Curso: Procesos Lectores y producción textual


Guía del estudiante (Programa) 


Hacer clic en el siguiente link para estudiar el programa del curso:



LAS COMPETENCIAS QUE DEBEMOS DESARROLLAR PARA SER EFECTIVOS LECTO-PRODUCTORES


Presentación del texto a propósito de la pregunta: (Importante durante todo el pregrado).

Hacer clic en el siguiente link:

https://docs.google.com/leaf?id=0B0tjdtgGPaj8YjkyOWM3NWEtOTI4Ny00ZjJkLWFkNDUtMTE0NzlhZDEyNjcy&hl=es

Requisitos para adelantar el componente virtual del curso:

1. Registrar un buzón de correo de gmail con su nombre y apellido preferiblemente. Así podrá acceder no solo al correo sino a todas las herramientas de la plataforma Google: G.doc, Reader, chat, enviar mensajes, entre otras.

2. Para un chat colectivo, se trabajará como la aplicación Zoom y recuerden que deben registrarse cuando el profesor les envíe la invitación.

Encuentro Presencial 1: Martes, 9 de agosto de 2011.

Plan lector durante el periodo:

Las siguientes novelas se leerán de manera metódica durante el periodo. Para ello, se va a leer y a escribir teniendo como guía el modelo de Lecto-escritura propuesto por la profesora mexicana Helena Beristáin, cuya concepción ha sido sintetizada por el docente del curso a través de un cuadro sinóptico, el cual podrán estudiar a continuación de la relación de los textos de este plan lector.
  1. Novela corta y película “La perla” de John Steinbeck y de Emilio Fernández, respectivamente. Tipo de actividad a entregar: Actividad grupal (equipos de 3 estudiantes): Elaborar un artículo de opinión en el que se compare el filme y la novela, “La perla”, a partir de la formulación de 4 preguntas con base en las siguientes problemáticas: la codicia, la avaricia, los problemas de clase y la discriminación cultural. El modelo de preguntas lo pueden encontrar en la presentación titulada "a propósito de la pregunta", el cual encontrarán en la pestaña "herramientas" de este blog. Dicho artículo de opinión ha de “subirse” el ______________, _____ de _________________ de 20___ en el espacio de comentarios de esta pestaña. Será socializado el ______________, _____ de _________________ de 20___ en clase y, para esto, han de llevar el físico (papel) para ese día. (Vea la película a continuación).
  2. Novela corta: “Luna caliente” de Mempo Giardinelli: Socialización: ______________, _____ de _________________ de 20___. Envío al correo electrónico del curso: Domingo, 25 de septiembre de 2011. Entrega física de la actividad: ______________, _____ de _________________ de 20___ en clase. Tipo de actividad a entregar: Informe de lectura. (Vea la película, la cual puede, encontrar a renglón seguido.
  3. Novela colombiana contemporánea: “Opio en las nubes” de Rafael Chaparro Madiedo. Socialización: Martes, 1 de noviembre de 2011. Envío al correo electrónico del curso: Domingo, 6 de noviembre de 2011. Entrega física de la actividad: Martes, 8 de noviembre de 2011 en clase. Tipo de actividad a entregar: Un ensayo con todas las técnicas. (Pueden disfrutar del video que se adjunta a esta pestaña).

Película Mexicana de 1945, “La Perla” de Emilio Indio Fernández. Más información en la wikipedia.



Película "Luna caliente"


"Un poeta (Eduard Fernández) autoexiliado de la España franquista regresa a España coincidiendo con el proceso de Burgos, en otoño de 1970, en el que se enjuicia a varias personas relacionadas con la banda terrorista ETA. El poeta visitará a un opositor político, uno de los miembros de la resistencia, y se sentirá inmediatamente atraído por su joven hija (Thaïs Blume)... Adaptación libre de la novela del argentino Mempo Giardinelli."


Opio en las nubes


Algo tiene esta novela que se ha convertido en todo un hito para la juventud colombiana. Desde mi fuero personal, pienso que las chicas y los chicos encuentran en ella un sistema de momentos con unas personajes que ya no quieren ejercer la voluntad de sistema. El mundo de dichos personajes pasa como en instantáneas... como en una película que solo es coherente para delimitar un mundo de ofrecimientos vacíos, de ideas sin pregnancia: luchan por sobrevivir un sistema que se esfuerza por mantener la rutina diaria de la ilusión de tener los pies sobre la tierra. Pero, ¿dónde está la realidad de los personajes creados por Rafael Chaparro Madiedo? Creo que solo podemos encontrarla allí, donde ellos la cuestionan.  Con base en esto, leer "Opio en las nubes" es encontrar de modo popular aquello que Baudrillard ya, en "la ilusión vital", nos deja como mensaje: "[...] una vez que el ser humano ya no se define en términos de trascendencia y libertad, sino en términos de funciones y de equilibrio biológico, la definición del propio ser humano comienza a desaparecer, junto con la del humanismo."

Cuadro sinóptico del Análisis del discurso literario planteado por Helena Beristáin.

Trabajo Independiente 1:

Lea el texto de Italo Calvino "Por qué leer los clásicos" y "suba" un comentario al final de esta página del curso de acuerdo a las técnicas usadas para este tipo de informe. Encontrará en la pestaña "herramientas" de este Blog, los requisitos para la adecuada elaboración de un comentario.
Italo Calvino - Escritor Italiano

¿POR QUÉ LEER LOS CLÁSICOS?

Por Italo Calvino

Empecemos proponiendo algunas definiciones.

1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy releyendo...» y nunca «Estoy leyendo...».

Es lo que ocurre por lo menos entre esas personas que se supone «de vastas lecturas»; no vale para la juventud, edad en la que el encuentro con el mundo, y con los clásicos como parte del mundo, vale exactamente como primer encuentro.

El prefijo iterativo delante del verbo «leer» puede ser una pequeña hipocresía de todos los que se avergüenzan de admitir que no han leído un libro famoso. Para tranquilizarlos bastará señalar que por vastas que puedan ser las lecturas «de formación» de un individuo, siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído.

Quien haya leído todo Heródoto y todo Tucídides que levante la mano.  ¿Y Saint-Simon? ¿Y el cardenal de Retz? Pero los grandes ciclos novelescos del siglo XIX son también más nombrados que leídos. En Francia se empieza a leer a Balzac en la escuela, y por la cantidad de ediciones en circulación se diría que se sigue leyendo después, pero en Italia, si se hiciera un sondeo, me temo que Balzac ocuparía los últimos lugares. Los apasionados de Dickens en Italia son una minoría reducida de personas que cuando se encuentran empiezan en seguida a recordar personajes y episodios como si se tratara de gentes conocidas.  Hace unos años Michel Butor, que enseñaba en Estados Unidos, cansado de que le preguntaran por Emile Zola, a quien nunca había leído, se decidió a leer todo el ciclo de los Rougon-Macquart. Descubrió que era completamente diferente de lo que creía: una fabulosa genealogía mitológica y cosmogónica que describió en un hermosísimo ensayo.

Esto para decir que leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más. Podemos intentar ahora esta otra definición:

2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo)formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente. La definición que podemos dar será entonces:

3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo.

Por lo tanto, que se use el verbo «leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia. En realidad podríamos decir:

4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.

La definición 4 puede considerarse corolario de ésta:

6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.

Mientras, que la definición 5 remite a una formulación más explicativa, como:

7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).

Esto vale tanto para los clásicos antiguos como para los modernos. Si leo la Odisea leo el texto de Homero, pero no puedo olvidar todo lo que las aventuras de Ulises han llegado a significar a través de los siglos, y no puedo dejar de preguntarme si esos significados estaban implícitos en el texto o si son incrustaciones o deformaciones o dilataciones.

Leyendo a Kafka no puedo menos que comprobar o rechazar la legitimidad del adjetivo «kafkiano» que escuchamos cada cuarto de hora aplicado a tuertas o a derechas. Si leo Padres e hijos de Turguéniev o Demonios de Dostoyevski, no puedo menos que pensar cómo esos personajes han seguido reencarnándose hasta nuestros días.

La lectura de un clásico debe depararnos cierta sorpresa en relación con la imagen que de él teníamos. Por eso nunca se recomendará bastante la lectura directa de los textos originales evitando en lo posible bibliografía crítica, comentarios, interpretaciones. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión; en cambio hacen todo lo posible para que se crea lo contrario. Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él. Podemos concluir que:

8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.

El clásico no nos enseña necesariamente algo que no sabíamos; a veces descubrimos en él algo que siempre habíamos sabido (o creído saber) pero no sabíamos. que él había sido el primero en decirlo (o se relaciona con él de una manera especial). Y ésta es también una sorpresa que da mucha satisfacción, como la da siempre el descubrimiento de un origen, de una relación, de una pertenencia. De todo esto podríamos hacer derivar una definición del tipo siguiente:

9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.

Naturalmente, esto ocurre cuando un clásico funciona como tal, esto es, cuando establece una relación personal con quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber o por respeto, sino sólo por amor. Salvo en la escuela: la escuela debe hacerte conocer bien o mal cierto número de clásicos entre los cuales (o con referencia a los cuales) podrás reconocer después «tus» clásicos. La escuela está obligada a darte instrumentos para efectuar una elección; pero las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier escuela.

Sólo en las lecturas desinteresadas puede suceder que te tropieces con el libro que llegará a ser tu libro. Conozco a un excelente historiador del arte. Hombre de vastísimas lecturas, que entre todos los libros ha concentrado su predilección más honda en Las aventuras de Pickwick, y con cualquier pretexto cita frases del libro de Dickens, y cada hecho de la vida lo asocia con episodios Pickwickianos. Poco a poco él mismo, el universo, la verdadera filosofía han adoptado la forma de Las aventuras de Pickwick en una identificación absoluta. Llegamos por este camino a una idea de clásico muy alta y exigente:

10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.

Con esta definición nos acercamos a la idea del libro total, como lo soñaba Mallarmé.

Pero un clásico puede establecer una relación igualmente fuerte de oposición, de antítesis. Todo lo que Jean-Jacques Rousseau piensa y hace me interesa mucho, pero todo me inspira un deseo incoercible de contradecirlo, de criticarlo, de discutir con él. Incide en ello una antipatía personal en el plano temperamental, pero en ese sentido me bastaría con no leerlo, y en cambio no puedo menos que considerarlo entre mis autores. Diré por tanto:

11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.

Creo que no necesito justificarme si empleo el término «clásico» sin hacer distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad. Lo que para mí distingue al clásico es tal vez sólo un efecto de resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una continuidad cultural. Podríamos decir:

12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce en seguida su lugar en la genealogía.

Al llegar a este punto no puedo seguir aplazando el problema decisivo que es el de cómo relacionar la lectura de los clásicos con todas las otras lecturas que no son de clásicos. Problema que va unido a preguntas como: «Por qué leer los clásicos en vez de concentrarse en lecturas que nos hagan entender más a fondo nuestro tiempo?» y «¿Dónde encontrar el tiempo y la disponibilidad de la mente para leer los clásicos, excedidos como estamos por el alud de papel impreso de la actualidad?».

Claro que se puede imaginar una persona afortunada que dedique exclusivamente el «tiempo-lectura» de sus días a leer a Lucrecio, Luciano, Montaigne, Erasmo, Quevedo, Marlowe, el Discurso del método, el Wilhelm Meister, Coleridge, Ruskin, Proust y Valéry, con alguna divagación en dirección a Murasaki o las sagas islandesas. Todo esto sin tener hacer reseñas de la última reedición, ni publicaciones para unas oposiciones, ni trabajos editoriales con contrato de vencimiento inminente. Para mantener su dieta sin ninguna contaminación, esa afortunada persona tendría que abstenerse de leer los periódicos, no dejarse tentar jamás por la última novela o la última encuesta sociológica. Habría que ver hasta qué punto sería justo y provechoso semejante rigorismo. La actualidad puede ser trivial y mortificante, pero sin embargo es siempre el punto donde hemos de situarnos para mirar hacia adelante o hacia atrás. Para poder leer los libros clásicos hay que establecer desde dónde se los lee. De lo contrario tanto el libro como el lector se pierden en una nube intemporal. Así pues, el máximo «rendimiento» de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad. Y esto no presupone necesariamente una equilibrada calma interior: puede ser también el fruto de un nerviosismo impaciente, de una irritada insatisfacción.

Tal vez el ideal sería oír la actualidad como el rumor que nos llega por la ventana y nos indica los atascos del tráfico y las perturbaciones meteorológicas, mientras seguimos el discurrir de los clásicos, que suena claro y articulado en la habilitación. Pero ya es mucho que para los más la presencia de los clásicos se advierta como un retumbo lejano, fuera de la habitación invadida tanto por la actualidad como por la televisión a todo volumen. Añadamos por lo tanto:

13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.

14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.

Queda el hecho de que leer los clásicos parece estar en contradicción con nuestro ritmo de vida, que no conoce los tiempos largos, la respiración del otium humanístico, y también en contradicción con el eclecticismo de nuestra cultura, que nunca sabría confeccionar un catálogo de los clásicos que convenga a nuestra situación.

