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lunes, 21 de noviembre de 2011
Coeficiente Intelectual: ¿Quiere medir su IQ?
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7:18 p.m.


sábado, 19 de noviembre de 2011
La teoría Especial de la relatividad en riesgo: Einstein podría ser rebatido
Cortesía Cern | Aspecto del acelerador de partículas CERN en Ginebra, Suiza. Desde allí se dispararon los rayos de partículas hacia Gran Sasso. Las pruebas terminaron el 6 de noviembre. Neutrinos son partículas que no interactúan casi con la materia ordinaria. Cada segundo, millones atraviesan a todas las personas y cosas.
Otra vez llegó de segunda la luz
EN NUEVOS ENSAYOS científicos del proyecto Opera confirmaron que los neutrinos viajan más rápido que la luz. Continúa la incredulidad de los físicos: se piden experimentos independientes. Hay preparativos.
La sola insinuación de que puede haber una partícula más veloz que la luz tiene a punta de calmantes a decenas de físicos de todo el planeta.
Por segunda vez en menos dos meses, científicos del experimento Opera revelaron datos que indican que los neutrinos viajan más a más de 300.000 kilómetros por segundo.
El solo anuncio paró los pelos de físicos que no creen que eso sea posible.
En septiembre se informó que un rayo de neutrinos disparado desde el laboratorio europeo de partículas CERN cerca a Ginebra (Suiza) hacia el Laboratorio Nacional Gran Sasso cerca a L'Aquila en Italia, recorrió los 730 kilómetros a una velocidad mayor que la de la luz, algo que va contra la requetecomprobada Teoría Especial de la Relatividad de Albert Einstein.
A raíz del revuelo mundial, y reconociendo previamente que los resultados debían ser confirmados, el grupo de físicos repitió el experimento, tratando de afinar cualquier posible error en la medición, mediante GPS, de la distancia entre los dos centros.
Como se cuestionó además el intervalo de 10,5 millonésimas de segundo en los pulsos de protones emitidos por el CERN hacia Gran Sasso, los físicos rediseñaron el experimento generando pulsos de tres nanosegundos.
Fue así como registraron 20 eventos en el nuevo ensayo, alcanzando resultados estadísticos significativos para mostrar que los neutrinos llegaron a Gran Sasso 60 nanosegundos más rápido que la velocidad de la luz.
El anuncio fue hecho ayer en una revista especializada, lo que de nuevo encendió la polémica y casi hizo desmayar a los escépticos o quienes creen que algo anda mal.
Caren Hagner, de la Universidad de Hamburgo en Alemania, participante en el nuevo ensayo y quien no quiso firmar el primer artículo en septiembre porque creía que se requerían más pruebas, ahora sí dio el aval. "Logramos mayor precisión", dijo, en el mismo sentido de las palabras del coordinador del experimento Opera, Dario Autiero, del Instituto de Física Nuclear de Lión.
Pese a ello, algunos físicos recordaron al astrónomo Carl Sagan, cuando decía que hallazgos extraordinarios requieren evidencias extraordinarias, por lo que piden que otros actores realicen el experimento.
Si se confirmara el hallazgo, sería uno de los más importantes de la ciencia de este siglo y redefiniría buena parte de la física moderna.
El mejor candidato para realizar los estudios independientes es el proyecto Minos, del laboratorio Fermilab en Estados Unidos. Y a eso apuntan sus encargados.
No tan rápido.
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10:41 p.m.


viernes, 18 de noviembre de 2011
Vladimir Nabokov... leer es acariciar los detalles
Buenos lectores y buenos escritores
Vladimir Nabokov
Introducción del libro "Curso de literatura europea"
«Cómo ser un buen lector», o «Amabilidad para con los autores»; algo así podría servir de subtítulo a estos comentarios sobre diversos autores, ya que mi propósito es hablar afectuosamente, con cariñoso y moroso detalle, de varias obras maestras europeas. Hace cien años, Flaubert, en una carta a. su amante, hacía el siguiente comentario: «qué sabios seríamos si sólo conociéramos bien cinco o seis libros».
Al leer, debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos. Nada tienen de malo las lunáticas sandeces de la generalización cuando se hacen después de reunir con amor las soleadas insignificancias del libro. Si uno empieza con una generalización prefabricada, lo que hace es empezar desde el otro extremo, alejándose del libro antes de haber empezado a comprenderlo. Nada más molesto e injusto para con el autor que empezar a leer, supongamos, Madame Bovary, con la idea preconcebida de que es una denuncia de la burguesía. Debemos tener siempre presente que la obra de arte es, invariablemente, la creación de un mundo nuevo, de manera que la primera tarea consiste en estudiar ese mundo nuevo con la mayor atención, abordándolo como algo absolutamente desconocido, sin conexión evidente con los mundos que ya conocemos. Una vez estudiado con atención este mundo nuevo, entonces y sólo entonces estaremos en condiciones de examinar sus relaciones con otros mundos, con otras ramas del saber.
