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domingo, 26 de mayo de 2019

Buenos lectores y buenos escritores... Por Vladimir Nabokov


Introducción del libro "Curso de Literatura europea" 
 Vladimir Nabokov 
Foto: Vladimir-Nabokov-Horst-Tappe-Getty
«Cómo ser un buen lector», o «Amabilidad para con los autores»; algo así podría servir de subtítulo a estos comentarios sobre diversos autores, ya que mi propósito es hablar afectuosamente, con cariñoso y moroso detalle, de varias obras maestras europeas. Hace cien años, Flaubert, en una carta a su amante, hacía el siguiente comentario: «qué sabios seríamos si sólo conociéramos bien cinco o seis libros». 

Al leer, debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos. Nada tienen de malo las lunáticas sandeces de la generalización cuando se hacen después de reunir con amor las soleadas insignificancias del libro. Si uno empieza con una generalización prefabricada, lo que hace es empezar desde el otro extremo, alejándose del libro antes de haber empezado a comprenderlo. Nada más molesto e injusto para con el autor que empezar a leer, supongamos, Madame Bovary, con la idea preconcebida de que es una denuncia de la burguesía. Debemos tener siempre presente que la obra de arte es, invariablemente, la creación de un mundo nuevo, de manera que la primera tarea consiste en estudiar ese mundo nuevo con la mayor atención, abordándolo como algo absolutamente desconocido, sin conexión evidente con los mundos que ya conocemos. Una vez estudiado con atención este mundo nuevo, entonces y sólo entonces estaremos en condiciones de examinar sus relaciones con otros mundos, con otras ramas del saber. 
Otra cuestión: ¿Podemos obtener información de una novela sobre lugares y épocas? ¿Puede ser alguien tan ingenuo como para creer que esos abultados best-sellers difundidos por los clubs del libro bajo el enunciado de «novelas históricas» pueden contribuir al enriquecimiento de nuestros conocimientos sobre el pasado? Pero ¿y las obras maestras? ¿Podemos fiarnos del retrato que hace Jane Austen de la Inglaterra terrateniente, con sus baronets y sus jardines paisajistas, cuando todo lo que ella conocía era el salón de un pastor protestante? Y Casa Desolada, esa fantástica aventura amorosa en un Londres fantástico, ¿podemos considerarla un estudio del Londres de hace cien años? Desde luego que no. Y lo mismo ocurre con las demás novelas de esta serie. La verdad es que las grandes novelas son grandes cuentos de hadas... y las que vamos a estudiar aquí lo son en grado sumo. 

El tiempo y el espacio, el color de las estaciones, el movimiento de los músculos y de la mente, todas estas cosas no son, para los escritores de genio (por lo que podemos suponer, y confío en que suponemos bien), nociones tradicionales que pueden sacarse de la biblioteca circulante de las verdades públicas, sino una serie de sorpresas extraordinarias que los artistas maestros han aprendido a expresar a su manera personal La ornamentación del lugar común incumbe a los autores de segunda fila; éstos no se molestan en reinventar el mundo; sólo tratan de sacarle el jugo lo mejor que pueden a un determinado orden de cosas, a los modelos tradicionales de la novelística. Las diversas combinaciones que un autor de segunda fila es capaz de producir dentro de estos límites fijos pueden ser bastante divertidas, pese a su carácter efímero, porque a los lectores de segunda les gusta reconocer sus propias ideas vestidas con un disfraz agradable. Pero el verdadero escritor, el hombre que hace girar planetas, que modela a un hombre dormido y manipula ansioso la costilla del durmiente, esa clase de autor no tiene a su disposición ningún valor predeterminado: debe crearlos él. El arte de escribir es una actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción. Puede que la materia de este mundo sea bastante real (dentro de las limitaciones de la realidad), pero no existe en absoluto como un todo fijo y aceptado: es el caos; y a este caos le dice el autor: «¡Anda !», dejando que el mundo vibre y se funda. Entonces, los átomos de este mundo, y no sus partes visibles y superficiales, entran en nuevas combinaciones. El escritor es el primero en trazar su mapa y- poner nombre a los objetos naturales que contiene. Estas bayas son comestibles. Ese bicho moteado que se ha cruzado veloz en mi camino se puede domesticar. Aquel lago entre los árboles se llamará Lago de Ópalo o, más artísticamente, Lago Aguasucia. Esa bruma es una montaña... y aquella montaña tiene que ser conquistada. El artista maestro asciende por una ladera sin caminos trazados; y una vez arriba, en la cumbre batida por el viento, ¿con quién diréis que se encuentra? Con el lector jadeante y feliz. Y allí, con un gesto espontáneo, se abrazan y, si el libro es eterno, se unen eternamente. 