Estas eran las condiciones que se presentaron plenamente para Leopardi, dada su vida en la casa paterna, el culto de la Antigüedad griega y latina y la formidable biblioteca que le había legado el padre Monaldo, con el anexo de toda la literatura italiana, más la francesa, con exclusión de las novelas y en general de las novedades editoriales, relegadas al margen, en el mejor de los casos, para confortación de su hermana («tu Stendhal», le escribía a Paolina).  Sus vivísimas curiosidades científicas e históricas, Giacomo las satisfacía también con textos que nunca eran demasiado up to date: las costumbres de los pájaros en Buffon, las momias de Frederick Ruysch en Fontenelle, el viaje de Colón en Robertson.

Hoy una educación clásica como la del joven Leopardi es impensable, y la biblioteca del conde Monaldo, sobre todo, ha estallado. Los viejos títulos han sido diezmados pero los novísimos se han multiplicado proliferando en todas las literaturas y culturas modernas. No queda más que inventarse cada uno una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa biblioteca debería comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado para nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimientos ocasionales.

Compruebo que Leopardi es el único nombre de la literatura italiana que he citado. Efecto de la explosión de la biblioteca. Ahora debería reescribir todo el artículo para que resultara bien claro que los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado, y por eso los italianos son indispensables justamente para confrontarlos con los extranjeros, y los extranjeros son indispensables justamente para confrontarlos con los italianos.

Después tendría que reescribirlo una vez más para que no se crea que los clásicos se han de leer porque («sirven» para algo. La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos.  Y si alguien objeta que no vale la pena tanto esfuerzo, citaré a Cioran (que no es un clásico, al menos de momento, sino un pensador contemporáneo que sólo ahora se empieza a traducir en Italia): «Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía un aria para flauta. "¿De qué te va a servir?", le preguntaron. "Para saberla antes de morir"».

Referencia:
         CALVINO, Italo. Por qué leer los clásicos, Barcelona, Tusquets (Marginales, 122), 1993.

Encuentro 2:

La literatura y el problema de los géneros en un mundo multimedial. Adelantar lectura del siguiente texto de Jesús G. Maestro con el propósito de asimilar una conceptualización mínima en el ámbito literario y allanar un debate en clase, en relación con el tópico mencionado.
(7 vols.)
Volumen 1 Obra "Critica de la razón literaria" 
4. Conceptos básicos de Teoría de la Literatura
   
4.1. El concepto de literatura. La crisis de la literariedad [1]
La teoría literaria en el siglo XX nace y se desarrolla en un amplio contexto epistemológico, que hizo posible el desarrollo especializado de diferentes disciplinas y saberes, hasta el punto de adscribir con frecuencia cada uno de ellos a un tipo concreto de discurso científico. Hoy se habla de la imposibilidad de construir un objeto de conocimiento, el literario, independiente del discurso teórico que lo define. Desde Husserl, Freud, Marx, Wittgenstein..., se consolida la idea de que el objeto del que se habla no es independiente del sujeto (ni del discurso) que lo define.

Se han planteado con frecuencia reflexiones acerca de los límites de las disciplinas y ciencias humanas. Es el caso de la llamada “dialéctica especificidad / universalidad” (J.M. Pozuelo, 1995: 70), que permite discutir si es posible una teoría literaria, como ciencia específica, al margen de la sociología, la semiótica, el psicoanálisis, etc... En este sentido, se admite un eclecticismo, una postura abierta, plural, interdisciplinar (W. Booth, 1979; D. Villanueva, 1991).

También hay que advertir la diferencia entre posturas como el esencialismo metafísico y el funcionalismo pragmatista. Los primeros estiman que lo literario es una cualidad esencial, trascendente, inherente, superior, de las obras literarias. Los segundos vinculan la literatura al tipo de discurso científico que la define, y no tratan de identificar tanto sus rasgos esenciales, sino más bien el modo y las posibilidades de conocimiento científico de la literatura. No olvidemos que de una teoría del lenguaje se ha pasado a una teoría de la comunicación literaria como práctica social.

Al menos tres corrientes fundamentales contribuyen a la crisis de la literariedad; acusan inicialmente una fuerte influencia del formalismo, para discutir después sus posibles deficiencias: la pragmática, la semiótica eslava (Lotman y Mukarovski) y la obra de Bajtín.

Resulta difícil establecer una correspondencia entre la cronología del siglo XX y la evolución de las corrientes metodológicas. Fenómeno muy visible, como advierte Pozuelo Yvancos (1995: 81 ss), cuando se trata de hablar de la crisis de la poética formal. Algunas de las teorías que discuten el concepto de literariedad se derivan de las deficiencias de los propios formalismos, es el caso de la pragmática; otras, sin embargo, fueron anteriores al estructuralismo de los sesenta (1930, 1940...), y sólo conocidas en Occidente mucho después, coincidiendo con la crisis de la literariedad, a la que contribuyeron (Bajtín, Mukarovski, Lotman...)

Ch. Morris (1938), y Peirce antes que él, había destacado en la semiología la importancia de la pragmática. En la segunda etapa de su investigación (Investigaciones lógicas, 1953), Wittgenstein establece la necesidad de concebir el significado como un valor de uso en el contexto de situaciones de habla concretas. Las “poéticas textuales”, posteriores al generativismo y derivadas de él en cierto modo, tratan de superar los límites de la lingüística estructural, que eran los límites de la frase, y se apoyan en una nueva unidad, el texto, cuyo análisis hace necesaria la concurrencia del contexto de producción y de recepción (T.A. van Dijk, 1972). En la misma línea podemos situar la teoría de los actos de habla (J. Searle, Austin, etc...) y la teoría de la ciencia empírica de la literatura (S.J. Schmidt, 1980).

En consecuencia, la pragmática, en sus diferentes corrientes y manifestaciones, discute el concepto de literariedad y de lengua literaria tal como lo habían formulado los formalismos (García Berrio, 1989; Pozuelo, 1995: 82): no se acepta que la literatura pueda definirse como un tipo de lenguaje objetivable en el análisis de las propiedades verbales de los textos, y frente a una teoría del lenguaje literario, se propone una teoría del uso literario del lenguaje (teoría de la comunicación literaria en el contexto de la producción y recepción artística y social). Lo literario está determinado por las modalidades de un proceso comunicativo social e histórico.

En el ámbito de la semiótica eslava debe mencionarse la obra de Lotman y Mukarovski. Este último recibe una triple influencia: la fenomenología de Husserl (a través de Ingarden), el estructuralismo y, en la última etapa de su obra, el marxismo. Para él la obra de arte es un signo, una estructura de signos y un valor. La dimensión material de ese signo es elartefacto, que recibe sentido merced a la percepción del sujeto. El objeto estético es “la expresión y el complemento que el artefacto obtiene en la conciencia del receptor” (Mukarovski, 1934/1977: 35).

Dentro de la semiótica eslava la Escuela de Tartu (semiótica de la cultura) ocupa un lugar esencial (Lotman, Uspenski, Ivanov...) Su aportación fundamental consistió en haber integrado en un corpus teórico coherente las investigaciones sociológicas sobre la ideología con la semiótica, relacionando de este modo la dimensión inmanente y trascendente de la obra literaria. La cultura actúa como un sistema de modelización secundario, en cuyo centro se sitúa la lengua natural (sistema primario) y en cuya derivación se disponen los distintos sistemas de pensamiento (antropología, filosofía, ética, psicoanálisis...)

La concepción bajtiniana del lenguaje se sitúa en los antípodas del estructuralismo. La lingüística estructural saussureana se apoya en un concepto de lenguaje basado en un sistema abstracto y sistematizado, al margen de contextos de habla concretos. Bajtín fue uno de los primeros en proponer una lingüística de la palabra en su contexto, como proceso, no como sistema. La conciencia humana es dialógica, y nace de su interacción con el discurso de la alteridad, de los demás. Los hechos estéticos son reflejo de hechos sociales.

La épica antigua es un discurso monológico. La novela realista también, porque su narrador-autor uniforma con su voz la totalidad del discurso. Para Bajtín, la novela es propiamente un género plurilingue, polifónico, porque en él cabe toda la variedad y diversidad de diálogos sociales, axiológicos, ideológicos, colectivos, etc., con todos sus registros y particularidades, como sucede en Rabelais, Cervantes y Dostoievski.

4.2. Ontología, metodología y epistemología de la literatura [2]

            La teoría de la literatura es el conocimiento científico de las obras literarias, y tiene como objeto de estudio el discurso literario, a cuya comprensión se accede a través de un proceso de conocimiento que se pretende como científico, y que parte de una metodología, o conjunto de reflexiones sobre el modo de adquirir conocimiento, la cual se fundamenta a su vez sobre una epistemología literaria, en el marco de una epistemología de las ciencias humanas, como conjunto de reflexiones sobre la posibilidad de adquirir el conocimiento científico que se pretende sobre los fenómenos culturales, y que es con frecuencia resultado del efecto que las categorías epistemológicas y metodológicas causan en la interpretación fenoménica del hecho literario y sus posibilidades de comprensión.

            Existen en las ciencias de la cultura al menos tres formas de actividad humana que dan lugar a la obra literaria (facultad creativa), al conocimiento sobre la obra literaria (facultad discursiva), y a una crítica de los conocimientos y saberes sobre la literatura (facultad crítica), que corresponden respectivamente a una ontología, la obra literaria; una metodología, el modo de conocerla; y una epistemología, las posibilidades y recursos de ese conocimiento.

            La obra literaria es una creación humana libre, pues no copia o traslada hechos naturales de la realidad al mundo de los signos verbales (mímesis), ni está sometida a leyes o relaciones necesarias y exactas, sino que introduce un componente psicológico, no mecánico; utiliza signos del sistema lingüístico a los que añade un valor artístico, cuyo sentido estético resulta inagotable desde los más variados análisis críticos y ángulos metodológicos (entropía); crea un mundo ficcional; y forma parte de un proceso de comunicación de propiedades específicas, que adquiere una dimensión pragmática y social, cuyo conocimiento puede orientarse hacia el autor y sus hipóstasis, el mensaje y sus formas, el receptor, los mediadores de su transmisión, y los manipuladores, interventores o transformadores de sus sentidos (transducción).

            Un método es, entre otras cosas, un principio económico de conocimiento. La naturaleza del saber científico sobre la literatura y sus manifestaciones fenoménicas pueden determinarse a partir del análisis crítico de la investigación lingüística y literaria realizada hasta el presente, y del saber sobre el corpus histórico de la ciencia literaria, así como sobre las condiciones que lo han hecho posible. A una epistemología de la literatura corresponde justificar y verificar como científico el conocimiento sobre las obras de arte verbal, descubrir las posibilidades y recursos de ese saber, y evitar en lo posible las transducciones inherentes a cada proceso de conocimiento. El corpus de la teoría de la literatura está determinado convencionalmente en la historia de la cultura, que constituye el factum histórico del quehacer especulativo del hombre sobre sus creaciones literarias.
           
            La teoría del conocimiento ofrece para la interpretación de las obras humanas la posibilidad de actuar por deducción, inducción, abducción y simulación de modelos.

            Como sabemos, la deducción es aquel proceso discursivo que conduce de hipótesis generales a acontecimientos particulares, partiendo de teorías abstractas que, formuladas a priori  y presentadas como hipótesis, permiten comprobar si los hechos responden o no a ellas. Es el método que solía seguir la antigua escolástica, y que en nuestros días practica la investigación matemática, y acaso con menos frecuencia la física.

            La inducción es aquel proceso discursivo que lleva de lo particular de los hechos a lo general del conocimiento. Como procedimiento analítico es propio de las ciencias naturales, donde no exige más a priori que la seguridad contrastada de que todos los objetos responden a la necesidad (causalidad) y al cuanto (exactitud), y sólo exige la delimitación de su campo de estudio. En el ámbito de las ciencias humanas la situación varía sensiblemente, de modo que los procesos de inducción, empleados originariamente por la sociología, consisten en una generalización de las relaciones basada en el examen de los hechos y de sus relaciones dentro de unos límites reales señalados previamente.

            Frente a los procedimientos de deducción lógica (existe una regla de la que, dado un caso, se infiere un resultado), propios de la investigación lingüística formal (L. Hjelmslev), y de inducción lógica (se infiere una regla dado un caso y un resultado), frecuente en la codificación sociocultural y específica en los estudios ontológicos de la obra literaria propugnados por el autonomismo (E. D. Hirsch), la abducción lógica (existe una regla de la que, dado un resultado, se infiere un caso) se configura como uno de los procedimientos más representativos de la codificación personal, ya que el texto literario es revaluado abductivamente a partir de presupuestos que el receptor articula subjetiva, intuitivamente, con objeto de explicitar sus facultades de interpretación creativa.

            El proceso formal de simulación consiste en la propuesta de modelos generales destinados a la interpretación de hechos concretos. La teoría de los modelos es introducida en las ciencias humanas a través de la sociología y de las investigaciones sobre economía y sociedad, desarrolladas a comienzos de siglo en la obra póstuma de M. Weber Wirtschaft und Gesellshaft (1923/1971), con objeto de alcanzar conocimientos de validez general en la comprensión de los diversos contenidos culturales, y en la interpretación de los significados concernientes a cada cambio social, de tal modo que la evolución histórica y social resultaría más fácilmente comprensible a partir de la elaboración de modelos o tipos ideales que, correspondientes a cada estadio o momento histórico, permitieran interpretarlos.