Otra cuestión: ¿Podemos obtener información de una novela sobre lugares y épocas? ¿Puede ser alguien tan ingenuo como para creer que esos abultados best-sellers difundidos por los clubs del libro bajo el enunciado de «novelas históricas» pueden contribuir al enriquecimiento de nuestros 'conocimientos sobre el pasado? Pero ¿y las obras maestras? ¿Podemos fiarnos del retrato que hace Jane Austen de la Inglaterra terrateniente, con sus baronets y sus jardines paisajistas, cuando todo lo que ella conocía era el salón de un pastor protestante? Y Casa Desolada, esa fantástica aventura amorosa en un Londres fantástico, ¿podemos considerarla un estudio del Londres de hace cien años? Desde luego que no. Y lo mismo ocurre con las demás novelas de esta serie. La verdad es que las grandes novelas son grandes cuentos de hadas... y las que vamos a estudiar aquí lo son en grado sumo.
El tiempo y el espacio, el color de las estaciones, el movimiento de los músculos y de la mente, todas estas cosas no son, para los escritores de genio (por lo que podemos suponer, y confío en que suponemos bien), nociones tradicionales que pueden sacarse de la biblioteca circulante de las verdades públicas, sino una serie de sorpresas extraordinarias que los artistas maestros han aprendido a expresar a su manera personaL La ornamentación del lugar común incumbe a los autores de segunda fila; éstos no se molestan en reinventar el mundo; sólo tratan de sacarle el jugo lo mejor que pueden a un determinado orden de cosas, a los modelos tradicionales de la novelística. Las diversas combinaciones que un autor de segunda fila es capaz de producir dentro de estos límites fijos pueden ser bastante divertidas, pese a su carácter efímero, porque a los lectores de segunda les gusta reconocer sus propias ideas vestidas con un disfraz agradable. Pero el verdadero escritor, el hombre que hace girar planetas, que modela a un hombre dormido y manipula ansioso la costilla del durmiente, esa clase de autor no tiene a su disposición ningún valor predeterminado: debe crearlos él. El arte de escribir es una actividad futil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción. Puede que la materia de este mundo sea bastante real (dentro de las limitaciones de la realidad), pero no existe en absoluto como un todo fijo y aceptado: es el caos; y a este caos le dice el autor: «¡Anda !», dejando que el mundo vibre y se funda. Entonces, los átomos de este mundo, y no sus partes visibles y superficiales, entran en nuevas combinaciones. El escritor es el primero en trazar su mapa y- poner nombre a los objetos naturales que contiene. Estas bayas son comestibles. Ese bicho moteado que se ha cruzado veloz en mi camino se puede domesticar. Aquel lago entre los árboles se llamará Lago de Opalo o, más artísticamente, Lago Aguasucia. Esa bruma es una montaña... y aquella montaña tiene que ser conquistada. El artista maestro asciende por una ladera sin caminos trazados; y una vez arriba, en la cumbre batida por el viento, ¿con quién diréis que se encuentra? Con el lector jadeante y feliz. Y allí, con un gesto espontáneo, se abrazan y, si el libro es eterno, se unen eternamente.
Una tarde, en una remota universidad de provincia donde daba yo un largo cursillo, propuse hacer una pequeña encuesta: facilitaría diez definiciones de lector; de las diez, los estudiantes debían elegir cuatro que, combinadas, equivaliesen a un buen lector. He perdido esa lista; pero según recuerdo, la cosa era más o menos así:
Selecciona cuatro respuestas a la pregunta «¿qué cualidades debe tener uno para ser un buen lector?»:
1) Debe pertenecer a un club de lectores.
2) Debe identificarse con el héroe o la heroína.
3) Debe concentrarse en el aspecto socioeconómico.
4) Debe preferir un relato con acción y diálogo a uno sin ellos.
5) Debe haber visto la novela en película.
6) Debe ser un autor embrionario.
7) Debe tener imaginación.
8) Debe tener memoria.
9) Debe tener un diccionario.
10) Debe tener cierto sentido artístico.
Los estudiantes se inclinaron en su mayoría por la identificación emocional, la acción y el aspecto socioeconómico o histórico. Naturalmente, como habréis adivinado, el buen lector es aquel que tiene imaginación, memoria, un diccionario y cierto sentido artístico..., sentido que yo trato de desarrollar en mi mismo y en los demás siempre que se me ofrece la ocasión.
A propósito, utilizo la palabra lector en un sentido muy amplio. Aunque parezca extraño, los libros no se deben leer: se deben releer. Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un «relector». Y os diré por qué. Cuando leemos un libro por primera vez, la operación de mover laboriosamente los ojos de izquierda a derecha, línea tras línea, página tras página, actividad que supone un complicado trabajo físico con el libro, el proceso mismo de averiguar en el espacio y en el tiempo de qué trata, todo esto se interpone entre nosotros y la apreciación artística. Cuando miramos un cuadro, no movemos los ojos de manera especial; ni siquiera cuando, como en el caso del libro, el cuadro contiene ciertos elementos de profundidad y desarrollo. El factor tiempo no interviene realmente en un primer contacto con el cuadro. Al leer un libro, en cambio, necesitamos tiempo para familiarizarnos con él. No poseemos ningún órgano físico (como los ojos respecto a la pintura) que abarque el conjunto entero y pueda apreciar luego los detalles. Pero en una segunda, o tercera, o cuarta lectura, nos comportamos con respecto al libro, en cierto modo, de la misma manera que ante un cuadro. Sin embargo, no debemos confundir el ojo físico, esa prodigiosa obra maestra de la evolución, con la mente, consecución más prodigiosa aún. Un libro, sea el que sea -ya se trate de una obra literaria o de una obra científica (la línea divisoria entre una y otra no es tan clara como generalmente se cree)-, un libro, digo, atrae en primer lugar a la mente. La mente, el cerebro, el coronamiento del espinazo es, o debe ser, el único instrumento que debemos utilizar al enfrentarnos con un libro.