Una tarde, en una remota universidad de provincia donde daba yo un largo cursillo, propuse hacer una pequeña encuesta: facilitaría diez definiciones de lector; de las diez, los estudiantes debían elegir cuatro que, combinadas, equivaliesen a un buen lector. He perdido esa lista; pero según recuerdo, la cosa era más o menos así: 

Selecciona cuatro respuestas a la pregunta «¿qué cualidades debe tener uno para ser un buen lector?»: 1) Debe pertenecer a un club de lectores. 2) Debe identificarse con el héroe o la heroína. 3) Debe concentrarse en el aspecto socioeconómico. 4) Debe preferir un relato con acción y diálogo a uno sin ellos. 5) Debe haber visto la novela en película. 6) Debe ser un autor embrionario. 7) Debe tener imaginación. 8) Debe tener memoria.?9) Debe tener un diccionario. 10) Debe tener cierto sentido artístico. 

Los estudiantes se inclinaron en su mayoría por la identificación emocional, la acción y el aspecto socioeconómico o histórico. 

Naturalmente, como habréis adivinado, el buen lector es aquel que tiene imaginación, memoria, un diccionario y cierto sentido artístico..., sentido que yo trato de desarrollar en mí mismo y en los demás siempre que se me ofrece la ocasión. 

A propósito, utilizo la palabra lector en un sentido muy amplio. Aunque parezca extraño, los libros no se deben leer: se deben releer. Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un «relector». Y os diré por qué. Cuando leemos un libro por primera vez, la operación de mover laboriosamente los ojos de izquierda a derecha, línea tras línea, página tras página, actividad que supone un complicado trabajo físico con el libro, el proceso mismo de averiguar en el espacio y en el tiempo de qué trata, todo esto se interpone entre nosotros y la apreciación artística. Cuando miramos un cuadro, no movemos los ojos de manera especial; ni siquiera cuando, como en el caso del libro, el cuadro contiene ciertos elementos de profundidad y desarrollo. El factor tiempo no interviene realmente en un primer contacto con el cuadro. Al leer un libro, en cambio, necesitamos tiempo para familiarizarnos con él. No poseemos ningún órgano físico (como los ojos respecto a la pintura) que abarque el conjunto entero y pueda apreciar luego los detalles. Pero en una segunda, o tercera, o cuarta lectura, n6s comportamos con respecto al libro, en cierto modo, de la misma manera que ante un cuadro. Sin embargo, no debemos confundir el ojo físico, esa prodigiosa obra maestra de la evolución, con la mente, consecución más prodigiosa aún. Un libro, sea el que sea -ya se trate de una obra literaria o de una obra científica (la línea divisoria entre una y otra no es tan clara como generalmente se cree)-, un libro, digo, atrae en primer lugar a la mente. La mente, el cerebro, el coronamiento del espinazo es, o debe ser, el único instrumento que debemos utilizar al enfrentarnos con un libro. 

Sentado esto, veamos cómo funciona la mente cuando el melancólico lector se enfrenta con el libro risueño. Primero, se le disipa la melancolía, y para bien o para mal, el lector participa en el espíritu del juego. El esfuerzo de empezar un libro, sobre todo si es elogiado por personas a las que el lector joven considera en su fuero interno demasiado anticuadas o demasiado serias, es a menudo difícil de realizar; pero una vez hecho, las compensaciones son numerosas y variadas. Puesto que el artista maestro ha utilizado su imaginación para crear su libro, es natural y lícito que el consumidor del libro también utilice la suya. 

