Era apenas un adolescente
cuando tuve la oportunidad, en una humilde biblioteca del barrio Aranjuez, de
leer la novela El último de los Mohicanos de James Fenimore Cooper. Por
supuesto que esta novela, en aquel tiempo, sólo representaba para mí una
inmensa aventura en la que algunos indios tomaban venganza en contra de un
convoy del ejército inglés a raíz de viejas cuentas pendientes entre éstos y en
la que pagan el pato los escasos sobrevivientes de dicha masacre,
entre los que se encuentran las dos hijas de un general (Munro), las cuales
terminan enamorándose, la una, de un oficial Inglés (Duncan) igualmente
retenido por la tribu guerrera y, la otra (Cora), de Uncas, personaje que corre
igual suerte que los anteriores, pero que se evidencia como el traductor de dos
mundos en ciernes.
En medio de la inmensa
aventura que representaba esa novela para mí y, además, con pocos rudimentos en
el ámbito literario e histórico, ya podía sospechar, en cierto modo, que dicho
texto escondía bajo la manga algo de romanticismo, de historia, de
valores, pero sobre todo, una especie de épica que iba mucho más allá de una
simple lucha por la preservación de unas tierras que representaban mucho para
una cultura ancestral o la colonización de las mismas por parte de una raza de
conquistadores puritanos venida del otro lado del Atlántico: en el fondo
presentía que con aquellos personajes, el autor de dicha novela quería
revelarme el encuentro de dos formas diferentes de ver el mundo, las cuales,
pese a su animadversión mutua, buscaban exactamente lo mismo: la supervivencia
de su respectivos ritos y costumbres y la aceptación de que ambas ya no serían
las mismas en una confrontación que no tenía reversa.
De esta primera apreciación
--un tanto rudimentaria-- a la que puedo hacer de dicha novela hoy, han
transcurrido casi 27 años. Lo relevante en este periplo, es que mis
consideraciones no han variado un ápice entre estos dos periodos,
dado que se me dio la posibilidad de vivir en los Estados Unidos y reconocer
que la apuesta de país que describe James Fenimore Cooper continúa vigente,
bajo la forma de lucha entre quienes creen en el sueño americano, a
la manera de los puritanos llegados a Nueva Inglaterra y el resto --la
gran mayoría—que trabajan para hacérselo posible a los apóstoles de aquel
credo. Sí, lógicamente es una sociedad acrisolada a costillas de un
olvido deliberado (el exterminio de toda una cultura), que presentada al mundo
con los ropajes de la libertad y el progreso, cree que ya se purgó de su
romanticismo fundacional, pero que en su sustancia más íntima, continúa
reproduciendo la misma épica que les permitió erigirse en lo que son: una
nación que sólo puede reconocerse en su diversidad confesional, pero en la que
ser negro, latino, asiático o árabe es toda una amenaza para el status quo que
ya no avanza a la conquista de su propio Oeste sino que ya colonizó casi todo
el mundo con su American life way. Sólo que, en ese entonces, los
negros, los latinos, los árabes y los asiáticos eran los Indios; y, ahora, aquellos son los indios de la modernidad, los protagonistas de una "invasión" que debe ser purificada por medio de arduas jornadas de trabajo hasta de 14 horas en tres turnos, con escasa seguridad social, sobreviviendo apiñados de a 4 en un espacio para presos, sometidos a agencias temporales de empleo que se enriquecen con su sudor y, casi sin alma, olvidándose de su sexualidad, de noches de asueto para recordar de dónde partieron... solo alcanzan a ser fotografías de una familia que crece en otro lado, con la ilusión del algún día. Así
que ese mito fundacional sigue ahí, no ha sido raído de la memoria blanca que todo lo controla y normaliza, solo cambia de atavíos. Es este mito el que nos devela El
último de los Mohicanos, aquel que se traduce en arquetipo de toda actuación de un País en el que unos pocos piensan y gobiernan; mientras que, una inmensa mayoría de desplazados de otras orillas del mundo, venera por física necesidad, lo que aquellos convierten en estilo de vida de modo global.
Luego de esta sucinta
apreciación sobre la novela de Fenimore Cooper, debo rescatar la artística
adaptación que el Director Michael Mann logra de aquella con su filme del mismo
nombre. Aunque, lógicamente, pueden verse diferencias en los contenidos de la
una y de la otra, tales como que Duncan no muere en la novela como en la
película y que termina viviendo con Alice y la amó por siempre; Uncas en la
novela se enamora de Cora y no de Alice y Cora ama a Uncas en el texto de
Fenimore Cooper y no a Nathaniel como acontece en el filme, en fin, son
diferencias que no le restan algo a una producción en la que no se regatea en
paisajes, naturaleza, calidad artística y que deja como valor agregado que se
pueden hacer buenas adaptaciones sin que la esencia de una obra fundacional de
una literatura como, en nuestro caso, El último de los Mohicanos, pierda
el sentido, la intención de su autor.
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