Sentado esto, veamos cómo funciona la mente cuando el melancólico lector se enfrenta con el libro risueño. Primero, se le disipa la melancolía, y para bien o para mal, el lector participa en el espíritu del juego. El esfuerzo de empezar un libro, sobre todo si es elogiado por personas a las que el lector joven considera en su fuero interno demasiado anticuadas o demasiado serias, es a menudo difícil de realizar; pero una vez hecho, las compensaciones son numerosas y variadas. Puesto que el artista maestro ha utilizado su imaginación para crear su libro, es natural y lícito que el consumidor del libro también utilice la suya.
Sin embargo, hay al menos dos clases de imaginación en el caso del lector. Veamos, pues, cuál de las dos es la más idónea para leer un libro. En primer lugar está el tipo, bastante modesto por cierto, que busca apoyo en emociones sencillas y es de naturaleza netamente personal (hay diversas subespecies en este primer apartado de lectura emocional). Sentimos con gran intensidad la situación expuesta en el libro porque nos recuerda algo que nos ha sucedido a nosotros o a alguien a quien conocemos o hemos conocido. O el lector aprecia el libro sobre todo porque evoca un país, un paisaje, un modo de vivir que él recuerda con nostalgia como parte de su propio pasado. O bien, y esto es lo peor que puede hacer el lector, se identifica con uno de los personajes. No es este tipo modesto de imaginación el que yo quisiera que utilizasen los lectores. Así que ¿cuál es el auténtico instrumento que el lector debe emplear? La imaginación impersonal y la fruición artística. Tiene que establecerse, creo, un equilibrio armonioso y artístico entre la mente de los lectores y la del autor. Debemos mantenernos un poco distantes y gozar de este distanciamiento a la vez que gozamos intensamente -apasionadamente, con lágrimas y estremecimientos- de la textura interna de una determinada obra maestra.
Por supuesto, es imposible ser completamente objetivo en estas cuestiones. Todo lo que vale la pena es en cierto modo subjetivo. Por ejemplo, puede que vosotros allí sentados no seáis más que un sueño mío, y puede que yo sea una de vuestras pesadillas. Lo que quiero decir es que el lector debe saber cuándo y dónde refrenar su imaginación; lo hará tratando de dilucidar el mundo específico que el autor pone a su disposición. Tenemos que ver cosas y oir cosas: visualizar las habitaciones, las ropas, los modales de los personajes de un autor. El color de los ojos de Fanny Price, protagonista de Mansfield Park, y el mobiliario de su pequeña y fría habitación, son importantes.
Cada cual tiene su propio temperamento; pero desde ahora os digo que el mejor temperamento que un lector puede tener, o desarrollar, es el que resulta de la combinación del sentido artístico con el científico. El artista entusiasta propende a ser demasiado subjetivo en su actitud respecto al libro; por tanto, cierta frialdad científica en el juicio templará el calor intuitivo. En cambio, si el aspirante a lector carece por completo de pasión y de paciencia -pasión de artista y paciencia de científico-, difícilmente gozará con la gran literatura.
La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo del valle neanderthal gritando «el lobo, el lobo», con un enorme lobo gris pisándole los talones; la literatura nació el día en que un chico llegó gritando «el lobo, el lobo», sin que le persiguiera ningún lobo. El que el pobre chaval acabara siendo devorado por un animal de verdad por haber mentido tantas veces es un mero accidente. Entre el lobo de la espesura y el lobo de la historia increíble hay un centelleante término medio. Ese término medio, ese prisma, es el arte de la literatura.
La literatura es invención. La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador, como lo es la architramposa Naturaleza. La Naturaleza siempre nos engaña. Desde el engaño sencillo de la propagación de la luz a la ilusión prodigiosa y compleja de los colores protectores de las mariposas o de los pájaros, hay en la Naturaleza todo un sistema maravilloso de engaños y sortilegios. El autor literario no hace más que seguir el ejemplo de la Naturaleza.
Volviendo un momento al muchacho cubierto con pieles de cordero que grita «el lobo, el lobo», podemos exponer la cuestión de la siguiente manera: la magia del arte estaba en el espectro del lobo que él inventa deliberadamente, en su sueño del lobo; más tarde, la historia de sus bromas se convirtió en un buen relato. Cuando pereció finalmente, su historia llegó a ser un relato didáctico, narrado por las noches alrededor de las hogueras. Pero él fue el pequeño mago. Fue el inventor.
Hay tres puntos de vista desde los que podemos considerar a un escritor: como narrador, como maestro, y como encantador. Un buen escritor combina las tres facetas; pero es la de encantador la que predomina y la que le hace ser un gran escritor.