Sin embargo, hay al menos dos clases de imaginación en el caso del lector. Veamos, pues, cuál de las dos es la más idónea para leer un libro. En primer lugar está el tipo, bastante modesto por cierto, que busca apoyo en emociones sencillas y es de naturaleza netamente personal (hay diversas subespecies en este primer apartado de lectura emocional). Sentimos con gran intensidad la situación expuesta en el libro porque nos recuerda algo que nos ha sucedido a nosotros o a alguien a quien conocemos o hemos conocido. O el lector aprecia el libro sobre todo porque evoca un país, un paisaje, un modo de vivir que él recuerda con nostalgia como parte de su propio pasado. O bien, y esto es lo peor que puede hacer el lector, se identifica con uno de los personajes. No es este tipo modesto de imaginación el que yo quisiera que utilizasen los lectores. Así que ¿cuál es el auténtico instrumento que el lector debe emplear? La imaginación impersonal y la fruición artística. Tiene que establecerse, creo, un equilibrio armonioso y artístico entre la mente de los lectores y la del autor. Debemos mantenernos un poco distantes y gozar de este distanciamiento a la vez que gozamos intensamente -apasionadamente, con lágrimas y estremecimientos- de la textura interna de una determinada obra maestra. 

Por supuesto, es imposible ser completamente objetivo en estas cuestiones. Todo lo que vale la pena es en cierto modo subjetivo. Por ejemplo, puede que vosotros allí sentados no seáis más que un sueño mío, y puede que yo sea una de vuestras pesadillas. Lo que quiero decir es que el lector debe saber cuándo y dónde refrenar su imaginación; lo hará tratando de dilucidar el mundo específico que el autor pone a su disposición. Tenemos que ver cosas y oír cosas: visualizar las habitaciones, las ropas, los modales de los personajes de un autor. El color de los ojos de Fanny Price, protagonista de Mansfield Park, y el mobiliario de su pequeña y fría habitación, son importantes.? Cada cual tiene su propio temperamento; pero desde ahora os digo que el mejor temperamento que un lector puede tener, o desarrollar, es el que resulta de la combinación del sentido artístico con el científico. El artista entusiasta propende a ser demasiado subjetivo en su actitud respecto al libro; por tanto, cierta frialdad científica en el juicio templará el calor intuitivo. En cambio, si el aspirante a lector carece por completo de pasión y de paciencia -pasión de artista y paciencia de científico-, difícilmente gozará con la gran literatura. 

La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo del valle neanderthal gritando «el lobo, el lobo», con un enorme lobo gris pisándole los talones; la literatura nació el día en que un chico llegó gritando «el lobo, el lobo», sin que le persiguiera ningún lobo. El que el pobre chaval acabara siendo devorado por un animal de verdad por haber mentido tantas veces es un mero accidente. Entre el lobo de la espesura y el lobo de la historia increíble hay un centelleante término medio. Ese término medio, ese prisma, es el arte de la literatura. 

La literatura es invención. La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador, como lo es la architramposa Naturaleza. La Naturaleza siempre nos engaña. Desde el engaño sencillo de la propagación de la luz a la ilusión prodigiosa y compleja de los colores protectores de las mariposas o de los pájaros, hay en la Naturaleza todo un sistema maravilloso de engaños y sortilegios. El autor literario no hace más que seguir el ejemplo de la Naturaleza. 

Volviendo un momento al muchacho cubierto con pieles de cordero que grita «el lobo, el lobo», podemos exponer la cuestión de la siguiente manera: la magia del arte estaba en el espectro del lobo que él inventa deliberadamente, en su sueño del lobo; más tarde, la historia de sus bromas se convirtió en un buen relato. Cuando pereció finalmente, su historia llegó a ser un relato didáctico, narrado por las noches alrededor de las hogueras. Pero él fue el pequeño mago. Fue el inventor. 

Hay tres puntos de vista desde los que podemos considerar a un escritor: como narrador, como maestro, y como encantador. Un buen escritor combina las tres facetas; pero es la de encantador la que predomina y la que le hace ser un gran escritor. 

Al narrador acudimos en busca del entretenimiento, de la excitación mental pura y simple, de la participación emocional, del placer de viajar a alguna región remota del espacio o del tiempo. Una mentalidad algo distinta, aunque no necesariamente más elevada, busca al maestro en el escritor. Propagandista, moralista, profeta: ésta es la secuencia ascendente. Podemos acudir al maestro no sólo en busca de una formación moral sino también de conocimientos directos, de simples datos. ¡ Ay!, he conocido a personas cuyo propósito al leer a los novelistas franceses y rusos era aprender algo sobre la vida del alegre París o de la triste Rusia. Por último, y sobre todo, un gran escritor es siempre un gran encantador, y aquí es donde llegamos a la parte  verdaderamente emocionante: cuando tratamos de captar la magia individual de su genio, y estudiar el estilo, las imágenes, y el esquema de sus novelas o de sus poemas. 