4.3. Literatura y producción. La cuestión del autor [3]

            La problemática de la producción literaria, concretamente la del agente emisor del discurso, continúa siendo hoy día una dimensión esencial del fenómeno literario y de la pragmática de su comunicación. El presente epígrafe tratará de dar cuenta de las diferentes facetas y orientaciones que pueden plantearse en torno a esta cuestión.

            Conviene recordar que tras la superación de la teoría de la mímesis por las nuevas posturas epistemológicas procedentes del Idealismo, la Poética y los estudios literarios se organizan en torno al autor, al que consideran la base interpretativa más segura. Orientadas hacia la expresividad de la obra literaria, considerada desde la vivencia del emisor, los estudios literarios desembocan con frecuencia en las corrientes positivistas del objetivismo histórico de fines del siglo XIX, para ser superadas poco después por las poéticas formales y funcionales, desde las que se considera el texto como la realidad interpretativa más segura, en lugar del autor. En lo que se refiere al teatro, por ejemplo, este movimiento coincide temporalmente con la sobrevaloración de la figura del director de escena frente al autor, de la representación frente al texto y, en definitiva, de los signos no verbales frente a los signos lingüísticos.

            Hasta fines del siglo XIX, los estudios sobre literatura se limitaban fundamentalmente al autor (y al texto escrito —signos lingüísticos—, en el caso de la literatura dramática), dejando al margen múltiples problemas referidos a la dimensión formal o funcional del texto.

            Desde el punto de vista de las filosofías humanistas, el estructuralismo introduce importantes transformaciones de orden metodológico y epistemológico, al considerar que el sujeto deja de desempeñar el papel fundamental en la investigación de los fenómenos culturales, en favor de determinados principios metodológicos, como las nociones de estructura, discurso, sistema, código, etc... De este modo, su oposición a los sistemas de pensamiento humanistas, que habían dominado el panorama de los estudios literarios en las últimas décadas (fenomenología y existencialismos), es manifiesta, y habrá de desembocar en la proclamación de los estudios inmanentistas, al trasladar el centro del pensamiento del sujeto al discurso, y hablar —como haría Cl. Lévi-Strauss— de antisubjetivismo teórico o epistemológico (más que de anti-humanismo).

            En el ámbito de la teoría literaria, R. Barthes había escrito en 1965, a propósito de “La muerte del autor”, que la voz, el autor mismo, y el origen de la escritura, desaparecen cuando un hecho es relatado con fines intransitivos; cuando, como se supone sucede con el discurso literario, el lenguaje no tiene como finalidad actuar directamente sobre lo real. Barthes considera en este sentido que el autor es un “personaje del mundo moderno”, introducido en la sociedad tras la Edad Media, merced al empirismo inglés, el racionalismo continental del siglo XVII y el concepto personal de fe establecido por la Reforma, que descubren y potencian el prestigio del individuo.

            El estructuralismo francés rechaza de este modo el “sentido teológico” de la obra literaria, así como el conjunto de hipóstasis (sociedad, psicología, historia, libertad...) que tratan de vincular el estudio de la literatura con algunas de las cualidades exteriores que actúan sobre su autor-dios. Quien habla no es, pues, el autor, sino el lenguaje; el autor debe ser desplazado en beneficio de la escritura y del lector.

            Una vez hallado el Autor, el texto se “explica”, el crítico ha alcanzado la victoria; así pues, no hay nada asombroso en el hecho de que, históricamente, el imperio del Autor haya sido también el del Crítico, ni tampoco en el hecho de que la crítica (por nueva que sea) caiga desmantelada a la vez que el Autor” (R. Barthes, 1968/1987: 70).

            Por otro lado, no ha de olvidarse la importancia de los diferentes planteamientos que tienden a configurar una teoría del autor, y que puede entreverse a partir de nociones como la de autor implícito (W. Booth), aproximaciones de tipo semiológico (Larsen, Maingenau, Geninasca, Lázaro Carreter...), de crítica textual (genética textual), filológica (L. Stegnano Picchio), o fenomenológica (Ingarden), desde las que se trata de eludir la perspectiva de la crítica tradicional, en favor de una nueva concepción de la realidad autorial, como principio generador de la comunicación literaria. Muchas de estas cuestiones han sido consideradas recientemente por G. Gadoffre, R. Ellrodt y J.M. Maulpoix, en sus estudios sobre “el acto creador”, editados en febrero de 1997.

4.4. Literatura y comunicación [4]

            Desde un punto de vista lingüístico y literario, la pragmática se ha convertido en los últimos años en una disciplina de esencial importancia. Destinada al estudio del lenguaje en función de la comunicación, la pragmática tiene por objeto analizar científicamente cómo los seres hablantes construyen, intercambian e interpretan enunciados y discursos estéticos en contextos y situaciones diferentes e históricamente variables.

            La pragmática estudia de este modo el sentido y las condiciones de la comunicación literaria, es decir, el modo intencional de producir y descodificar significados mediante un lenguaje estético, desde el punto de vista de los principios que regulan los comportamientos lingüísticos dedicados a la comunicación. La pragmática, cuyos fundamentos iniciales se derivan de principios filosóficos, como hemos visto, comprende de este modo diferentes áreas de conocimiento, relacionadas con los paradigmas de la lingüística científica, como la estructura lógica de los actos de habla, la deixis, la relación entre hablantes, discurso y contexto, el análisis de las diferentes estructuras y estrategias discursivas, la evaluación de los diferentes tipos de presuposiciones e implicaturas, tan recurrentes en el lenguaje ordinario, etc...

            En el caso de la comunicación literaria resulta muy conveniente delimitar con precisión los conceptos de diálogo y dialogismo. El diálogo puede definirse como aquella forma de expresión, naturalmente dialógica, en la que dos o más sujetos alternan su actividad en la emisión y recepción de enunciados, es decir, en aquel proceso verbal interactivo cuyos valores como actos de palabras están fijados en todos sus aspectos ilocutivos y perlocutivos (M.C. Bobes, 1987; 1987a: 115-165; 1992). El dialogismo, por su parte, debe entenderse como aquel proceso de comunicación en el que todos los sistemas de signos (convencionales o no), que crean sentido en el conjunto de la obra, son interpretados por un receptor. El dialogismo general de la comunicación sémica exige la existencia de al menos dos sujetos en relación comunicativa o interactiva (emisor y receptor: expresión-comunicación / interacción / interpretación-efecto feed-back), y que el código utilizado tenga valor social.

            Una de las características principales de la comunicación literaria, desde el punto de vista extradiscursivo o trascendente a la obra misma, consiste en que se realiza in absentia del autor real, es decir, sin la copresencia de los sujetos que interactúan, lo que provoca una situación comunicativa cuyo grado de amplitud y de abstracción condiciona notablemente la posición del emisor y del receptor. Desde este punto de vista, varios autores (V.M. Aguiar e Silva, 1977/1980: 202-205; C. Segre, 1985: 12 ss y 370) han cuestionado la posibilidad de un feed-back, o relación dialógica de receptor a emisor, en el ámbito de una pragmática de la comunicación literaria.

            La lingüística estructural, dedicada al estudio del lenguaje como sistema (estructuralismo), o al análisis de las capacidades de la mente humana para generar mensajes, a partir de la noción de competencia y del conocimiento subjetivo que del lenguaje posee el hablante (generativismo), ha admitido como fundamentales dos postulados que corrientes posteriores de pensamiento discutirían ampliamente (G. Reyes, 1990: 120-144): a) el lenguaje como instrumento apto para expresar la experiencia del mundo, y b) el sujeto hablante como ser unitario, autor absoluto de su palabra.

            Desde el punto de vista de la teoría empírica de la literatura formulada por el grupo nikol (S.J. Schmidt, G. Wienold, R. Warning, N. Groeben, W. Kindt, K. Stierle), no se admite que la obra literaria constituya una entidad ontológica autónoma, sino que los textos, o comunicados literarios, deben entenderse como el resultado de actividades y comportamientos sociales en los que reside precisamente la atribución y donación de sentido que reciben las obras de arte verbal. En consecuencia, los presupuestos de la poética estructuralista resultan severamente discutidos, al negar en la obra literaria los procesos semiósicos de significación, así como las propiedades esenciales de la literariedad, ya que la asignación o creación de sentido en la obra de arte verbal encuentra sus raíces en operaciones y actividades cognitivas de naturaleza exclusivamente social, todo lo cual exige —a juicio de los investigadores del Grupo nikol— el desarrollo de una disciplina científica capaz de asumir tales presupuestos (Empirische Literaturwissenchaft).

            En este sentido, autores como S.J. Schmidt estructuran el sistema de comunicación literaria según las operaciones de producción, mediación, recepción y transformación de los comunicados literarios o textos.

            El conjunto de estas funciones admite una disposición temporal y causal, de modo que una relación de forma temporal corresponde al modelo convencional de la comunicación literaria (productores -> mediadores -> receptores -> transformadores de textos), mientras que una relación de tipo causal, por la que parece inclinarse S.J. Schmidt, privilegia las dos últimas operaciones —recepción y transformación—, frente a la actividad de los productores y mediadores de comunicados literarios. La disposición causal de los diferentes procesos de actuación en el sistema literatura queda justificada para S.J. Schmidt desde el momento en que el proceso de producción de obras de arte verbal suele estar precedido temporalmente, y condicionado causalmente, por procesos de recepción, y éstos, a su vez, frecuentemente, por procesos de transformación.

            Con frecuencia, sucede que un autor ha recibido y transformado varios comunicados o textos literarios antes de que él mismo lleve a cabo la producción de un nuevo discurso, el cual puede mantener relaciones transtextuales con aquellos que le han precedido, y que han servido al mismo autor en operaciones de recepción y transformación discursivas.

4.5. Literatura y texto. La cuestión de la textualidad [5]

            Una de las aportaciones fundamentales de las poéticas modernas ha consistido probablemente en introducir en los estudios teóricos sobre el lenguaje y la literatura, al menos desde comienzos de la década de los setenta, importantes reflexiones acerca del concepto de texto, proporcionando un valioso arsenal de definiciones que, al lado de las clásicas o tradicionales —referidas al texto casi exclusivamente como signo lingüístico más bien estático (Saussure) que dinámico (Hjelmslev)— subrayan en ese textus linguae (tejido lingüístico), criterios tan capitales como los de comunicación (el texto como unidad y actividad comunicativa), pragmática (el texto como resultado de un proceso de semiosis por el que el hablante se muestra intencionalmente ante uno o varios interlocutores), y coherencia textual (el texto como sucesión de oraciones cuya estructura se somete a la existencia de reglas sintácticas y gramaticales propias del conjunto textual).
           
            Desde este punto de vista, se toma la palabra texto en su sentido más amplio, de tal modo que con ella es posible designar un enunciado cualquiera, hablado o escrito, largo o breve, antiguo o moderno. R. Barthes (1980), por su parte, ha definido el texto como aquel objeto “sometido a la inspección distante de un sujeto sabio”. M. Bajtín (1976/1977: 197) estima, a su vez, que “donde no hay texto, no hay tampoco objeto de investigación ni de pensamiento”. I. Lotman (1979) habla de “conjunto sígnico coherente” y de “comunicación registrada en un determinado sistema sígnico”. Autores como W. Dressler (1973: 9) introducen ciertas limitaciones en la noción de texto, al definirlo como “enunciado lingüístico concluso” o formación semiótica singular, cerrada en sí, dotada de un significado y una función íntegra no descomponible.

            A C. Segre corresponde haber definido el texto como el tejido lingüístico de un discurso: “Cuando se habla del texto en una obra, se indica el tejido lingüístico del discurso que la constituye; si por el contrario se alude al contenido, obra y texto son casi sinónimos” (1985: 368). En efecto, la etimología nos revela que la palabra textus no se impone sino en el latín tardío como un uso figurado del participio pasado de textere (Quintiliano, Institutio Oratoria, IX, 4, 13). A partir de esta metáfora o relación de semejanza que ve en la totalidad lingüística del discurso un “tejido”, desde el cual es posible la interconexión de las diversas partes que constituyen una creación verbal, el término texto comienza paulatinamente a ser codificado con el sentido que en nuestros días se le atribuye en la mayoría de las lenguas modernas: textotextetext,testoText... Documentado en esta acepción desde 1540, los estudios del texto como tejido lingüístico han sido también considerados por J.C. Ramson y P. Zumthor.

            E. Bernárdez, tras repasar algunas de las más representativas nociones de texto proporcionadas por la lingüística textual, ha intentado definir este concepto apoyándose en las diferentes características enunciadas por las escuelas que, a lo largo de los últimos veinte años, se han ocupado de las propiedades y limitaciones teóricas del término: “‘Texto’ —escribe E. Bernárdez (1982: 85)— es la unidad lingüística comunicativa fundamental, producto de la actividad verbal humana, que posee siempre carácter social; está caracterizado por su cierre semántico y comunicativo, así como por su coherencia profunda y superficial, debida a la intención (comunicativa) del hablante de crear un texto íntegro, y a su estructuración, mediante dos conjuntos de reglas: las propias del nivel textual y las del sistema de la lengua”.  
           