Al narrador acudimos en busca del entretenimiento, de la excitación mental pura y simple, de la participación emocional, del placer de viajar a alguna región remota del espacio o del tiempo. Una mentalidad algo distinta, aunque no necesariamente más elevada, busca al maestro en el escritor. Propagandista, moralista, profeta: ésta es la secuencia ascendente. Podemos acudir al maestro no sólo en busca de una formación moral sino también de conocimientos directos, de simples datos. ¡Ay!, he conocido a personas cuyo propósito al leer a los novelistas franceses y rusos era aprender algo sobre la vida del alegre París o de la triste Rusia. Por último, y sobre todo, un gran escritor es siempre un gran encantador, y aquí es donde llegamos a la parte verdaderamente emocionante: cuando tratamos de captar la magia individual de su genio, y estudiar el estilo, las imágenes, y el esquema de sus novelas o de sus poemas.
Las tres facetas del gran escritor -magia, narración, lección- tienden a mezclarse en una impresión de único y unificado resplandor, ya que la magia del arte puede estar presente en el mismo esqueleto del relato, en el tuétano del pensamiento. Hay obras maestras con un pensamiento seco, limpio, organizado, que provocan en nosotros un estremecimiento artístico tan fuerte como puede provocarlo una novela como Mansfred Park o cualquier torrente dickensiano de imaginación sensual. Creo que una buena fórmula para comprobar la calidad de una novela es, en el fondo, una combinación de precisión poética y de intuición científica. Para gozar de esa magia, el lector inteligente lee el libro genial no tanto con el corazón, no tanto con el cerebro, sino más bien con la espina dorsal. Aquí donde tiene lugar el estremecimiento revelador, aun cuando al leer debamos mantenernos un poco distantes, un poco despegados. Entonces observamos, con un placer a la vez sensual e intelectual, cómo el artista construye su castillo de naipes, y cómo ese castillo se va convirtiendo en un castillo de hermoso acero y cristal.
Vladimir Nabokov
Rusia, 1899 - Suiza, 1977
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12:03 p.m.


Octavio Paz... En libertad bajo palabra
Octavio Paz (1914-1998) Nobel de Literatura 1990 |
Bajo tu clara sombra
[1935-1938]
I
Bajo
tu clara sombra vivo
como
la llama al aire,
en
tenso aprendizaje de lucero.
II
Tengo que hablaros de ella.
Suscita fuentes en el día,
puebla de mármoles la noche.
La huella de su pie
es el centro visible de la tierra,
la frontera del mundo,
sitio sutil, encadenado y libre;
discípula de pájaros y nubes
hace girar al cielo;
su voz, alba terrestre,
nos anuncia el rescate de las aguas,
el regreso del fuego,
la vuelta de la espiga,
las primeras palabras de los árboles,
la blanca monarquía de las alas.
No vio nacer al mundo,
mas se enciende su sangre cada noche
con la sangre nocturna de las cosas
y en su latir reanuda
el son de las mareas
que alzan las orillas del planeta,
un pasado de agua y de silencio
y las primeras formas de la materia fértil.
Tengo que hablaros de ella,
de su fresca costumbre
de ser simple tormenta, rama tierna.
Suscita fuentes en el día,
puebla de mármoles la noche.
La huella de su pie
es el centro visible de la tierra,
la frontera del mundo,
sitio sutil, encadenado y libre;
discípula de pájaros y nubes
hace girar al cielo;
su voz, alba terrestre,
nos anuncia el rescate de las aguas,
el regreso del fuego,
la vuelta de la espiga,
las primeras palabras de los árboles,
la blanca monarquía de las alas.
No vio nacer al mundo,
mas se enciende su sangre cada noche
con la sangre nocturna de las cosas
y en su latir reanuda
el son de las mareas
que alzan las orillas del planeta,
un pasado de agua y de silencio
y las primeras formas de la materia fértil.
Tengo que hablaros de ella,
de su fresca costumbre
de ser simple tormenta, rama tierna.
III
Mira el poder del mundo,
mira el poder del polvo, mira el agua.
Mira los fresnos en callado círculo,
toca su reino de silencio y savia,
toca su piel de sol y lluvia y tiempo,
mira sus verdes ramas cara al cielo,
oye cantar sus hojas como agua.
Mira después la nube,
anclada en el espacio sin mareas,
alta espuma visible
de celestes corrientes invisibles.
Mira el poder del mundo,
mira su forma tensa,
su hermosura inconsciente, luminosa.
Toca mi piel, de barro, de diamante,
oye mi voz en fuentes subterráneas,
mira mi boca en esa lluvia oscura,
mi sexo en esa brusca sacudida
con que desnuda el aire los jardines.
Toca tu desnudez en la del agua,
desnúdate de ti, llueve en ti misma,
mira tus piernas como dos arroyos,
mira tu cuerpo como un largo río,
son dos islas gemelas tus dos pechos,
en la noche tu sexo es una estrella,
alba, luz rosa entre dos mundos ciegos,
mar profundo que duerme entre dos mares.
Mira el poder del mundo:
reconócete ya, al reconocerme.
mira el poder del polvo, mira el agua.
Mira los fresnos en callado círculo,
toca su reino de silencio y savia,
toca su piel de sol y lluvia y tiempo,
mira sus verdes ramas cara al cielo,
oye cantar sus hojas como agua.
Mira después la nube,
anclada en el espacio sin mareas,
alta espuma visible
de celestes corrientes invisibles.