Las tres facetas del gran escritor -magia, narración, lección- tienden a mezclarse en una impresión de único y unificado resplandor, ya que la magia del arte puede estar presente en el mismo esqueleto del relato, en el tuétano del pensamiento. Hay obras maestras con un pensamiento seco, limpio, organizado, que provocan en nosotros un estremecimiento artístico tan fuerte como puede provocarlo una novela como Mansfield Park o cualquier torrente dickensiano de imaginación sensual. Creo que una buena fórmula para comprobar la calidad de una novela es, en el fondo, una combinación de precisión poética y de intuición científica. Para gozar de esa magia, el lector inteligente lee el libro genial no tanto con el corazón, no tanto con el cerebro, sino más bien con la espina dorsal. Aquí donde tiene lugar el estremecimiento revelador, aun cuando al leer debamos mantenernos un poco distantes, un poco despegados. Entonces observamos, con un placer a la vez sensual e intelectual, cómo el artista construye su castillo de naipes, y cómo ese castillo se va convirtiendo en un castillo de hermoso acero y cristal.

jueves, 22 de marzo de 2012

Premio Rey de España a la mejor Fotografía - XXIX edición


Foto: Wilton Junior
La foto que el brasileño Wilton Junior capturó de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, es simplemente impresionante. La fotografía se hizo merecedora hoy del Premio Internacional de Periodismo Rey de España.
El reportero gráfico nos muestra la imagen de Rousseff , en apariencia, atravesada por la espada que empuña un militar cuando le rinde honores. La expresión de la mandataria de Brasil refuerza el impacto en la imagen.
Wilton cuenta que tenía en mente reflejar en una imagen “fuerte” una síntesis del difícil momento político que experimentaba Rousseff el año pasado.
“Me enteré de la polémica generada por la foto días después de ser publicada. Me pareció algo curioso y estimulante. Es bueno cuando una imagen despierta un debate de este nivel. Creo que nuestro papel es este: hacer que las personas piensen”, comentó el fotógrafo a la revista Photo Magazine.
La instantánea fue publicada en el diario “O Estado de S. Paulo” el 21 de agosto de 2011 y en la revista “Veja” el 31 de agosto del mismo año.
Wilton de Sousa Junior, de 37 años, es periodista de prensa desde hace 19 años, y desde 2001 trabaja en la corresponsalía de Río del diario “O Estado de S. Paulo”.
EFE señala que ha participado en importantes coberturas como la captura de los asesinos del periodista de investigación Tim Lopes (septiembre de 2002), el paso de la antorcha olímpica por Río (abril de 2004), la visita del Papa Benedicto XVI (mayo de 2007) a la ciudad de Sao Paulo, la copa América (junio y julio de 2007) en Venezuela y la Copa del Mundo de Fútbol de 2010 en Sudáfrica.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Narrando historias de guerra: Natalia una periodista paisa modelo


Natalia, la paisa que narra historias de guerra

 
Natalia Orozco es una periodista antioqueña que desde hace 10 años se desempeña como corresponsal internacional, enfrentándose a la cobertura de distintos conflictos bélicos como la pasada guerra en Libia.

Ingeniosa para sobrevivir a la guerra y narrar su horrores. Sin escatimar esfuerzos, en medio de las balas y los cadáveres que dejan los conflictos, Natalia Orozco, una periodista antioqueña egresada de la UPB, ha informado sobre varios conflictos desde el frente de batalla, labor que ha sido reconocida con numerosos galardones. EL COLOMBIANO dialogó con ella sobre el desempeño de su profesión.

Ya son 10 años como corresponsal internacional ¿Cómo ha sido la experiencia?