            Algunos autores emplean el término discurso como sinónimo de “texto”   (J. Dubois, 1973: 200-201; A.J. Greimas y J. Courtés, 1979/1982: 126-130; F. Lázaro, 1984: 147). Para T.A. van Dijk (1977) “texto” es un concepto abstracto (texto émico) que se manifiesta o realiza en “discursos” concretos (texto ético). Acerca de las nociones de “Vyskazyvanie “ y conjunto sintáctico complejo, véase la obra de V.N. Vinogradov, S.E. Krjuckov y L.Ju. Maksimov y J. Vollmer. Actualmente, el término discurso suele utilizarse para designar una sucesión coherente de sintagmas oracionales, mientras que el concepto de enunciado parece vincularse al producto de la actividad verbal. La noción de texto, en suma, parece integrar ambos significados (Bernárdez, 1982: 88).

            Desde el punto de vista de la dimensión pragmática textual, se han tratado de identificar en el discurso literario aquellas propiedades del texto que permiten reconocer en él un proceso comunicativo. De este modo, se ha propuesto un acercamiento al discurso literario como unidad de interacción verbal, en la que es posible identificar una diversidad de estructuras comunicativas, subyacentes en la inmanencia del texto artístico, y que, bien desde la lingüística textual (T. Albaladejo, 1982, 1984), bien desde la heterología bajtiniana (T. Todorov, 1981: 173-176), sería posible considerar.

            El modelo de lingüística textual elaborado por J.S. Petöfi en 1971, que ha experimentado evoluciones notorias desde su diseño inicial —TeSWeST estándar— hasta las fórmulas alcanzadas en sus últimas exposiciones —TeSWeST ampliada II— (J.S. Petöfi/ A. García Berrio, 1979; T. Albaladejo, 1983, 1984), es bien conocido, junto a los modelos de estructura textual propuestos por T.A. van Dijk (1970, 1972, 1973, 1977), H. Isenberg (1977, 1978) y la gramática sistémico-funcional, desarrollada principalmente por M.A.K. Halliday (1978) y otros lingüistas británicos a partir de las ideas de J.R. Firth. Tales modelos constituyen una construcción teórica capaz de reproducir el sistema subyacente a la realidad de la comunicación lingüística, de la que forman parte tanto los usuarios del lenguaje como los mecanismos lingüísticos de que éstos se sirven en sus procesos de interacción verbal.

4.6. Literatura, mediación y postprocesamiento.

La cuestión del transductor [6]

            En 1989, M. del C. Bobes presentaba por vez primera su análisis acerca de los procesos semiósicos, como condiciones normales del uso de los signos en los que, partiendo de significados virtuales y habilitando relaciones nuevas (de tipo metafórico, metonímico, simbólico, etc...), se crean y fijan sentidos ocasionalmente válidos en los límites del texto. Hablaba entonces de al menos cinco procesos semiósicos (expresión, significación, comunicación, interacción e interpretación) que es posible identificar en las diferentes operaciones pragmáticas para las que están facultados los interlocutores de la comunicación lingüística (emisor, mensaje, receptor). Hoy parece posible introducir un proceso semiósico más, el de transducción, desde el que es factible registrar la transmisión al emisor del mensaje —o a otros destinatarios posibles— de aquellos sentidos que han sido específicamente transformados por un receptor cualquiera en su interpretación del signo. Trata de completarse, de este modo, el amplio espectro de la pragmática literaria, al analizar cada uno de los ámbitos comunicativos que la sustantivan: producción, mediación, recepción y postprocesamiento.

            El uso romance del término se debe en primer lugar a las ciencias naturales, y no a las ciencias humanas. La transducción designa en bioquímica la transmisión de material genético de una bacteria a otra a través de un bacteriófago; la transducción genética exige que un pequeño fragmento del cromosoma bacteriano se incorpore a la partícula de fago, la cual, cuando infecta a una nueva célula, le inyecta no sólo su propia dotación genética, sino también material genético del primitivo huésped. El fenómeno fue descubierto en 1952 por el biólogo y estudioso de genética médica J. Lederberg, premio Nobel de Medicina y Fisiología (1958), en colaboración con el genetista N.D. Zinder, quienes dieron el nombre de transducción a este mecanismo de transmisión genética en las bacterias a través de los bacteriófagos.

            El concepto de transducción es mencionado en 1986 por L. Dolezel, en su artículo “Semiotics of Literary Communication”, y reproducido cuatro años más tarde en su libro Occidental Poetics. Tradition and progress, con el significado de transmisión con transformación, para designar los procesos de transmisión dinámica (intertextualidad, transferencia intercultural, recepción crítica, parodia, tradición, readaptaciones...) de que pueden ser objeto las obras literarias. En 1988, J.M. Pozuelo Yvancos incluye la transducción  entre los cuatro rasgos globales del fenómeno comunicativo literario, junto con la desautomatización, la ficcionalidad y el carácter diferido de la comunicación literaria (1988: 79 ss). En 1994 propuse, por vez primera, en mis investigaciones y publicaciones sobre pragmática literaria, el concepto de transducción, tal como aquí lo formulo, con un sentido bien distinto al de Dolezel.

            En la historia de la poética, se registran no obstante algunos términos cuyo sentido resulta afín al que proponemos aquí para el concepto de transducción. En 1966, R. Barthes, al referirse a la pluralidad de sentidos que suscita la obra literaria, introduce la palabra anamorfosis con objeto de designar la “transformación coherente y vigilada” que puede ofrecer la lectura crítica de un discurso, merced a la que se proponen uno o varios sentidos entre otros posibles, frente a la labor de la teoría, que tendría por objeto la reflexión sobre la construcción plural del significado literario (1966: 66-67). Apenas unos años más tarde, Ph. Hamon (1973) hablaba de sémantisation accélérée con objeto de definir una de las características específicas de los textos realistas, como discursos en los que tienen lugar la concentración de múltiples acontecimientos funcionales cuya disposición, interactiva y dialéctica, resulta especialmente adecuada al autor para la simultánea conservación y transformación de los sentidos que pretende comunicar. La teoría de la transducción literaria constituye, de este modo, el punto culminante de la semiótica de la comunicación literaria.

            En 1952 y 1953, M. Bajtín trabajaba en la redacción de un estudio sobre los géneros discursivos, como tipos relativamente estables de enunciados que se elaboran en cada esfera del uso de la lengua, que abarcan todos los ámbitos de la actividad lingüística, y que pueden estudiarse conforme a las categorías de la lingüística estructural (diacronía y sincronía) y de la semiótica rusa (géneros discursivos primarios y secundarios). A estos últimos se refiere M. Bajtín, frente a los amplios repertorios que gobiernan la totalidad de las interacciones verbales como formas simples del habla, tales como las formas complejas de la comunicación social, de manifestación fundamentalmente escrita, y en los que se produce una constante reelaboración, recontextualización y transducción de los géneros discursivos primarios (1979/1982: 248).

            Desde los fundamentos de una ciencia empírica de la literatura, S.J. Schmidt, concede una importancia medular a la teoría de los “transformadores” o “procesadores cognitivos” que operan en la estructura del sistema literatura, es decir, en aquel ámbito socialmente delimitable en el que tiene lugar la realización de acciones comunicativas orientadas hacia las llamadas obras de arte literarias. En el ámbito de la teoría de las acciones comunicativas literarias (Theorie Literarischen Kommunikativen Handelns), se distinguen cuatro operaciones fundamentales, indudablemente relacionadas entre sí, que corresponden a una teoría de la producción, mediación, recepción y transformación literarias.

            Como hemos sugerido con anterioridad, L. Dolezel introduce el concepto de transducción literaria (literary transduction) con el propósito de designar las sucesivas elaboraciones y transformaciones de que es objeto el sentido de las obras literarias, merced a la competencia estética de sus receptores y a las complejas cadenas de transmisión a que con frecuencia se someten los fenómenos culturales. Desde este punto de vista, “la elaboración de los textos literarios es mucho más que una pasiva ‘descodificación’; es una reelaboración activa del ‘mensaje’ sobre la que la fuente ha perdido todo el control” (L. Dolezel, 1990: 211). El concepto de transducción es, pues, depositario de dos modos fundamentales de acercamiento al estudio de la poética, ampliamente considerados por la semiótica de la comunicación literaria propugnada por la Escuela de Praga, y que se centra en la reelaboración del texto literario y en el análisis de su recepción crítica. La transducción comprendería de este modo el ámbito de las relaciones transtextuales (G. Genette, 1982), o intertextuales (M. Riffaterre, 1979), al definir toda una gama de “metamorfosis textuales” que van desde la cita literal hasta la construcción de textos metateóricos.


4.7. Literatura y recepción: la cuestión del lector [7]

            La crisis de la literariedad es consecuencia de la crisis de los formalismos: las deficiencias explicativas del formalismo ruso a propósito del lenguaje literario, y de la lectura y desarrollo que de él hicieron los estructuralistas franceses, conducen hacia un enfoque semiológico de los fenómenos literarios, en el que la dimensión pragmática proporciona una variedad de aperturas metodológicas y una pluralidad de modelos textuales que no habían sido consideradas hasta entonces. En este contexto de recepción empírica del fenómeno literario la figura del lector ocupa un lugar esencial, desde el punto de vista de su formulación teórica y crítica, en el ámbito textual y pragmático, como modelo ideal (informed readerlettore modeloimplizite Leserarchilecteurideal reader...) y como realización literaria.

            J.M. Pozuelo ha insistido en que el problema de la recepción no es, en toda la extensión de la palabra, un fenómeno de nuestros días, pues desde diferentes enfoques metodológicos se ha planteado la relación entre literatura y público (E. Auerbach, R. Escarpit, J.P. Sartre, A. Nisin, L.L. Shüking...) A la Escuela de Constanza corresponde el mérito de haber formulado una teoría de la recepción desde el punto de vista de su intervención e influencia en el concepto mismo de literatura, cuya consecuencia más inmediata ha sido la aportación de transformaciones decisivas para estudio de los fenómenos literarios, que afectan directamente al modo y posibilidades de conocimiento de la obra literaria, desde el punto de vista de la comprensión, evolución o permanencia de su sentido a lo largo de la historia de sus lecturas.

            Diferentes autores han señalado en el desarrollo de las teorías sobre el lector “desafíos cruciales” (J.M. Pozuelo, 1988: 107) para la investigación literaria. El lector, considerado como la base interpretativa más segura, ha contribuido a desviar los problemas de la reflexión sobre la lengua literaria hacia los problemas que se derivan del “uso y consumo de lo literario”. Desde este punto de vista, la lengua literaria no se concibe como una realidad comprensible estáticamente (estructuralismo), ya que los valores literarios serían asignados convencionalmente por los diferentes lectores, en virtud de múltiples elementos y condiciones, que pueden hacerlos variar a lo largo del tiempo, e incluso de unas a otras comunidades humanas.

            Autores como J. Ellis (1974) sostienen que sólo puede decirse de un texto que es literario cuando es “utilizado” como tal por una determinada sociedad, lo que en cierto modo equivaldría a admitir que el mismo texto dejaría de ser literario si esa misma sociedad, en su evolución temporal o espacial, así lo determinara en virtud del “uso” que hiciera de él.

            En efecto, sí existen textos que en su momento han sido considerados como literarios —pensemos en algunos poemas de Campoamor, Núñez de Arce, determinadas formas de novela rosa y de caballerías...— y que hoy en día en absoluto se valoran como poéticos, ya que el horizonte de lectura y la competencia estética del público se han transformado profundamente frente al universo discursivo de tales obras. Por el contrario, textos que en un principio no fueron concebidos por su autor como literarios, como hoy se sostiene por ejemplo del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, son valorados por lectores de todos los tiempos como discursos líricos de primerísima talla.

            La consideración pragmática de la figura del lector ha dispuesto la posibilidad de una competencia literaria, como capacidad y dominio de interpretación que posee una persona para aprehender el capital artístico de una obra de arte, según un conjunto o convergencia de convenciones que el propio lector puede actualizar en cada acto de recepción, y que pueden ser de naturaleza social o externa, o de índole formalista o textual. También se ha planteado explícitamente una serie de problemas que se derivan de una concepción del texto literario como “obra abierta”, cuya polivalencia interpretativa puede inscribirse en un proceso de semiosis ilimitado. El estudio de la interpretación de los textos literarios, como un fenómeno particular de su proceso de lectura, ha sido estrechamente vinculado por los teóricos de la recepción al acto de creación de sentido que corresponde al lector en el momento de la recepción e interpretación literarias.

            Desde este punto de vista, la obra se configura como una realidad textualmente estable y semánticamente orgánica, cuya entropía o polivalencia de sentidos la convierte en una obra abierta, del mismo modo que el lector se instituye en un co-creador del significado poético, al elaborar, como le atribuye la fenomenología de R. Ingarden (1931) y la hermenéutica de H.G. Gadamer (1960), la propia objetividad textual. La recepción queda ligada de este modo a la textualidad, como un fenómeno interior a ella, así como la lectura se configura como un proceso que actualiza constantemente indeterminaciones cuyo sentido no llega a establecerse nunca de forma definitiva.

            La atención requerida por la figura del lector ha demostrado igualmente la conveniencia de replantearse la concepción de la “Historia de la Literatura”, atendiendo a la historicidad esencial de cada obra literaria desde el punto de vista de las lecturas de que ha sido objeto, y de los efectos e influencias a que ha dado lugar entre sus diferentes lectores, autores, en ciertos casos, de obras literarias en que pueden apreciarse relaciones intertextuales de enorme interés. Uno de los postulados fundamentales de la estética de la recepción consiste en afirmar la naturaleza cambiante y transformadora de los sistemas u horizontes normativos de expectación, en que se sitúan lectores de épocas diferentes, y desde los que es posible determinar la historicidad de los fenómenos literarios.