Mira el poder del mundo,
mira su forma tensa,
su hermosura inconsciente, luminosa.
Toca mi piel, de barro, de diamante,
oye mi voz en fuentes subterráneas,
mira mi boca en esa lluvia oscura,
mi sexo en esa brusca sacudida
con que desnuda el aire los jardines.
Toca tu desnudez en la del agua,
desnúdate de ti, llueve en ti misma,
mira tus piernas como dos arroyos,
mira tu cuerpo como un largo río,
son dos islas gemelas tus dos pechos,
en la noche tu sexo es una estrella,
alba, luz rosa entre dos mundos ciegos,
mar profundo que duerme entre dos mares.
Mira el poder del mundo:
reconócete ya, al reconocerme.
IV
Un cuerpo, un cuerpo solo, sólo un cuerpo,
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena…
Esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí
y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante:
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena…
Esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí
y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante:
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.
V
Deja que una vez más te nombre, tierra.
Mi tacto se prolonga
en el tuyo sediento,
largo, vibrante río
que no termina nunca,
navegado por hojas digitales,
lentas bajo tu espeso sueño verde.
Tibia mujer de somnolientos ríos,
mi pabellón de pájaros y peces,
mi paloma de tierra,
de leche endurecida,
mi pan, mi sal, mi muerte,
mi almohada de sangre:
en un amor más vasto te sepulto.
Mi tacto se prolonga
en el tuyo sediento,
largo, vibrante río
que no termina nunca,
navegado por hojas digitales,
lentas bajo tu espeso sueño verde.
Tibia mujer de somnolientos ríos,
mi pabellón de pájaros y peces,
mi paloma de tierra,
de leche endurecida,
mi pan, mi sal, mi muerte,
mi almohada de sangre:
en un amor más vasto te sepulto.
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jueves, 17 de noviembre de 2011
Salsa compuesta en Colombia para todo el mundo: La 33
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9:50 a.m.


miércoles, 16 de noviembre de 2011
Oda a la inmortalidad: Una de las expresiones más bellas del Romanticismo Inglés
ODA
INSINUACIONES DE
INMORTALIDAD
POR RECUERDOS DE LA
TEMPRANA NIÑEZ
Por William Wordsworth
I
Hubo
un tiempo en que prados, bosquecillos, arroyos,
la
tierra, y toda vista acostumbrada,
me
parecían ser, en luz celeste
adornos,
la gloria, la frescura de un sueño.
Hoy
ya no es como fue,
me
vuelva a donde quiera,
de
día o por la noche:
las
cosas que veía no puedo verlas ya.
II
El
Arco Iris sale y se retira,
deliciosa
es la Rosa,
la
Luna, con deleite,
mira
en torno si el cielo está sin nubes;
en
la noche estrellada, el agua corre
hermosa
y deliciosa;
el
Sol brilla en glorioso nacimiento,
pero,
por donde vaya,
sé
que se fue una gloria de la tierra.
III
Hoy
que las aves cantan un canto alegre, así,
y
brincan los borregos como al son del tambor,
me
vino, en soledad, una doliente día:
y
oportunas palabras aliviaron mi mente
y
otra vez tengo fuerzas: desde el borde
del
precipicio suenan trompetas de cascadas;
no
ofenderá otro agravio mío a la primavera:
oigo
por las montañas los ecos en tropel,
llegan
a mí los vientos de los campos del sueño,
La
Tierra está gozosa:
mar
y tierra se entregan
al
regocijo: todo
animal,
con el ánimo de mayo,
hace
su vacación:
¡hijo
de la Alegría,
grita
en torno de mí, déjame oír tus gritos,
tú,
feliz pastorcillo!
IV
Criaturas
benditas, escuché la llamada
que
os hacéis unas a otras; y veo con vosotras
a
los cielos reír en vuestro jubileo:
en
vuestro festival entra mi corazón,
mi
cabeza se ciñe de guirnalda,
la
plenitud de vuestra dicha siento: lo siento todo.
Oh
mal día, si estuviera ceñudo
mientras
la misma tierra se ha adornado
esta
dulce mañana de mayo, cuando están
los
Niños recogiendo,
por
todas partes, frescas
flores,
en tantos valles a lo lejos,
mientras
brilla el sol tibio,
y
el Niñito pequeño salta en brazos
de
la Madre: yo escucho, ¡con alegría escucho!
pero
hay un Árbol, entre muchos, uno,
un
cierto Campo que he mirado tanto,
y
ambos me dicen de algo que se fue:
ante
mis pies, la flor del pensamiento
repite
un cuento siempre:
¿a
dónde huyo aquel brillo visionario?
¿dónde
están hoy las glorias y los sueños?
V
Nuestro
nacer es sólo un dormir y olvidar:
el
Alma que se eleva con nosotros, la Estrella
de
nuestra vida, tuvo su ocaso en otro sitio,
y llega de muy lejos:
no en un entero olvido,
no del todo desnudos,
sino arrastrando nubes de gloria hemos
llegado
de Dios, que es nuestro hogar;
¡en
torno nuestro hay Cielo en nuestra Infancia!