"Mi trabajo me ha permitido cubrir durante 10 años, desde el lugar de los hechos, algunos acontecimientos mundiales que marcaron la historia reciente. Me siento muy privilegiada y sobretodo muy agradecida. Primero fue EL COLOMBIANO el que me dio su voto de confianza y me inauguró como corresponsal en Francia, asignándome la entrevista al entonces presidente Andrés Pastrana en su visita a París. Después fue para radio y TV que cubrí la muerte de Yasser Arafat. Como enviada de Caracol Radio , seguí al expresidente Álvaro Uribe a capitales de Europa. Finalmente cubrí para RCN, Univisión, NTN24y Teleamazonas , la guerra en Libia".

¿Qué le dejó la cobertura en Libia?

"Me dejo vivencias de enorme intensidad, una gran experiencia profesional y un segundo premio Simón Bolívar. La cobertura de una guerra es extremadamente demandante periodística y emocionalmente. Mas aún, en esta guerra, en la que no teníamos ninguna conexión con el mundo exterior, no había teléfonos ni internet. Eventualmente un satelital que funcionaba de vez en cuando. Dado que las condiciones logísticas fueron tan difíciles, especialmente en Trípoli, las relaciones de solidaridad que se crean con los colegas son muy fuertes. Cuando llegamos, la ciudad estaba en pleno combate y llena de francotiradores. No había agua y la comida escaseaba. El hotel fue atacado varias veces. Entendí lo que quiere decir que 'el estrés de una noticia va mas allá de no dejarse chiviar'. Tiene que ver con registrar los hechos y mantenerte con vida".

¿Cómo analiza la muerte de Gadafi?

"Hubiera preferido verlo enfrentado a una corte internacional. En esta guerra se dieron excesos de una crueldad indescriptible de ambos bandos y errores de la Otán. No me sorprendió que las cosas terminaran de esa forma, pero es un mal principio para una transición a la democracia".

Con el documental "Guantánamo: ¿hasta cuándo?" ganó su primer Premio Simón Bolívar ¿Qué recuerda de esa experiencia?

"El Pentágono permite que algunos periodistas lleguen a la prisión y comienza un espectáculo, frente al cual tenía que ser muy crítica. Recuerdo que me tocó respirar profundo cuando nos mostraban a los prisioneros (mucho de ellos ya libres de todo cargo) detrás de un vidrio como si fueran animales en un zoológico. No podíamos entrevistarlos. Cruzábamos miradas mientras lo militares nos narraban lo bien que eran tratados. Una vez salí de Guantánamo le pedí a mis jefes el permiso para dedicarme a buscar los exdetenidos que tratan de reconstruir sus vidas en Europa. Que me permitieran hablar con sus abogados y con defensores de derechos humanos y confrontar las versiones. Afortunadamente me lo autorizaron".

¿Cómo ve el periodismo de hoy y el valor de las redes sociales?

"Son herramientas de enorme valor que deben ser adoptadas con profundo criterio y en la gran mayoría, confrontadas con rigor. Pero sin duda representan una oportunidad y un desafío al periodismo. Nos obligan a reinventar, repensar y reformar nuestra capacidad de investigar, analizar e informar".

¿Cómo analiza la labor informativa en Colombia?

"Hay medios y periodistas que realizan un trabajo maravilloso, que me inspiran enorme respeto por el reto de ejercer la profesión en un país tan apasionante y complejo como Colombia. Como corresponsal internacional me he sentido libre de decir lo que pienso y preguntar lo que creo pertinente. Pero después de haber observado con enorme atención el periodismo en el país, me preocupa mucho el tema de la autocensura".

¿Cuál es el consejo que le da a las nuevas generaciones de periodistas?

"Creo que la integridad, la curiosidad insaciable, la mirada sensible y solidaria al mundo, sumados al criterio y a la intuición son el capital principal de todo periodista. El periodismo, que no es una profesión sino una vocación, está hecho para confrontar verdades a medias que las instituciones, los hombres de poder, las grandes corporaciones, e incluso las tradiciones nos hacen creer absolutas. Hay que desnudarse de prejuicios, perder el miedo a provocar o incomodar, defender con humildad y fuerza tus convicciones hasta que otro te demuestre que estás equivocado. En mi concepto para el periodista todos somos iguales y no hay verdades absolutas. Lo único inamovible son los principios."

¿A qué dedica su tiempo ahora, que está radicada en Francia?