            V.M. Aguiar e Silva (1984: 315) ha hablado a este propósito de policódigos culturales, que adquieren con frecuencia relaciones de interacción o intersección, entre emisor y receptores de un mensaje, cada uno de los cuales aporta su propio policódigo, creando entre los sujetos de la comunicación literaria una distancia dialógica en que pueden tener lugar múltiples fenómenos de variabilidad, descodificación, transducción, etc...

            El acto de recepción de la obra literaria constituye una operación de interpretación experimental, que responde a determinados mecanismos psicológicos, sociales, fenomenológicos, estructurales, históricos, etc..., que conviene determinar exhaustivamente, y que con frecuencia adquieren expresión formal a través de las sucesivas manifestaciones que experimenta el texto literario en su acontecer histórico, una vez que ha salido de manos de su autor y es depositario de múltiples lecturas, interpretaciones y relaciones transtextuales.


4.8. Literatura y referencia: la cuestión de la ficción [8]

            La ficción es una de las características esenciales del discurso literario. Durante más de dos mil años las relaciones entre el arte poética y la realidad, entre la literatura y el mundo, han sido definidas por la teoría de la mímesis. En su origen acaso significó el acto de imitar personas o animales mediante la danza o la música, y en relación con los cultos rituales, y así lo han señalado autores como Koller, Else, Sörbom, Tatarkiewicz y Spariosu.

            En la tradición socrática, el término mímesis —como recuerda Jenofonte— se aplica a la escultura y a la pintura, y parece designar la capacidad que poseen los artistas para producir representaciones (¿escénicas?) análogas a objetos materiales o estados mentales existentes en la realidad. En la estética de Platón el concepto de mímesis deriva de la metafísica. Las obras miméticas tienen el estatuto de copias pasivas, de fenómenos doblemente alejados de la realidad esencial (Ideas) (Libro X de la República).

            La noción de mímesis tal como la formula Aristóteles en su poética resulta indefinida e indeterminada semánticamente, pero sí cabe decir que es una función de la productividad artística, una operación de poiesis. El significado del término mímesis pasa de ‘imitación’ a representación, creación, invención. En el Renacimiento el concepto de mímesis se introduce por segunda vez en la estética y la poética occidentales, con los mismos presupuestos que le había dado Aristóteles, los cuales perduran hasta el Neoclasicismo.

            Los estudios que se han realizado desde las ciencias naturales (Newton) hacen que el concepto de ‘naturaleza’ resulte cada vez más vago, problemático e inoperante, desde el punto de vista de una teoría de la mímesis. Las nuevas posiciones epistemológicas, especialmente el idealismo, han revelado que los conceptos fundamentales de la teoría de la mímesis presentan grandes carencias lógicas y epistemológicas.

            La ficción no existe sin alguna implicación en la realidad. Toda ficción, como expresión de sentido, proporciona un conocimiento e instituye una verdad, en el sentido pleno de estos términos. Tradicionalmente, la ficción se consideraba como un objeto de conocimiento, pero no como un instrumento o útil de conocimiento.

            K. Hamburger (1957) ve la ficción como sinónimo de poiesis. B.H. Smith (1971) rechaza en la ficción todo valor de verdad y todo valor cognitivo. J. Searle, como otros autores afines a la filosofía analítica, considera que el autor de un discurso ficcional simula realizar actos ilocucionarios de tipo representativo, de modo que el criterio para distinguir una obra de ficción reside en la fuerza ilocutiva del autor. La simulación de los actos ilocutivos suspende las exigencias de verificar la ficción discursiva, de modo que las consecuencias trascendentales de la ilocución textual desaparecen fuera de la obra. F. Martínez Bonati (1960) rechaza esta tesis, al considerar que el autor de una ficción no se limita a imaginar los actos ilocutivos de una fuente de lenguaje imaginaria; no se trata del hablar ficticio del autor, sino del hablar pleno y auténtico de una ficción como es el personaje.

            Por su parte, S.J. Schmidt representa una corriente teórica que insiste en la ficcionalidad como rasgo de naturaleza pragmática, como atributo del que son responsables las convenciones, explícitas e implícitas, de que se sirven los usuarios de la literatura. I.A. Richards trata de resolver el conflicto entre el lenguaje científico y el lenguaje poético al considerar a este último desde criterios pragmáticos. Desde este punto de vista, los enunciados poéticos son “pseudo-enunciados”, cuya función no es la de afirmar verdades, sino la de expresar y conformar actitudes y emociones.

            J.M. Pozuelo (1988: 96 ss) se ha referido a tres “construcciones teóricas” fundamentales sobre la ficción literaria, que reconoce en la obra de P. Ricoeur (1983), basada en una profunda investigación teórica sobre la mímesis, como representación y sinónimo de invención creadora; de F. Martínez Bonati (1960, 1983), quien parte del presupuesto de que toda obra literaria es lenguaje que comunica lenguaje, al advertir que el discurso literario es semánticamente orgánico y contextualmente estable, capaz de instituir una verdad propia, sólo explicable, no verificable o falseable; y T. Albaladejo (1986, 1987), quien vincula la ficcionalidad a la estructura textual, de modo que considera la ficción como una propiedad específica de los textos.

            Th. Pavel, por su parte, distingue entre la aproximación externa, que considera los textos de ficción por relación al mundo no ficticio, y la aproximación interna, que se interesa por el modo en que los receptores captan y comprenden la ficción. R. Shusterman considera, junto con Th. Pavel, que la complejidad del mundo moderno excluye la existencia de un punto de vista privilegiado a partir del cual pueda gobernarse o controlarse la organización del saber. En este sentido, la literatura puede aspirar a convertirse en un medio de conocimiento del mundo, de la misma forma que, a su modo, lo pretende la ciencia.

            Autores como R. Shusterman (1995) tratan de adoptar una posición intermedia entre los excesos del positivismo y los del pragmatismo, y consideran que existe una literatura que podría calificarse de epistemológica, al estimular, implicar y promover nuestras facultades de percepción. La posibilidad de considerar la literatura como un discurso cognoscitivo está relacionada de algún modo con aquellas corrientes epistemológicas que discuten la exactitud y objetividad de las ciencias naturales (Foucault, Kuhn, Feyerabend...)


4.9. La interpretación y la cuestión del significado literario.


             La hermenéutica, como disciplina que se ocupa clásicamente de la comprensión de textos, parte de la génesis de la conciencia histórica, a la que debe su función central en el marco de las ciencias del espíritu, y a la que postula como objeto inmediato de estudio. En este sentido, el presente tema tratará de dar cuenta al alumno de la importancia de la hermenéutica en el seno de los problemas de interpretación de las obras literarias. Será conveniente delimitar el objeto de la hermenéutica, así como trazar una breve historia de la disciplina, desde la concepción lógica de Aristóteles, afín a las fuertes implicaciones metafísicas de la hermenéutica platónica, pasando por la obra de Schleiermacher, hasta la concepción teológica de Dilthey, reconsiderada posteriormente por Heidegger desde una perspectiva ontológica, y por Gadamer desde una perspectiva que se apoya en el lenguaje, para concluir en algunos de los postulados de Vattimo, afines a corrientes de pensamiento de naturaleza postestructuralista.

            Es objeto de la hermenéutica todo lo que ya no está de manera inmediata en su mundo (originario) y ya no se expresa en él; “en consecuencia toda tradición, el arte, etc..., están despojados de su sentido originario y referidas a un espíritu que las descubra y medie, espíritu al que los griegos dieron el nombre de Hermes, mensajero de los dioses” (H.G. Gadamer, 1960/1984: 217-222).

            El arte no es mero objeto de la conciencia histórica, pero su comprensión implica siempre una mediación histórica, que la hermenéutica puede abordar desde modelos interpretativos diferentes. De este modo, la hermenéutica, como preceptiva de la comprensión e interpretación de textos, inicia su desarrollo por los caminos de la Teología y la Filología, sin olvidar el Derecho Natural (hermenéutica jurídica). La hermenéutica teológica surge así para la defensa de la comprensión reformista de la Biblia, contra el ataque de los teólogos tridentinos y su apelación al carácter ineludible de la tradición. La comprensión bíblica estaba determinada por la tradición dogmática de la iglesia, y según la convicción de los reformadores quedaba oculta por ella. Paralelamente, la hermenéutica filológica, surge como ars y preceptiva crítica de la filología, y se propone como principio o presupuesto para acceder al carácter irreflexivamente modélico de la Antigüedad clásica, de cuya transmisión se cuidaba. Si entre la Antigüedad clásica y el presente no existe ninguna relación inequívoca de modelo y seguimiento, la filología y sus saberes metodológicos tendrán que transformarse en su esencia.

            El pensamiento de F. Schleiermacher, a partir de los filólogos F.A. Wolf y F. Ast, y del teólogo Ernesti, trató de desarrollar una hermenéutica universal en que desembocaran las dos anteriores, mediante la fundamentación teórica de los procedimientos compartidos por teólogos y filólogos, en busca de una relación más originaria de la comprensión de las ideas. Schleiermacher dio a su hermenéutica el nombre de preceptiva (Kunstlehre), y con ella pretendió designar el esfuerzo de la comprensión que tiene lugar cada vez que no existe una comprensión inmediata, es decir, cada vez que hay que contar con la posibilidad de un malentendido.

            El pensamiento de M. Heidegger ha demostrado que el sujeto supera en la continuidad de su Existencia o ser-ahí (Dasein) la discrecionalidad y el pluralismo de su vivencia, de modo que la continuidad de la autocomprensión se configura como la única forma capaz de sustentar la existencia humana.

            El postulado heideggeriano de la preestructura de la comprensión, según el cual toda lectura está condicionada desde el principio por determinadas expectativas de sentido (interpretante preexistente o anterior a la lectura de la obra), puede entenderse como un análisis de los presupuestos de partida que tiene como fin evitar toda transducción inicial en la comprensión del sentido. Toda interpretación coherente trata de protegerse contra la arbitrariedad de las ocurrencias, y contra los hábitos desorientadores e imperceptibles del pensar, con objeto de prevenir aquellas determinaciones que no sean las procedentes de la obra, o las autorizadas por cada uno de los procesos de semiosis en que se sustantiva la pragmática de la comunicación literaria. Resulta admisible que toda interpretación se encuentra siempre expuesta a los errores de las opiniones y expectativas previas, ya que toda comprensión se inicia sobre el análisis de conceptos previos y preexistentes, que han de ser progresivamente sustituidos por otros más adecuados.

            Parece indudable que tan pronto como aparece en el texto un primer sentido, el intérprete proyecta bajo este punto de vista su comprensión inicial del discurso, de modo que sólo la suma de las lecturas supuestamente más correctas y el contraste de las diferentes interpretaciones, valoradas como coherentes por la eficacia que autoriza la tradición, determinan, desde la competencia del hermeneuta, la superación de las desviaciones a las que el propio intérprete se ve sometido, por sus propias ocurrencias e incluso por sus propios conocimientos, fundamentados con frecuencia sobre categorías críticas que encuentran en la intersubjetividad humana su razón más radical, como resultado de múltiples y sucesivas transducciones y análisis hermenéuticos.

            La teoría de la preestructura de la comprensión se encuentra estrechamente vinculada a la noción, igualmente heideggeriana de “antecedente de la perfección”, así como al concepto de precomprensión, procedente de la hermenéutica de R.K. Bultmann (Historia y escatología, 1957), y de la noción clásica de “prejuicio”, tal como ha sido concebida por las hermenéuticas teológica, filológica y jurídica.

            La noción de prejuicio adquiere su matiz negativo durante la Ilustración, al designar el juicio que se forma antes de la convalidación definitiva de todos los momentos objetivamente determinantes. Desde el punto de vista de la hermenéutica, se considera que los prejuicios no percibidos son precisamente aquellos que con su dominio vuelven al sujeto sordo hacia el objeto del que le habla la tradición. El hacer hermenéutico exige poner en suspenso todos los prejuicios, es decir, limitar al máximo las posibilidades de transformación del propio conocimiento.
           
            El que se crea seguro de su falta de prejuicios —advierte Gadamer—, porque se apoya en la objetividad de su procedimiento, y niega su propio condicionamiento histórico y subjetivo al que pretende sustraerse, experimentará, sin duda incontroladamente, el poder de los prejuicios que le dominen. Acaso baste con no reconocer la transducción subyacente en toda labor hermenéutica para confiar en su inexistencia. Quien no evalúa los juicios que le dominan de forma preexistente acaba considerando erróneamente lo que se muestra bajo ellos. Análogamente, el concepto de “precomprensión”, propuesto por R.K. Bultmann en 1957, designa la relación vital del intérprete con el texto, caracterizada precisamente por su relación anterior con el tema del discurso, que no resulta de un procedimiento comprensivo, sino que es previo o preexistente.



            Plantear si una creación humana como la literatura, presidida por la libertad, puede verse limitada por unas formas históricas precedentes es uno de los principales interrogantes que trata de resolver el estudio de los géneros literarios, con objeto de delimitar, desde un punto de vista histórico y sincrónico, las diferentes teorías que se han ocupado de la cuestión genológica.