Sombras
de la prisión se empiezan a cerrar
sobre
el Niño que crece,
pero
él mira la luz y de dónde le afluye,
en
su gozo lo ve,
el
Joven, aunque a diario a de andar alejándose
del
Este, es sacerdote de la Naturaleza
todavía,
y su espléndida visión
le
sigue, acompañando su camino;
al
fin, el Hombre nota cómo muere
y
se extingue en la luz del común día.
VI
La
Tierra, de placeres suyos llena el regazo,
siente
afán de su propia especie natural,
y
aún con algo de ánimo
de
una Madre, con digna pretensión, familiar
Ama,
hace cuanto puede para lograr que a su Hijo
Adoptivo,
el Hombre, se le olviden
las
glorias que ya había conocido,
y
el palacio imperial de donde vino.
VII
En
su dicha recién nacida, ved al Niño,
¡el
querido pigmeo de seis años!
Vedle
tendido en medio de lo que hacen sus manos,
mientras
le asaltan ráfagas de besos de su madre,
con
la luz de los ojos de su padre sobre él.
Ved
a sus pies, algún pequeño plano o mapa,
por
sí mismo formó con recién aprendido
arte;
quizá una boda, un festival,
un
funeral, un luto; y eso ahora
tiene
su corazón
y
a ello ajusta su canto;
luego
acomodará su lengua a diálogos
de
negocios, de amor o de disputa;
pero
no tardará
eso
en quedar a un lado,
y
con nueva alegría y nuevo orgullo
ese
pequeño Actor formará un papel nuevo:
y
ocupará su “escena de humores”, alternando
yodos
los personajes, hasta la paralítica
Vejez,
que trae la vida consigo en su reserva:
como
si su completa vocación
fuera
la imitación interminable.
VIII
Tú,
que desmientes en tu aspecto externo
la
inmensidad de tu alma,
filósofo
mejor, que aún conservas
tu
herencia, y eres Ojo entre los ciegos;
que,
sordo y en silencio, lees la eterna hondura
siempre
acosado por la mente oscura,
¡poderozo
Profeta! ¡venturoso Vidente!;
en
quien descansan todas las verdades
que
pasamos la vida buscando con fatiga,
perdidos
en lo oscuro, lo oscuro de la tumba;
con
tu Inmortalidad, como el Día, cerniéndose
sobre
ti, como un Amos sobre un Siervo,
una
Presencia que no es posible eludir;
para
quien es la tumba un lecho solitario
sin
sensación o imagen del día o la luz cálida,
lugar
de pensamiento donde esperar yaciendo;
tú,
Niño, todavía glorioso en el poder
de
libertad celeste en lo alto de tu cima,
¿por
qué con tal empeño fatigoso provocas
los
a traer el yugo inevitable,
luchan
ciegamente así contra tu dicha?
Pronto
tu alma tendrá una carga terrenal
y
pondrá la costumbre un peso sobre ti,
pesado
con el hielo, hondo como la vida.
IX
¡Oh
gozo! En nuestras ascuas
hay
algo que está vivo,
que
la naturaleza recuerda todavía
cómo
fue tan fugaz.
Pensar
en nuestros años pasados en mí engendra
perpetua
bendición: no ciertamente
por
lo más digno de ser bendecido;
deleite
y libertad, el simple credo
de
la Infancia, en reposo o atareada,
con
esperanza nueva aleteando en el pecho;
no
por ello levanto
el
canto de alabanza agradecida;
sino
por las preguntas obstinadas
del
sentido y las cosas exteriores;
algo
que de nosotros cae y se desvanece,
sospechas
sin perfil de una Criatura
que
se mueve por mundos sin realizar, instintos
altos,
ante los cuales nuestra naturaleza
mortal
tembló, así un Ser culpable sorprendido;
sino
por las primeras afecciones,
esos
vagos recuerdos,
que,
sean lo que sean,
son
la fuente de luz de todo nuestro día,
son
la luz dominante en todo nuestro ver;
nos
sostienen y abrigan, con poder para hacer
que
estos años ruidosos parezcan sólo instantes
en
el ser dele eterno Silencio: las verdades
que
despiertan a nunca perecer:
que
ni desatención, ni esfuerzo loco,
ni
el Hombre, ni el Muchacho,
ni
todo lo enemigo de la dicha
puede
borrar del todo o destruir.
Por
eso, en estación de tiempo claro,
aunque
estemos muy tierra adentro, nuestras
Almas
tienen visiones de ese mar inmortal
que
nos trajo hasta aquí;
y
hasta allí pueden ir en un momento
para
ver a los Niños que juegan en la orilla
y
oír las poderosas aguas siempre dar vueltas.
X
Así,
pues, cantad, Pájaros, ¡cantad un canto alegre!
¡Y
salten los borregos
como
al son del tambor!
En
nuestros pensamientos iremos agolpados
con
vosotros, flautistas, vosotros que jugáis,
los
que sentís en vuestro corazón
la
alegría de mayo.
Aunque
el fulgor que fue tan claro en otro tiempo
se
quiete para siempre de mi vista,
aunque
nada me pueda devolver esas horas
de
esplendor en la hierba, de gloria entre flores,
no
me voy a afligir, sino más bien a hallar
fuerza
en lo que atrás queda:
en
esa simpatía primigenia
que,
habiendo sido, debe siempre ser;
en
los suavizadores pensamientos que brotan
del
sufrimiento humano;
en
la fe que contempla a través de la muerte,
en
los años que traen la mente filosófica.