" Hace un año renuncié al registro diario de la noticia, a la lógica de la chiva y al frenetismo de la última hora. Lo hice para buscar caminos que me permitieran ejercer un periodismo más analítico, investigativo y que, más allá de la actualidad, esté comprometido con la formación del criterio y sensibilización de la opinión pública. NTN24, que entendió mi decisión, me asignó el cubrimiento de Libia, terreno fértil para una vez cumplida mi labor como enviada especial, probarme como documentalista independiente. Ha sido impactante, pero he aprendido mucho. Invertí todos mis ahorros y me lancé a hacer un primer documental. Me desplacé varias veces a Libia y una vez en París, me dediqué a aprender de guiones y de cinematografía documental. Volví a ser estudiante, a leer mucho y a ser la última de la fila".

¿Piensa volver al país?

"Si alguien me invita a trabajar en un proyecto periodístico o humanitario en el que sienta que aporto algo real y concreto de lo aprendido en estos años de vida profesional, vuelvo de inmediato. Estoy lista para un nuevo reto, para dar de lo recibido y ojalá sea en Colombia, o en relación con América Latina".

martes, 27 de septiembre de 2011

La historieta como didáctica


La historieta como motor de aprendizaje
Truchafrita | Esta historieta fue realizada por Álvaro Vélez, quien lleva 17 años dibujando y es director de la Editorial Robot que publica uno de los fanzines más constantes del país. Truchafrita es profesor de historia en la Universidad de Antioquia.

La historieta como motor de aprendizaje

HAY DIFERENTES CÓMIC que con el lenguaje propio de este arte educan al público que lo consume, los temas van desde la Segunda Guerra Mundial hasta teoremas de física, una estrategia que se puede utilizar.
Daniel Rivera Marín | Medellín | Publicado el 25 de septiembre de 2011
Lo primero que buscan los niños en un libro son los dibujos. También los estudiantes universitarios buscan imágenes o diagramas para entender teorías, y cuando usted abre este periódico quiere que las fotografías ilustren a pie juntillas lo que los textos dicen.


El historietista independiente Robert Crumb, enseñó, por medio de su rebeldía y de sus trazos que van contra la corriente del cómic de superhéroes estadounidense, que la historieta tiene identidad propia y que con ella se puede hacer lo que se quiera, incluso, además de entretener, educar.



Ejemplos del cómic pedagógico están en libros que registran la historia, como Maus, de Art Spiegelman, novela gráfica que retrata lo pormenores del holocausto nazi en la Segunda Guerra Mundial.



Ricardo Liniers Siri, historietista argentino, resalta de Maus, que a diferencia de los libros de texto, "este muestra muchos detalles, no es algo global, enseña cómo se escondieron los judíos en los ghettos, es un libro de historia, la narración visual es muy buena".



Y el ejemplo de Maus solo es uno entre muchos, el mismo Robert Crumb ilustró los 50 capítulos del Génesis y el trabajo que ha realizado el estadounidense Larry Gonick con sus libros La historia del universo en cómic, Historia del mundo moderno en cómic, Guía de genética en cómic, Guía de sexo en cómic, Guía de química en cómic y cerca de 10 títulos más, son una muestra de que la historieta tiene las mismas cualidades que otras artes, educar a cualquier público.



Para Matt Madden, figura importante de las viñetas independientes en E.U. y quien se destaca como maestro y conferencista, una de las virtudes que hay que aprovechar es que la gente joven, mientras estudia, se está divirtiendo, porque, aunque el cómic tiene contenidos muy serios, su estructura es bella y entretenida.



"Para los jóvenes parecerá más ligero, pero no lo es. Puede tener el mismo contenido de cualquier libro de texto, pero presenta la información de una forma que parece menos densa", dice Matt Madden, para agregar: "Leí en el New York Times que investigaciones demuestran que si uno estudia algo con puro texto solo va a acordar un 10 por ciento después de una semana; pero si ese libro tiene algún gráfico, mapas o dibujos la cifra crece, se va a recordar el 70 por ciento".



Por su parte, Joni Benjumea (Joni b), comiquero de la ciudad y profesor en la Universidad de Antioquia, cree que en Colombia y en el sistema educativo hay que entender que los cómics "son una forma de hacer, la gente piensa que es un género solo para superhéroes y ya. No, esto es una forma de arte y existen todos los géneros posibles, hay cómics que parecen ensayos, novelas y textos educativos de muchos temas específicos".