            Consideramos de interés subrayar, en primer lugar, la importancia que adquieren, en la consideración de los géneros literarios, algunas de las conclusiones en que han desembocado la mayor parte de los estudios actuales sobre genología. J.M. Pozuelo (1988: 69 ss), en su estudio sobre “Teoría de los géneros y poética normativa”, ha insistido en que el principal problema que debe resolver en nuestros días una teoría de los géneros literarios reside en sus presupuestos metodológicos y su disposición preliminar, con objeto de fijar los criterios para una organización jerárquica de clases de unidades (W.D. Stempel, 1971), y limitar de este modo la dispersión metodológica y teórica que, señalada por M.L. Ryan desde 1981, parece tener su origen en el desarrollo de las corrientes nominalistas (B. Rollin), en el triunfo de los metalenguajes como principios explicativos de los fenómenos literarios, y en el progresivo distanciamiento que se ha producido entre la Poética y la Literatura desde fines del siglo XVIII [11].

            Desde este punto de vista, J.M. Pozuelo propone que la teoría de los géneros literarios evite la tendencia a la abstracción, y se aproxime a una consideración práctica de los fenómenos literarios, fundamentándose de este modo en el conocimiento empírico de los mismos: “El concepto de género literario únicamente puede explicarse como una invitación a la forma que orienta siempre un carácter: 1) múltiple o complejo en cuanto a los factores implicados (temáticos, formales, pragmáticos, sociales); 2) histórico en cuanto la creación literaria exige la actualización en simultaneidad de todos esos factores y por tanto la descripción poética sólo puede ser histórica si quiere dar cuenta de la imbricación de los mismos en los géneros concretos, y 3) normativo en cuanto viene ligado, llámesele norma estética, competencia genérica, institución, horizonte de expectativas, decoro, imitación, viene ligado, digo, al carácter reflectivo de la propia literatura, que acaba siempre hablando de sí misma” (J.M. Pozuelo, 1988: 80).

            A. García Berrio ha insistido también en la conveniencia de situar el estudio de los géneros en el núcleo de la teoría literaria, sin que semejante disposición metodológica signifique un abandono de su dimensión histórica, tal como trataremos de demostrar por nuestra parte: “El estudio de los géneros literarios debe ser parte central de la Teoría literaria. Sin que ello signifique una abdicación de sus competencias especulativas, creemos que dicho estudio debe enfocarse cada vez más hacia los géneros históricos en el intento por construir una Poética Histórica, que asuma tanto las teorías que se han ido produciendo a través de los tiempos como la historia de las formas literarias” (A. García Berrio y J. Huerta Calvo, 1992: 139).

            Paralelamente, se ha insistido también en la importancia que la perspectiva antropológica o etnológica adquiere en nuestros días, al plantear el estudio de los géneros literarios desde el punto de vista de sus orígenes y naturaleza, explorando los valores axiológicos y las primitivas formas de discurso que han podido motivarlos teleológicamente. Por último, resulta de enorme interés, para la elaboración de una retórica de los géneros literarios, la descripción exhaustiva de las estructuras expresivas de los textos, que históricamente podrían clasificarse en tres etapas diferentes: 1) el período clásico, de naturaleza formal y expresiva, vinculada a la poética mimética; 2) el período romántico, de orden simbólico y referencial, en cuyos orígenes se sitúan los comienzos de la modernidad y los fundamentos del pensamiento idealista; y 3) un tercer período que podría identificarse con las formas creadoras e interpretativas del siglo XX, que actuarían como síntesis de las dos etapas anteriores (A. García Berrio y J. Huerta Calvo, 1992: 92 ss).

            No resultará ocioso recordar una vez más las palabras de R. Wellek y A. Warren (1949/1985: 315) a este propósito: “Aunque el género aparecerá en la historia ejemplificado en las distintas obras, no quedará definido por todos los rasgos de estas distintas obras: hemos de entender el género como concepto “regulativo”, como estructura subyacente, como convención que es real, es decir, efectiva, porque en rigor moldea la composición de obras concretas”.



[1] Cfr. V.M. Aguiar e Silva (1967, reed. 1984), M. Angenot (1988), T. Bennet (1990), M. Blanchot (1955, trad. 1992), M.C. Bobes (1994), W.C. Booth (1979), P. Bourdieu (1992, trad. 1995), F. Brioschi y C. di Girolamo (1988), R.H. Castagnino (1980), M. Corti (1976), B. Croce (1943), J. Derrida (1972b, trad. 1975), J. Dubois (1978), J.M. Ellis (1974, trad. 1988), R. Escarpit et al. (1970, trad. 1974), M. Fumaroli (1980, 1982), A. García Berrio (1979, 1987, 1989), M.A. Garrido Gallardo (1987), G. Genette (1991), C. di Girolamo (1978, trad. 1982), B. Gray (1975), C. Guillén (1971, 1989), K. Hamburger (1957, trad. 1995), P. Hernadi (1978, 1981), F. Lázaro Carreter (1976, 1980), F. Lentricchia (1983), L. Lerner (1988), I.M. Lotman (1976), P. Macheray (1966, trad. 1974), M.P. Malcuzynski (1991), M. Marghescou (1974, trad. 1979), A. Marino (1988), J.A. Mayoral (1987), W. Mignolo (1978, 1978a, 1983, 1989), C. Nelson (1973), M. Pagnini (1980, 1988), T.C. Pollock (1970), R. Posner (1982), J.M. Pozuelo (1988, 1994), E. Prado Coelho (1987), M.L. Pratt (1986), J.C. Rodríguez Gómez (1985), L. Rubio (1986), J.M. Schaeffer (1983), S. Schmidt (1980, trad. 1990), R. Senabre (1994), B.H. Smith (1978, 1988), T. Todorov (1978, 1981, 1984, 1987), G. de Torre (1970), D. Villanueva (1994, 1994a), R. Wellek (1982). Vid. los siguientes números monográficos de revistas: What is Literature?, en New Literary History, 5, 1 (1973); L’institution littéraire I, en Littérature, 42 (1981); L’institution littéraire II, en Littérature, 44 (1981); Reading the Archive: On Texts and institutions, en E.S.Burt y J. Vanpée (eds.),Yale French Studies, 77 (1990); Littérature et institutions, en Romanica Wratislavensia, 38 (1991); Iuri M. Lotman y la Escuela Semiótica de Tartú-Moscú, treinta años después, en M. Cáceres Sánchez (con la colaboración de R. Guzmán y J. Talvet), Discurso, 8 (1993).

[2] Cfr. Bachelard, G. (1934, trad. 1995; 1971, trad. 1987), Banfield, A. (1978a, trad. 1979), Blanchot, M. (1955, trad. 1992), Bobes Naves, M.C. (1993a, 1994), Bunge, M. (1980, trad. 1981), Cassirer, E. (1923-1929, trad. 1995; 1942a, trad. 1993; 1942b; 1942c, trad. 1975, reed. 1991), Chalmers, A. F. (1976, trad. 1990), Derrida, J. (1967, trad. 1989), Dilthey, W. (1883, trad. 1980), Falk, E.H. (1981), Feyerabend, P.K. (1974, trad. 1981; 1989, trad. 1990),Fichte, J. G. (1797, trad. 1987), Fokkema, D.W. (1989, trad. 1993), Frye, N. (1971, trad. 1973), Gadamer, H.G. (1960, trad. 1989; 1967-1986, trad. 1991), Heidegger, M. (1936, reed. 1871, trad. 1995; 1952, trad. 1995; 1957, trad. 1988; 1959, trad. 1987), Hernández Guerrero, J.A. (1995), Hirsch, E.D. (1967, 1972), Husserl, E. (1954, trad. 1991), Ingarden, R. (1931, trad. 1983; 1937, trad. 1973 y 1989), Kragh, H. (1987, trad. 1989), Kuhn, T.S. (1962, trad. 1994; 1977, trad. 1983; 1981, trad. 1989), Lakatos, I. (1971, trad. 1974; 1978, trad. 1983), Magliola, R.R. (1977), Martínez Bonati, F. (1960, trad. 1983; 1984), Popper, K.R. (1934, trad. 1977; 1964, trad. 1991; 1972, trad. 1992), Rickert, H. (1898, trad. 1965), Russell, B. (1948, trad. 1983, 1986), J.P. Sartre (1948, trad. 1976), Senabre, R. (1994), W. Szilasi (1945, trad. 1980), Valdés, M.J. (1982), D. Villanueva (1994, 1994a), Wellek R. y Warren, A. (1949, trad. 1985), Winsatt, W.K. y Brooks, C. (1957, trad. 1970).

[3] Cfr. AA.VV. (1968, trad. 1971), T. Albaladejo Mayordomo (1984), M. Bajtín (1979, trad. 1982), R. Barthes (1972, trad. 1973), J.L. Baudry (en AA.VV., 1968), P. Bénichou (1973), W. Booth (1961, trad. 1974; reed. 1983; 1974, trad. 1986), P. Bourdieu (1992, trad. 1995), F.P. Bowman (1990), S. Briosi (1986), S. Burke (1992), M. Contat (1991), P. Cornea (1997), T. Docherty (1987), M. Foucault (en J.H. Harari [1979: 141-160]), G. Gadoffre, R. Ellrodt y J.M. Maulpoix (1997), G. Genette (1982, trad. 1989), J. Geninasca (en M. Delcroix y F. Hallynd [1987: 57 y ss]), W. Gibson (1950), L. Goldmann (1970, 1970a), P. Jay (1984), E. Jünger (1984, trad. 1987, reed. 1996), W. Krysinsky (1977, 1989), S.E. Larsen (1984), F. Lázaro Carreter (1990), P. Macheray (1966, trad. 1974), D. Mainguenau (1981, 1990), D.E. Pease (en F. Lentricchia y Th. McLaughlin (1990: 105-120), M. Proust (1971), J.P. Sartre (1947, trad. 1985), D. Saunders y I. Hunter (1991), A. Sirvent et al. (1996), L. Stegnano Picchio (1982), I. Stengers (1991), W. Tatarkiewicz (1970, trad. 1979-1980 y 1987), P. Valéry (1974), A. Viala (1985), W.K. Winsatt (1974). Vid. los siguientes números monográficos de revistas: In Defense of Authors and Readers, en Novel, 11, 1 (1977); Der Autor, en LiLi, 42 (1981).

[4] Cfr. V.M. Aguiar e Silva (1967, reed. 1984; 1977, trad. 1980), I. Azar (1981), M. Bajtín (1975, trad. 1989), P. Bange (1984), M. Blanchot (1955, trad. 1992), M. Corti (1976), J. Domínguez Caparrós (1981, 1985, 1987), U. Eco (1962a, trad. 1985; 1976, trad. 1977; 1979, trad. 1981; 1987), J. Habermas (1981, trad. 1988; 1984, trad. 1989; 1996), W. Iser (1972, trad. 1974; 1976, trad. 1987), R. Jakobson (1981), A. Jaubert (1990), H.R. Jauss (1977, trad. 1986; 1981), F. Lázaro Carreter (1990), I.Y. Levin (1976, 1979), J.A. Mayoral (1987), G. Mounin (1969), M. Pagnini (1980, 1986), R. Posner (1982), E. Prado Coelho (1987), M.L. Pratt (1977, 1986), J. Romera (1981), S. Schmidt (1973, trad. 1977, reed. 1978; 1978, trad. 1987; 1980, trad. 1990; 1982; 1983), C. Segre (1974, trad. 1976; 1977, trad. 1981; 1979, trad. 1990; 1984, 1985), R. Senabre (1994), J. Talens et al. (1978), J. Urrutia (1992), G. Wienold (1972). Vid. el siguiente número monográfico de revista: El hombre y la comunicación, en Letras de Deusto, 38 (1987).

[5] Cfr. J.M. Adam (1992), T. Albaladejo (1981, 1982, 1984, 1986, 1989), T. Albaladejo y F. Chico Rico (1994), M. Angenot (1982, 1983, 1988), M. Bajtín (1975, trad. 1989; 1979, trad. 1982), R. Barthes (1967-1980, trad. 1987; 1973, trad. 1982), R.A. Beaugrande y W.U. Dressler (1996), E. Bernárdez (1982, 1987), H. Bloom (1973, trad. 1977), F. Chico Rico (1988), J.C. Coquet (1984-1985, 1987), J. Courtés (1976, trad. 1980), T.A. van Dijk (1972; 1977, trad. 1980; 1984, 1985, 1989), T.A. van Dijk y J.S. Petöfi (1977), J. Dubois (1978), R. Fowler (1981, trad. 1988), A. García Berrio y T. Albaladejo (1982), G. Genette (1982, trad. 1989; 1987; 1991), A. Gómez Moriana (1985), A.J. Greimas y J. Courtés (1979, trad. 1982: 409-410), M. Issacharoff (1985, 1988, 1989, 1991), C. Kerbrat-Orecchioni (1980), J. Kristeva (1966, trad. 1974; 1969, trad. 1978, reed. 1981; 1970, trad. 1974), F. Lázaro Carreter (1986), Th. Lewandowski (1982: 353-355), I. Lotman (1970, trad. 1978; 1975; 1975a), J. Lozano, C. Peña Marín y G. Abril (1989), J.S. Petöfi (1971, 1975, 1977, 1986, 1988), J.S. Petöfi y A. García Berrio (1979), F. Rastier (1974), M. Riffaterre (1979), S.J. Schmidt (1973, trad. 1977, reed. 1978; 1980, trad. 1990: 112 y ss. y 270), C. Segre (1985: 36-99 y 173-396), R. Senabre (1994). Vid. los siguientes números monográficos de revistas: Intertextualités, en L. Jenny (ed.),Poétique, 27 (1976); Théories du texte, en Poétique, 38 (1979); Text and Discourse, en Poetics Today, 3, 4 (1982);Discourse Analysis, en Poetics Today, 6, 4 (1985); Paratextes, en Poétique, 69 (1987); Les types de textes, enPratiques, 56 (1987); La construction du texte, en Poétique, 70 (1987); Les discours en perspective, en J. Geninasca (ed.), Nouveaux Actes Sémiotiques, 10, 11 (1990); Le monde textuel, en Maria Pia Potazzo (ed.), Nouveaux Actes Sémiotiques, 18 (1991).