XI
¡Vosotros,
Fuentes, Prados, Colinas, Bosquecillos,
no
presagiéis que se separen nunca
nuestro
amores! Siento en el corazón, hondo
vuestro
poder: tan sólo he perdido un deleite,
el
vivir bajo nuestro más habitual dominio.
Al
Arroyo que baja, ruidoso, lo amo ahora
más
que cuando, ligero como él, me tropezaba;
el
fulgor inocente de otro día que nace
me
sigue siendo amable;
las
nubes que se juntan en torno al sol poniente,
toman
su colorido sobrio de una mirada
que
ha velado la humana mortalidad: ha habido
otra
carrera, y otras palmas se han conquistado.
Gracias
al corazón que se hace vivir,
gracias
a su ternura, sus gozos, sus temores,
la
menor flor me puede ofrecer pensamientos
a
veces demasiado hondos para las lágrimas.
[Compuesto en
1803-1806; publicado en 1807]
Referencia:
Tomado de: Poetas románticos ingleses.
Byron,
Shelley, Keats, Coleridge, Wordsworth. Introducción de: José María Valverde. Traducciones de: José
María Valverde y Leopoldo Panero. Barcelona: Editorial Planeta, S.A. 2000. P.
20-26.
Observación:
Se aclara que, la
traducción del poema anterior del fallecido maestro español de las artes José María Valverde, solo ha sido usada con un carácter expresamente pedagógico y
didáctico en el marco del currículo de los cursos “Producción
textual y Procesos lectores 2” y "Lenguaje y Comunicación", en un par de Instituciones en las que, de un lado, se le hace difícil a los estudiantes acceder
a material bibliográfico por su dificultad económica; y, de otro, no se encuentra la traducción del poema en mención, en su totalidad, por canal alguno a excepción del libro referenciado y, en consecuencia, el único medio que los estudiantes tienen para leerlo de modo aceptable, es por la pantalla del portátil de su docente. Es importante informar, que el docente fue, supremamente cuidadoso, en instruir a los estudiantes en que, en modo alguno, el texto puede ser copiado, fotocopiado y/o reproducción. Solo puede ser leído por este blog para los efectos mencionados; o, en su defecto, comprado el libro que lo contiene. Así mismo, se le advierte a los distintos usuarios de este blog no hacer copy ni
reproducción por cualquier medio por instrucción directa del mismo Autor del
libro, en el que está contenida la traducción del poema aludido.
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7:48 p.m.


En la llamada vida literaria, los libros interesan menos que el ruido
Sobre la producción de elogios rimbombantes

1.
Planteamiento del problema
La industria del elogio
necesita modernizarse. El arte del elogio es difícil, poco adaptado a la
velocidad y magnitud que la moderna producción de elogios requiere. Hay que
encontrar un género de elogios mecánicos que, a diferencia de los malos elogios
comunes y corrientes, sean mecánicos de verdad, es decir fabricables con una
máquina, de preferencia electrónica. Como las máquinas piensan menos de lo que
se cree, esto exige encontrar un modelo estándar de elogio que, con infinitas
variantes, sea siempre el mismo. ¿Pero puede bastar un solo elogio para
satisfacer la insaciable demanda, en un país hambriento de elogios? Si
escribir no da dinero, ni poder, ni siquiera lectores, ¿cómo compensar con
Gloria, Gloria Inmensa, Gloria Única, a todos y cada uno de los que ponen su
ilusión en las Bellas Letras?
2.
Antecedentes
Esto da por supuesto que
existe una importante industria del elogio. A juzgar por lo que se dice, no
existirían siquiera los elogios, sino la crítica feroz, pronta a devorar los
engendros creadores. Pero, si se hace un mínimo recuento de las notas y reseñas
que se publican, resulta que lo único feroz en México es el silencio. Las
reseñas y notas son, por lo general, elogiosas, o cuando menos anodinas. Además,
un elogio puede leerse en una peluquería, mientras que leer un libro supone un
ánimo decidido, aunque sea decidido por la necesidad de escribir un elogio. En
la llamada vida literaria, los libros interesan menos que el ruido o el
silencio sobre sus autores. El ruido y el silencio son la materia prima que la
industria del elogio transforma en solapas, reseñas, artículos, entrevistas,
polémicas, balances de fin de año: todo lo cual puede producirse aunque el
libro no se lea.
3. Ponderación
Leer grandes elogios de
libros no leídos permite sostener nuestro milagro editorial: la sobreproducción
en medio del subconsumo. La industria del elogio nos ayuda a olvidar en qué
país vivimos. Lo reconocen hasta aquellos que ocasionalmente son maltratados
por la crítica: “propaganda que me hacen”, dicen triunfalmente. En efecto, si
se tratara de leer, en vez de hablar de libros y escritores, la deflación sería
espantosa. Todo escritor que haya superado su primer narcisismo, como para
darse cuenta del país en que vive, debe cuidarse de guardar su segundo aire
narcisista, porque, si no, dejaría de escribir.