En Medellín ya hay un proyecto que por medio de la historieta quiere educar a los lectores, es el Proyecto Babel del Colombo Americano, una revista de manga que divulga el aprendizaje del inglés.



Claudia Villa, coordinadora del proyecto, sostiene que "lo que queríamos era motivar a los jóvenes a aprender inglés, porque ellos se identifican con ese material y ahora le gusta hasta a los adultos". Y es que las historias que allí se entretejen tienen un tinte de localidad, "la idea es mirar el uso del inglés desde lo cotidiano".



Liniers, recordó con algo de envidia que en las comiquerías de París se pueden ver personas de hasta 60 y 70 años buscando lo que les gusta de las historietas, porque en otros países las viñetas no están estigmatizadas de cosas para niños, porque con ellas se puede llegar al gusto de todos los públicos y así, educar.


miércoles, 13 de julio de 2011

jueves, 9 de junio de 2011

Juan José Hoyos: Docente y cronista de alto vuelo



Juan José Hoyos Naranjo: mientras caen las flores de los guayacanes

Por Carlos Mario Correa Soto

Como el mejor cronista colombiano de los años 80 fue catalogado Juan José Hoyos por el reconocido periodista Germán Castro Caycedo. Perfil sobre este cultor e investigador del periodismo narrativo.

















Es muy probable que ahora que se jubiló el profesor Juan José Hoyos Naranjo esté  dedicado de tiempo completo a ver caer las flores de los guayacanes amarillos como cuando era un niño y “parecía que alumbraban en la noche”, y vivía en Aranjuez.

En esta barriada del oriente de Medellín, donde nació en 1953, su alma quedó tatuada por las cosas y los sucesos que definieron su vocación de periodista y su sensibilidad para ser escritor de crónicas y de novelas, y docente universitario.

También quedó marcado por la escuela popular donde aprendió a leer y a escribir a instancias de un maestro que había sido arriero, por la belleza sin maquillaje de las muchachas en flor, por los parques, los cafés, las heladerías, el cine, el bolero, el tango y la balada; por los avatares de su padre, músico de pueblo e inspector de policía, quien lo llevó a recorrer Guayaquil y lo engolosinó con los periódicos que llevaba a la casa en el bolsillo; y por la muerte por enfermedad de una hermana de 18 años y la muerte por riña cantinera… por el olor del jazmín…
La televisión colombiana realizó la telenovela Tuyo es mi corazón, basada en el libro del mismo nombre escrito por Juan José Hoyos.

Crecí jugando fútbol en las canchas de Aranjuez y Santa Cruz. ¡Qué días tan felices!” En 1959, cuando la señorita Inés le hizo el examen para que lo recibieran en primero de primaria en la escuela San Agustín, Juan José “recitaba con la misma propiedad el catecismo del padre Astete y la alineación del DIM”, un equipo que fue “de perdedores” en esos, y en otros tiempos. “Qué bueno ser hincha de un equipo pequeño como el DIM. ¡No humillamos a nadie y siempre vamos por la vida de derrota en derrota hasta la victoria final!”

En sus años de adolescente, Juan José, que para entonces ya vivía con su familia en Itagüí y se educaba en el Colegio de El Rosario, aprendería a valorar el humanismo de los curas que lo pusieron en contacto con los libros clásicos de la literatura universal, pero al mismo tiempo se rebelaría contra esa educación católica y se definiría por el agnosticismo.

En 1970, a la hora de dar el paso a la formación universitaria, pensó en estudiar arquitectura o sicología, pero ya sabía lo que quería ser en la vida: escritor. Por eso, al igual que muchos de los autores que había leído con excitación, eligió el camino correcto: el periodismo, el cual estudió en la Universidad de Antioquia.


<Conversatorio “El periodismo como memoria”. 9 de febrero de 2011, Universidad EAFIT, con Juan 
José Hoyos y Alberto Donadio.
En 1973, Juan José conoció al escritor Manuel Mejía Vallejo y asegura que eso le volteó la vida porque “él me impresionó mucho como persona y fue el primer gran escritor vivo que yo conocí porque los demás que había conocido eran muy valiosos, pero no con una voz personal tan fuerte, con un mundo propio y tan ligado a la vida como él”.