[6] Cfr. AA.VV. (1993), R. Acín (1996), V.M. Aguiar e Silva (1967, reed. 1984), W. Benjamin (1973), P. Bourdieu (1992, trad. 1995), W. Burghardt y K. Hölker (1979), L. Dolezel (1990), R. Escarpit (1965, 1973), G. Genette (1982, trad. 1989), C. Guillén (1985), J.G. Maestro (1994), M. McLuhan (1962, trad. 1969; 1964), E. Mozejko (1979), W. Ong (1982), A. Petrucci (1977), A. Popovic (1979), S. Schmidt (1980, trad. 1990), G. Wienold (1972). Vid. los siguientes volúmenes monográficos de revistas: Media genres, en S. Schmidt (ed.), Poetics, 16, 5 (1987); La littérature et les médias, en Etudes Françaises, 22, 3 (1987); L’écrivain chez son éditeur, en Révue de Sciences Humaines, 219 (1990-1993).

[7] Cfr. la bibliografía del capítulo 3.9, y especialmente la Crítica del pensamiento literario de Hans-Robert Jauss(2010).

[8] Cfr. J.K. Adams (1985), T. Albaladejo (1986, 1989, 1992), S. Allén (1989), O. Avni (1990), M. Bal (1982), R. Barthes (1968a, trad. 1987; 1968b, trad 1970; 1984), P.L. Berger y Th. Luckmann (1968), V. Bozal (1987), L. Braudy (1970), M. Brinker (1983), C. Brook-Rose (1981, trad. 1986), J. Bruner (1988), M. Calle-Gruber (1989), R. Canary y H. Kozicki (1978), D. Cohn (1978, 1978a, 1990), J. Culler (1984), G. Currie (1990), L. Danon-Boileau (1982), M. Darrieussecq (1996), J. Derrida (1967a, trad. 1985; 1972, trad. 1989; 1974), M. Devit y K. Sterenlny (1987), L. Dolezel (1976, 1979, 1980, 1980a, 1983, 1984, 1985, 1988, 1990), C. Falck (1989), G. Gabriel (1975), R. Gale (1971), A. Garrido Domínguez (ed., 1997), G. Genette (1991, trad. 1993), C. Gentili (1984), N. Goodman (1978, trad. 1990), B. Harshaw (1984, 1985), D. Henrich y W. Iser (1981), W. Iser (1990), S. Jansen (1986), K. Kasics (1990), J. Lozano (1987), F. Martínez Bonati (1960, reed. 1983; 1978; 1980; 1981; 1992; 1995), P.J. McCormick (1988), Ch. Nash (1989), G. Navajas (1985), W. Nelson (1973), T. Pavel (1986, trad. 1988), J. Phelan (1981), J.M. Pozuelo (1990, 1991, 1993), H. Putnam (1988, trad. 1990), W.V. Quine (1960, trad. 1968; 1986; 1988), J.P. Rabinowitz (1977), S. Reisz (1989), P. Ricoeur (1977, trad. 1988; 1977a, trad. 1987; 1990a), M. Riffaterre (1978a, 1984, 1990), M.L. Ryan (1980, 1981, 1981a, 1984, 1985, 1991), R. Scholes (1968), R. Shusterman (1995), B.H. Smith (1978, 1980), M. Spariosu (1984), K. Stierle (1975, trad. 1987), Tz. Todorov (1970, trad. 1982), D. Villanueva (1991a, 1992), K. Walton (1990), R. Warning (1980). Vid. los siguientes números monográficos de revistas: History and Fiction, en New Literary History, 1, 3 (1970); Théorie des mondes possibles et sémiotique textuelle, en Versus, 17 (1977); Semiotica testuale: mondi possibili e narratività, en Versus, 19-20 (1978); Formal Semantics and Literary Theory, en Th. Pavel y J. Woods (eds.), Poetics, 8, 1-2 (1979); Narratology II: The Fictional Text and The Reader, en Poetics Today, 1, 4 (1980); Semantics of Fiction, en H. Rieser (ed.), Poetics, 11, 4-6 (1982); Reference and Fictionality, en Poetics Today, 4, 1 (1983); The Construction of Reality in Fiction, en Poetics Today, 5, 2 (1984); Possible-Words Semantics of Fiction, en Style, 25, 2 (1991); Fictionality, en Poetics Today, 12, 3 (1991); Historia, ficção, tradução e outras interpretações. Coloquio, en Letras, 120 (1991).

[9] Cfr. AA.VV. (1997), K.O. Apel (1973, trad. 1985), G. Aranzueque (ed., 1997), M. Asensi (1987, 1990, 1990a), T. J. Bagwell (1986), H. Bloom (1975, 1975a, 1978; 1988a, trad. 1991), C. Castilla del Pino (1972, 1992, 1994), W.A. Davis (1978), W. Dilthey (1911, trad. 1988), J. Domínguez Caparrós (1993a, 1997), U. Eco (1984, trad. 1990; 1990, trad. 1992; 1992; 1993a), M. Ferraris (1986, 1988, 1990), N. Frye (1982, trad. 1988; 1996), H.G. Gadamer (1960, trad. 1984; 1990, trad. 1993), M. García Carpintero (1996), C. Geertz (1973, trad. 1989), J. Greisch (1977), J. Greisch y R. Kearney (1991), H.U. Gumbrecht (1987), M. Heidegger (1957, trad. 1988), J. Hintikka et al. (1976, trad. 1980), E.D. Hirsch (1967, 1972, 1976), W.W. Holdheim (1984), F. Jameson (1981, trad. 1989), H.R. Jauss (1977, trad. 1986), P.D. Juhl (1980), A. Laks y A. Neschke (1990), E. Lledó (1984, 1987, 1992), W. Mignolo (1983a), A. Ortiz-Osés (1986), A. Ortiz-Osés y P. Lanceros (1997), M. Ravera (1986), P. Ricoeur (1965; 1969; 1975, trad. 1980; 1977, trad. 1988; 1977a, trad. 1987; 1983-1985, trad. 1987; 1990, trad. 1996), F. Schleiermacher (1977, 1991), R. Scholes (1982), T.K. Seung (1982, 1982), S. Sontag (1996), P. Szondi (1974, trad. 1991; 1975, trad. 1979; 1978, trad. 1992), G. Vattimo (1989, trad. 1991; 1994, trad. 1995), G. Vattimo y P.A. Rovatti (1983, trad. 1988), A. Verjat (1989), S. Wahnón (1991a), J. Weinsheimer (1991; 1993), G. von Wright (1971, trad. 1987), P. Zumthor (1997).

[10] Cfr. F. Abad (1982), Aristóteles (1990, 1992), M. Bajtín ([y P.M. Medvedev, 1928, trad. 1994]; 1963, trad. 1986; 1965, trad. 1987; 1975, trad. 1989), T. Bennet (1990), K. Brownlee y M. Scordilis (1987), E.W. Bruss (1976), F. Cabo Aseguinolaza (1991, 1992), E. Cobley (1988), R. Cohen (1986), R. Colie (1973), B. Croce (1902, trad. 1926, reimpr. 1946), G. Demerson (1984), J. Derrida (1980), M. Dimter (1985), J. Domínguez Caparrós (1987), H. Dubrow (1982), J. Fohrmann (1988), A. Fowler (1989), N. Frye (1957, trad. 1977), A. García Berrio (1979, 1980, 1984, 1987, 1989, 1994), A. García Berrio y Teresa Hernández (1988, 1988a), A. García Berrio y J. Huerta Calvo (1992), M.A. Garrido Gallardo (1988, 1994), M. Glowinski (1989), C. Guillén (1971, 1982, 1985, 1988), K. Hamburger (1957, trad. 1995), G.W.F. Hegel (1835-1838, trad. 1988), K.W. Hempfer (1973), P. Hernadi (1972, trad. 1978; 1981), J. Huerta Calvo (1984, 1994), H.R. Jauss (1970), D. Javitch (1988), S.E. Larsen (1984), F. Lázaro (1986, 1990), A. Lefevere (1982), B.K. Lewalski (1986), Ch.W. Morris (1971), M. Newels (1974), J.M. Pozuelo (1988, 1988a, 1994), M. Rodríguez Pequeño (1991), J.M. A. Rosmarin (1985), J.M. Schaeffer (1989), K. Spang (1993), J.P. Strelka (1978), P. Szondi (1978, trad. 1992), I. Tinianov (1973, trad. 1991), T. Todorov (1978), K. Viëtor (1931, trad. 1986), M. Zéraffa (1984). Vid. los siguientes números monográficos de revistas: Les genres de la littérature populaire, en Poétique, 19 (1974); Genres, en Poétique, 32 (1977); Poetics, 10, 2-3 (1981); Media Genres, en S.J. Schmid (ed.), Poetics, 16, 5 (1987); Postmodern Genres, en Genre, 20, 3-4 (1987); Les mauvais genres, en Pratiques, 54 (1987); Les genres du récit, en Pratiques, 65 (1990). Ténganse especialmente en cuenta las revistas Genre, dedicada a los géneros literarios, publicada desde 1968, incialmente por la Universidad de Illinois (Chicago), y después por la Universidad de Oklahoma, y Zagadnienia Rodzajow Literackich [Problemas de los Géneros Literarios ], revista dedicada a los géneros literarios, publicada en Lódz, Polonia, desde 1958.

[11] “De hecho la poética de géneros viene siendo desde el siglo XVIII impermeable a las evoluciones propias de la creación literaria y esta alarmante realidad contrasta con la sensibilidad mostrada por la denostrada poética normativa clasicista que, cuando menos, veía removidos sus cimientos por la aparición de géneros nuevos o de realizaciones revolucionarias [...]. La progresiva separación en las Poéticas entre género teórico o tipo (en la terminología de Todorov, 1972) y géneros históricos (que comenzó, como es sabido en el Renacimiento, pero que alcanza cotas muy altas desde el Romanticismo) ha acabado por generar una serie de consecuencias para la Poética actual” (J.M. Pozuelo, 1988: 71).

© Jesús G. Maestro · Introducción a la teoría de la literatura – ISBN 84-605-6717-6

Trabajo Independiente 2:

Aplicando el modelo de Helena Beristáin, adelantar un informe de lectura del siguiente texto del Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa.
Mario Vargas Llosa - Escritor Peruano Premio Nobel de Literatura

MARZO DE 1999
EXTEMPORÁNEOS


LA MUERTE DE LA NOVELA

Por Mario Vargas Llosa

A diferencia de lo que suele pensarse, la novela es un género de minorías: las mayorías prefieren el mundo de la realidad tangible, el del espacio privativo de la imagen. He ahí la oportunidad de la "novela de sofá", por cuya pervivencia está el autor, en contra de los cultivadores y explotadores de la "novela light".

No habrá sido la menor sorpresa de este viaje por las abruptas tierras de la frontera entre la República Dominicana y Haití, encontrarme con un artículo de Eduardo Mendoza, reproducido en un pequeño diario de esta apartada región, anunciando la muerte de la novela. Para alguien que lleva tres años empeñado en escribir una novela de sofá, y que ha subido hasta estas anfractuosidades cordilleranas exponiéndose a la voracidad de los mosquitos a raíz de aquel empeño, las opiniones de Mendoza sobre el estado de salud del género novelesco resultan más bien deprimentes. Sobre todo, porque su maldito artículo es bastante persuasivo.

Él se defiende de quienes lo han criticado por haber extendido una partida de defunción a la novela, alegando que su tesis sólo afecta a una subdivisión o subgénero, no a toda la especie; pero esto, en lugar de arreglar las cosas, las empeora, ya que la variante a la que se refiere, la llamada "novela de sofá", es en realidad la única que importa (la que abarca de Tolstoi a Faulkner, de Cervantes a Proust, de Balzac a Kafka); las otras, las novelas de "tumbona" o "toalla y sombrilla" —vasto universo donde cohabitan de Xavier de Montepín a Tom Clancey, y del Caballero Audaz a Anne Rice— difícilmente podrían perecer, pues nunca llegaron a vivir, fueron gestadas en series, como las hamburguesas y hot-dogs, para ser consumidas y desintegrarse en las entrañas del consumidor. 

