, que los pudiese representar: Buscaba no sólo un encuentro franco con su forma de escribir sino que entendía la importancia de la literatura como un mecanismo de defensa ante la razón ilógica de su tiempo –la misma filosofía existencialista a la sazón-- y como un medio fundamental mediante el cual el artista pudiera cumplir su misión de comprender los eventos de su época más allá de los simples juicios de valor fundados en ideologías y dogmas totalitarios que amenazaban constantemente no solo su libertad sino todo aquello que se rebelara a reducir el sentido mismo de la vida a los convencionalismos impuestos por supuestos metafísicos y lógicas paradógicas.

Tal comportamiento de Camus quizá podría explicar las críticas que muchas veces le hicieron sus detractores por su falta de compromiso político directo, pero este asunto no es materia que vaya a ser tratada en este texto. Lo que si es importante intertextualizar, es que esa búsqueda por la forma literaria, ese esfuerzo de Camus por el encuentro con el acto creador, muestra serio indicios de cercanía con lo planteado por Nietzsche, cuando este se propone encontrar por la vía de la estética, del arte, del acto creador, la emergencia de una humanidad perdida en los fueros de una metafísica que preconcebía para el hombre su existencia misma.

Es por lo aludido, que Camus es ante todo un hombre de la literatura y, si bien es cierto algunos encuentran contradictorios los distintos momentos de su producción estética en relación con la posición filosófica, también es necesario afirmar, tal y como lo reconoce el profesor José Luis Garcés de la universidad de Córdoba, que la contradicción en Camus en vez de reducirlo lo amplia y que se hace indispensable entender que no siempre es consecuente pensar que su reconocimiento sobre la sociedad de su tiempo cambia por el hecho de que sus distintas formas de expresión varíen (2).

De acuerdo con lo anterior, podría decirse que mientras Camus funda su propuesta filosófica en un valor como la indiferencia el cual se mantiene constante en cada una de sus libros; intenta, a su vez, expresar este, literariamente, por medio de un valor que funda sus raíces en las múltiples formas que le posibilita el uso de la contradicción.

Es por ello, que es conveniente no intentar encontrar concordancias entre las dimensiones ética y estética en las obras de Camus, sin antes entender los dos valores que se encuentran en juego; porque se puede llegar a concluir, de modo apresurado y equivocado, que se evidencia un cambio en la dirección de sus presupuestos filosóficos cuando, en realidad, son los mismos presentados bajo nuevos y contradictorios ropajes literarios. Véase a manera de ejemplo la actitud de Meursault en El Extranjero y la de Jean-Baptiste Clemens en La Caída y vamos a darnos cuenta que el valor filosófico de la indiferencia es expresado, en el primero, bajo la forma de un personaje que pasa de largo por la vida y se reconoce en un sentimiento de la absurdidad mientras que, el segundo, expresa su indiferencia, de manera directa, cuando encuentra en toda las acciones humanas la inutilidad en la que están fundadas y, por tanto, no vale la pena esperar agradecimientos por las mismas.

Al respecto, José Luis García González con palabras de Maurice Nadeau, en su ensayo “Camus y la condición humana”, nos dice que

“junto al artista, vivían en Camus el pensador, el moralista, el hombre de acción… Camus le daba la palabra alternativamente a las tendencias más contradictorias que le destrozaban y se esforzaba, con una voluntad tensa y apasionada, por armonizarlas. Su genio literario se nutrió de esas contradicciones mientras esperaba la imposible armonía, la unidad tan deseada”(3).

En La Caída el abogado Jean-Baptiste Clemens acentúa su indiferencia filosófica cuando no solo analiza la misma sociedad de su tiempo sino que como el juez penitenciario en el que se ha transformado, dirige los dardos contra sí mismo, para dejar, en claro, que en el hombre cohabitan dos comportamientos diametralmente opuestos (Dios y la bestia) y que por, tanto, está destinado inútilmente a estar afirmándose y negándose. El personaje es constante en preguntarse, si los asuntos humanos son en realidad serios; pero el propósito de dicho interrogante no es el de tratar de encontrar una respuesta sino el de establecer la duda como el presupuesto de su discurso.

Aunque el personaje mencionado vivía entre los hombres no compartía los intereses de estos y, en consecuencia, la única seriedad que podía esgrimir estaba sustentada en todo aquello que fuese contrario a lo que los hombres hacían o esgrimían como sus valores supremos.

Es evidente que con jean-Baptiste Clamens se expresa una escisión entre lo que puede ser entendido por él como creencia y la acción en sí misma que debe desarrollarse. Y esto es así, debido a que el personaje manifiesta una confrontación entre esa dimensión espiritual enraizada en los rituales y las creencias y ese mundo externo en el cual se encuentra inmerso y que demanda la acción como fundamento pragmático para la existencia.

Una traición constante entre la forma y el contenido, entre lo espiritual y lo externo, lo obligan a preguntarse por eso que se llama conciencia, la cual es definida como ese “deseo irracional por tratar de encontrar la claridad”. En virtud de esto para Jean-Baptiste, mientras se esté vivo, el hombre debe estar en una actitud de confesión constante; pero dicha confesión no debe hacerse ante los curas o ante algún dios sino por algún medio que le permita mirarse y poder hacerse mirar por los demás. En el caso de Camus podría decirse que su medio de confesión fue la literatura.

Sin la mencionada confesión, el personaje considera que la sociedad queda anquilosada en el juicio, en la crítica, en la condena infectiva a la manera como lo hacen las religiones y los estados que siempre están tratando de encontrar culpables. Y en una sociedad en donde todos se erigen como jueces absolutos; consecuencialmente todos son culpables, nos dice Jean Batipste.

La única obligación es sacar toda la porquería a la luz, pero solo puede asumirse esta obligación cuando se tiene conciencia de la inutilidad de los resultados y la misma se enfoca en la vida como tal. No debe perseguirse interés alguno, recompensa alguna, de nuestras acciones; porque de lo contrario, sería colocarle una máscara a la confesión en sí.

Por eso este personaje que se enfrenta al juicio; encuentra su redención solo en la confesión, así como lo hace el artista, a la manera como lo expresó Camus en su discurso al recibir el premio Nobel de literatura en 1957:

 “[…] los verdaderos artistas no desprecian nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y si ellos tienen un partido que tomar en este mundo, este no puede ser más que el de una sociedad en la que, según las grandes palabras de Nietzsche, ya no reine el juez sino el creador, sea trabajador o sea un intelectual”.

Esta es una constante filosófica en Camus: ser indiferente frente a los juicios y ser estéticamente un creador para poder comprender, para integrar, para no excluir. Así es su personaje Jean-Batipste Clemens en La Caída: un creador, porque encuentra una manera distinta de redimir la sociedad a la de la culpabilidad, a la del juicio fundado en los intangibles que no alcanzan a encarnar la vida.

Notas:
1TODD, Olivier. Albert Camus: una vida. Tusquets. Barcelona. 1997. p. 72.
2GARCÉS GONZÁLEZ, José Luis. Camus y la condición humana. En: Revista hojas universitarias. Universidad Central. Bogotá. 2003. p.106.
3 Ibídem.

Mayo de 2017.

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