Para 1978, Juan José era corresponsal en Medellín del periódico El Tiempo y “sacándole tiempo al Tiempo” y al desastre cotidiano que debía redactar como noticia, en ansiosas jornadas en sus martes de “descanso”, fue escribiendo Tuyo es mi corazón, su primera novela, publicada en 1984.

Contrariado por los patrones del periodismo informativo que se aferran al discurso de la objetividad y de paso normalizan y envilecen a los reporteros, Juan José buscó reencontrarse consigo mismo exiliándose en el territorio extenso y feraz de los libros.

Por este motivo la génesis de El cielo que perdimos (1990), su segunda novela, está en ese “doble taller” en el que el periodista polaco Ryszard Kapuscinski les recomendó trabajar simultáneamente a los corresponsales de agencias de prensa y a los redactores de los diarios.



Y se encuentra también en varias circunstancias, motivaciones e intereses personales y profesionales de su autor que le ayudaron a resolver problemas del oficio narrativo, a curarse de dolores del cuerpo y del alma, y a dar testimonio de Medellín al comienzo de una de sus épocas más funestas.

Novelas en “clave de autobiografía”, las llama Juan José, pero bien pueden ser crónicas autobiográficas…Sus personajes principales, Carlos y Juan Fernando, miran y sienten la vida como la mira y la siente él…

Desde 1981 y durante los siguientes 27 años, hasta cuando le dio la gana de jubilarse, Juan José fue reconocido por decenas de alumnos de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Antioquia por su amor, investigación y conocimientos del periodismo narrativo y de sus principales géneros, la crónica y el reportaje.

Su clases, enriquecidas de anécdotas y apuntes biográficos y bibliográficos, se trasladaban de los salones a los bares y cafés, a las calles y parques de la ciudad, y años más tarde a las tertulias del Club de Lectura John Reed, donde tanto se evocó la memoria y el talento de la prosa de uno de los pioneros del periodismo literario moderno, en medio de los olores mezclados del café tinto, la cerveza y el papel envejecido en la librería de libros leídos de “El hamaquero”.

Juan José Hoyos, a la derecha de la imagen, el 9 de febrero de 2011, 
Día del Periodista en Colombia, durante la lección inaugural de 
Comunicación Social de EAFIT. / Foto Sebastián Pulgarín
Persuadido por la idea de Hegel según la cual el arte no tiene nada que ver con la belleza sino con la verdad, Juan José —catalogado por Germán Castro Caycedo como el mejor cronista de Colombia en los años ochenta—, escribió con “la fuerza de lo vivido y de la verdad” los reportajes reunidos en los libros Sentir que es un soplo la vida, El Oro y la Sangre Janyama: Un aprendiz de jaibaná; desarrolló sus investigaciones y ensayos didácticos Un pionero del reportaje en Colombia. Francisco de Paula Muñoz y El crimen de AguacatalEscribiendo historias. El arte y el oficio de narrar en el periodismo y La Pasión de contar. El periodismo narrativo en Colombia 1638-2000; y publica sus columnas dominicales en El Colombiano en las que, con la experiencia de haberle dado la vuelta a su oficio pasando por todos sus géneros, explora las posibilidades formales y temáticas del periodismo de comentario.

—Juan José, ¿cómo fuiste de profesor? Le preguntamos una vez. 



Y nos respondió:


Yo no sé; creo que como una madre católica. Yo para eso emplee el método que aprendí en un poema de José Manuel Arango— cuya amistad también lo marcó en el alma— que expresa: “no hay camino dice el maestro, si acaso existiera algún camino, nadie podría encontrarlo y si alguien por ventura lo hallara no podría enseñárselo a otro”. Entonces yo lo que hice con mis estudiantes fue bregar a acercarlos con amor a la literatura y el periodismo”.

Con el paso de los años los egresados de las universidades recuerdan, si acaso, a uno o a dos de sus profesores. Juan José evoca las clases de literatura y poesía del profesor Elkin Restrepo que lo “marcaron profundamente” en la U. de A. Y ahora, los ex alumnos de Comunicación Social del Alma Máter evocamos las clases de periodismo y literatura de Juan José que tan intensamente nos provocaron para investigar y escribir como reporteros, pues se trata del profesor que tenemos en nuestras mentes a pesar del paso devastador del tiempo que nos hace “sentir que es un soplo la vida”.