Esto es más llevadero en
forma colectiva. Diciendo, por ejemplo, que llega Nuestra Hora. ¡Al fin
América va a ser descubierta! Vamos a ver: dentro de la hora actual, ¿qué
presencia histórica ha destacado más que la del Tercer Mundo? Dentro del Tercer
Mundo, ¿qué bloque más importante, por sus años de antigüedad en subdesarrollo,
que el nuestro? Dentro del nuestro, ¿qué país más significativo que México? Y,
si fuera de México todo es Cuautitlán, y en esta capital de envidiosos y
resentidos no hay un lugar, como éste, donde se pueda reconocer la verdad, ¿a
quién le corresponde el laurel? A ti y a mí.
Fulano: tu libro es tan
universal, tan futurizante de nuestro rol latinoamericano en la cultura
planetaria, tan incomparablemente superior a todo lo que se ha escrito en
español desde el siglo XI, que es el único libro que he leído en mi vida.
4.
Solución propuesta
a) Hacer una ficha analítica
de la obra o persona que se tenga que elogiar.
b) Sobre las categorías de
análisis de la ficha, repasar mentalmente, con diversos libros de consulta o
con una base electrónica de datos, lo que “ha habido” en esas categorías.
c) Cruzar la ficha contra
eso, hasta que salte un absoluto. Ejemplo en el que salta fácilmente un
absoluto: El señor es de Chamacuero (ficha). En Chamacuero nunca ha habido
poetas (fichero). Luego, el señor es Absolutamente el Poeta Más Grande de Todos
los Tiempos que ha habido en Chamacuero.
Ahora bien, supongamos que
el fichero registra que en Chamacuero hubo un tal Margarito Ledesma, autor de
unas Poesías más o menos cómicas. Todavía es posible un
absoluto, si estructuramos el elogio para que no tope con esa limitación:
Nunca, en la historia de Chamacuero, ha habido un poeta más grande, en vena
seria, que Fulano.
Pero supongamos que en
Chamacuero hubiese también nacido López Velarde. A las categorías geográfica
(Chamacuero), de género (poesía) y vena (cómica o seria), incorporamos la
categoría cronológica y resolvemos el problema: Después de López Velarde, no ha
habido, en Chamacuero, un cantor de la provincia, en vena seria, más grande que
el grandísimo Fulano de Tal.
Por último, supongamos que
haya habido muchos grandes poetas en Chamacuero, o que nos pidan un elogio de
magnitud cósmica. La salida sería: Ni Homero, ni Dante, ni Shakespeare, ni San
Juan de la Cruz, ni Baudelaire, ni Octavio Paz, lograron, como el grandísimo
Fulano, expresar la vivencia poética de una adolescencia vivida en Chamacuero
por un joven nacido a mediados del siglo XX.
Un solo y mismo elogio,
convenientemente categorizado, se puede multiplicar en elogios infinitos, todos
ellos únicos. El método cumple simultáneamente la exigencia mecánica
industrial (estandarización sobre un solo modelo) y la exigencia de satisfacer
cada caso como único, lo cual ya quisiera Ford haber inventado.
Evidentemente, cuando hay
que cruzar más de seis o siete categorías, el resultado puede ser un poco enfadoso:
Nunca en la historia de la literatura mexicana, hubo un novelista sinaloense
que, teniendo un padre tuerto, y habiendo hecho sus estudios en Torreón, para
pasar después a Pachuca, y escribir una novela de más de quinientas páginas, en
la que no sale un solo enano, tuviese un mayor dominio del monólogo subjetivo.
Pero siempre se puede perfilar un sistema de categorías que excluya lo que nos
estorbe, y defina algún género de supremacía.
Sin embargo, hay
cortacaminos deseables, ficheros de cruce rápido, que permiten abreviar. Es el
refinamiento del sistema. Con una mentalidad provinciana, el fichero geográfico
pudo haber sido muy útil para esto. Pero ya no estamos en los tiempos en que se
podía decir: “para estar hecho en México es extraordinario”, o “Pertenece a la
pléyade inmortal de poetas tabasqueños”. Estamos en los tiempos del Juicio
Universal Subjetivo. El más sumario, evidentemente, es: “No hay en toda la
literatura universal un libro más grande, a Mi Ilustre Juicio, que el tuyo”.
Pero tiene el inconveniente de no servir dos veces, a menos que uno esté
dispuesto a contradecirse. Si hay que estar produciendo constantemente elogios
rimbombantes, el fichero “A Mi Juicio” puede cruzarse más fecundamente con el
fichero cronológico de lecturas personales. El resultado es de una rapidez y
fertilidad jupiterina, sobre todo si se disfraza, jupiterinamente, con una o
dos categorías adicionales, que, como se comprende, salen sobrando.
Después de La guerra y
la paz [categoría innecesaria, pero que hace más tonante el juicio], no se
ha visto en la tradición occidental [ídem] una novela más grande que la tuya
[ojo:], que ya haya yo leído en los últimos quince días.
Referencia:
Fuente primaria: “Cómo leer en bicicleta”, en: Crítica del mundo cultural, México, El
Colegio Nacional, 1999, pp. 140-143. Tomado del blog “El ojo en la paja” de
Camilo Jiménez. Texto titulado: Lo fusilamos: Gabriel Zaid,. Consultado el: miércoles, 16 de noviembre de 2011 a la 1:13
horas por redicomuniminuto. <http://elojoenlapaja.blogspot.com/2009/05/fusilado-gabriel-zaid-de-nuevo.html>.
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1:27 a.m.


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