Mendoza recuerda, con reprimida nostalgia, la época en la que la novela tenía autoridad, porque el conjunto de la sociedad veía en ella algo más importante que un mero pasatiempo: un género encargado de representar la realidad. Es decir, de organizar de manera coherente e inteligible el caos en que transcurren las existencias humanas y permitir a éstas entender el mundo al ver expuesto su funcionamiento, el transcurso del tiempo, las motivaciones secretas de los actos y las conductas, en las ficciones. En efecto, los lectores de Los miserables de Victor Hugo se precipitaron a saquear la imprenta donde se horneaban los volúmenes de la segunda parte de la novela no sólo porque estaban impacientes por saber la evolución de las aventuras de Jean Valjean, Marius y Cosette; sobre todo, porque esta omnisciente ficción les explicaba el mundo en que vivían y les daba pistas sobre qué eran y dónde estaban, algo que, antes, sólo la religión sabía hacer. 

¿Cuándo se resquebraja esa fe en la novela y se inicia la "era de la sospecha", como la bautizó Nathalie Sarraute? Según Mendoza, con esa confusa transición que se llama el "posmodernismo", que él prefiere denominar la "posvanguardia". El afán experimental se apodera del género y, en los años cincuenta y sesenta, "aquellos experimentos, encaminados a forzar los límites de las convenciones narrativas, pusieron en evidencia lo limitado de los límites y lo convencional de las convenciones". La novela pierde autoridad porque se convierte en un juego. Muy brillante a veces, que resulta en audaces pases de ilusionismo verbal y pirotecnia constructiva; pero, a esos disforzados juglares, los novelistas, se les puede conceder la función de divertir o sorprender, ya no la de hacer la vida verosímil, comprensible el mundo. 

Por ese camino, la novela, al tiempo que pierde ambición y seguridad en sí misma, se va refugiando cada vez más en la exclusiva tarea de entretener, erradicando de sus fines toda pretensión filosófica, doctrinaria o moral. Ha principiado la época de la novela ligera, que divierte sin preocupar, como un partido de futbol o un programa de preguntas y respuestas en la televisión. Ahora bien, dice Mendoza, la novela light, "forma honesta, civilizada e instructiva de entretenimiento", es la "novela que, a mi modo de ver, ya no da más de sí". ¿Por qué este desahucio? Sospecho que debido a la competencia de otros géneros de ficción, los audiovisuales, con los que la novela light será incapaz de medirse. Los primeros en reconocer su extrema indefensión contra las historias que cuentan la pequeña y la gran pantalla son los propios novelistas light, la inmensa mayoría de los cuales escriben novelas más para ser convertidas en películas que para conquistar a los lectores. De hecho, los grandes best-sellers literarios son, hoy, cada día más, los libros que han pasado ya por la pantalla, chica o grande, y recibido de ella su consagración como productos entretenidos. Esta dependencia total de la palabra respecto de la imagen es el principio del fin de la novela, y, acaso, de lo que hasta ahora entendíamos por literatura. 

El diagnóstico de Eduardo Mendoza es probablemente certero, pero, pese a ello, yo no desespero de que la novela de sofá sobreviva e, incluso, sea capaz en el futuro de dar frutos tan óptimos como en el pasado. Mi esperanza no es gratuita, se funda en el siguiente razonamiento. Aunque existe la tendencia a considerar a la novela el género literario popular por excelencia, la verdad es que siempre fue un género de minorías, aunque, sin duda, minorías más numerosas que las que leían poesía, o frecuentaban los teatros para espectar dramas y tragedias. El entretenimiento de veras popular jamás lo proporcionaron los libros, sino los circos, las ejecuciones e inquisiciones públicas, los estadios, y, en épocas modernas, la radio, el cine, la televisión y, pronto, el Internet. Por leve y trivial que sea, un libro exige un esfuerzo intelectual, una reelaboración conceptual e imaginaria de la materia verbal que a la mayoría de los seres humanos, aun en las sociedades más cultas, les divierte muy poco, mucho menos, en todo caso, que aquellas actividades o espectáculos donde pueden renunciar a toda obligación de discernimiento crítico o de co-participación creativa (algo que es inconcebible con la operación de leer literatura, aun de misérrima calidad).


No digo que esté mal que sea así; digo sólo que siempre ha sido así, y que, quienes, leyendo ficciones, la han pasado muy bien, pese, o precisamente por, la inversión de trabajo intelectual e imaginativo que ello les exige, han representado siempre un sector relativamente pequeño del conjunto de la sociedad. 

La idea de que la literatura pudiera ser el alimento espiritual de todos es una ilusión contemporánea, derivada de la repugnancia que, para una noción socialista o democrática de la cultura, reviste la noción de elite, de un público exquisito y minoritario dentro del cual surgirían y serían apreciadas y cultivadas las artes y las letras. Sin embargo, ésa es una realidad que en lo sustancial no ha variado con la democratización de la educación y la elevación de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos. Ha variado sólo el volumen de las minorías interesadas en la literatura, la música, la pintura, la danza, que es ahora mayor que en el pasado. Pero nunca ha dejado de ser una porción relativamente pequeña, comparada al todo social. 

No veo por qué no seguiría ocurriendo lo mismo en el futuro. Esta afirmación es el corolario de mi supuesto anterior, según el cual a la mayoría de la gente jamás le resultó divertido leer ficciones, pues prefería verlas representadas a través de formas mucho más triviales, que no exigían casi un esfuerzo de reelaboración intelectual. Tengo la convicción de que siempre (bueno, en nuestra época siempre es un mero sinónimo de mañana, cuando más) habrá unas minorías para las que esa necesidad de irrealidad, de salir de sí, de perderse por un tiempo equis en un mundo de fantasía, que parece constitutivo a la especie humana, jamás será suficientemente aplacada con las imágenes banales, directas, elementales, de superficie, o estúpidas, de las auténticas diversiones populares. 

La literatura light trata de parecerse a estas diversiones reduciendo al máximo los obstáculos al lector, simplificando la forma y esquematizando los contenidos de la ficción para que ésta sea digesta y amena como una comedia cinematográfica o un buen programa de televisión. Esta manera de proceder tendrá, sin duda, a la larga, el efecto contrario al que buscan sus autores: en vez de salvar para la literatura a grandes masas de lectores, convencerá a éstos de que la ficción escrita es mucho menos entretenida que la producida por los grandes medios audiovisuales de manera serial. Si hay un espacio propio para la literatura en el mundo del futuro, se definirá, no por su proximidad y parecido, sino por su diferencia y distancia, con el espacio privativo de la imagen. Es decir, estará hecho esencialmente de palabras y de fantasía, y se ofrecerá al lector como un desafío y una propuesta de colaboración intelectual, para, soñando aquél junto al autor, construir una ficción que, a la vez que redime a ambos temporalmente de las pequeñeces y miserias de la existencia real, les sirva de brújula para guiarse con más seguridad —con una visión menos ingenua y más crítica— a través de las complejidades y tumultos de la vida. Miro a mi alrededor y no veo nada que reemplace a la "novela de sofá" en esta manera soberbia de defenderse contra la miseria de esa condición humana que condena a hombres y mujeres a una sola vida, cuando desean tener mil. 

Eduardo Mendoza sugiere, citando la opinión de Ignacio Echevarría y de otros críticos, que la decadencia de la novela podría deberse a que "el sustrato último de la novela es la épica y nuestra época no produce situaciones épicas". No me convence para nada, ante todo porque no es verdad que nuestra época esté reñida con la épica, si entendemos ésta como la aventura exterior, el ser humano saliendo de sí mismo para hacer frente a lo desconocido y creciéndose, rompiendo sus límites para combatir contra los demonios y los dioses, a fin de sobrevivir. Lo cierto es que, acaso como nunca antes en el largo discurrir de la civilización, ha estado la existencia humana enfrentada a riesgos tan atroces de violencia, e incluso de extinción, como en ésta, la era de las armas atómicas y bacteriológicas y de los descubrimientos científicos y la revolución genética, que, desde los higiénicos recintos de un laboratorio, permite, por ejemplo, deshacer y rehacer cambiada lo que antes llamábamos "naturaleza" humana. Probablemente, la vida actual es más imprevisible, sorprendente, arriesgada y misteriosa que aquella, remotísima, en la que un aeda ciego cantó las hazañas de los héroes homéricos. Que no haya aparecido todavía, no me impide creer que, en este momento, un secreto deicida fragua, empeñado en una lucha mortal con las palabras de una lengua viva, una ficción que será para mi tiempo lo que fueron, para los suyos, el Ulises, Esplendor y miseria de cortesanas o Tirant lo Blanc, y que alcanzaré a leerla antes de volverme fantasma. 

Santo Domingo, 16 de enero de 1999.


Encuentro Presencial 3:

Relación Literatura-Cine.

A continuación podrá apreciar la película "El Decamerón" del director italiano Pier Paolo Pasolini, la cual se basa en la obra del mismo nombre escrita por Giovanni Boccaccio, la cual se considera una obra clásica de la literatura, en virtud de que abre las puertas del Renacimiento y sella el fin de la Edad Media.

Luego de apreciar la película, seleccione y lea al menos tres cuentos de "El Decamerón" de Bocaccio y adelante un cotejo de diferencias y encuentros con la película. Así mismo, vaya a la pestaña "herramientas para la producción textual", observe el análisis narrativo adelantado por Mark Mackay para la película "American History X", escoja lo que crea conveniente del mismo para implementarlo en la película "El Decamerón", eso sí, en el apartado del análisis de Mackay en el que aborda el esquema narrativo de Vladimir Propp, consulte acerca de las funciones del cuento maravilloso propuestas por este y relacione y explique en su análisis, cuáles de ellas se presentan tanto en los cuentos leídos como en la película.

Para acceder a la obra escrita "El Decamerón" de Giovanni Boccaccio, puede remitirse al link que aparece a continuación y hacer clic sobre el mismo.

27 comentarios:

  1. La Perla: Es una novela que está dirigida a todo el mundo y da a entender la diferencia de pensamientos de las personas, del rencor y la codicia que cobija las clases sociales.
    Entender la perla es entender la realidad en la cuál vivimos día a día y nos enseña que hay tesoros más sencillos e importantes en la vida como es el amor.

    Esteban Ríos

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  2. la perla, es una excitante obra literaria que cuenta con la capacidad de transportar al lector dentro del contexto.
    dentro de nuestros imaginarios colectivos, cabe la posibilidad de vernos enfrentados en el mundo actual, con realidades semejantes ala de kino, en las cuales se centraliza la mayor fuerza e interés común, en lo material, sin importar la perdida de los valores y los principios, de la formación recibida por nuestros descendientes, que con amor nos dieron, y mas grave aun pasando por encima de la vida humana solo para lograr objetivos oscuros y personales.

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  3. la perla

    en esta obra se ve muy marcada la discriminación por parte de los ricos hacia los pobres, en el caso de la salud, lo que a menudo vive nuestro país ya que la mayoría de campesinos o personas que viven en los pueblos y ciudades, de poco recursos muchas veces no tienen como ir al medico y este no los atiende por que simplemente no cumplen requisitos financieros o administrativos básicos, obligándolos a acudir a otros centros de atención y a veces a sufrir sucesivos rechazos que pueden culminar con el fallecimiento de la persona sin recibir la atención necesaria, ya que estos no cuentan con una EPS que les cubra sus consultas, ya que no se encentran trabajando en una empresa que le cubra la salud o por que no tienen como pagar su propia salud, esto mismo le sucedió a kino que por falta de dinero el doctor del pueblo no a tendió a su hijo koyotito, y este estuvo a punto de morir.

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  4. la perla como su nombre lo dice es una maravilla literaria,una verdadera obra de arte que mezcla sabores,colores y acciones.
    ¿como puede algo tan bello,proveniente del del seno del agua acabar con la tranquilidad,la felicidad y poner como prioridad la hambicion?
    kino es la mas viva representacion de los alcances que puede tener el hombre cuando se tiene vendados los ojos y se obtiene satisfaccion solo ante el aroma del dinero y el materialismo.
    el gran cambio de kino, su desesperacion al cuidar la perla,la alegria de no ser ivisible ante los que lo rodean,la capacidad de ser diferente solo por un objeto, las ancias de pertenecer a un estatus mas alto:la lucha de las claces sociales lo convierten en un esclavo de la perla.
    el hombre de la actualidad constantemente se ve ahogado,sofocado ante nuevas tecnologias,gentes,modas,costumbres y religiones que influyen de manera profunda en el ser humano que lo hacen ser cambiante,que lo hacen depender de "un algo" que se postra en la vida y carcome todo aquello que encuentra a su paso.
    ¿que tanto temor puede poseer el hombre?
    sin miedo a nada ni a lo que la perla implicara en sus vidas kino se interno en ese mundo deslumbrante mezclando a su familia en ese lago de lodo que empapo de suciedad su amor,su tranquilidad,su relacion dejando solo rastros de manchas que sin versen se recuerda que un dia estubieron.
    pero como todo tiene un principio y un fin,la perla vuelve a donde pertenece y deja a su paso muchas decepciones,deja vidas en ceros que tendran que volver a correr sin ningun tipo de ayuda proveniente de las aguas.

    MAIDY GOMEZ TORO.

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  5. La perla de John Steinbeck, es una clara copia de la presión que ejerció la sociedad en su momento sobre la subjetividad de Kino, quien desesperado e inseguro de todos aquellos deseosos de apropiarse de aquella perla que encuentra kino y en la que se centran todas las ilusiones y los sueños actúa de manera compulsiva ejerciendo la violencia contra Juana. En contraste a esto se vislumbra, el empleo de la violencia como una problemática social e histórica, que además está ligado al concepto del sometimiento a determinado “bien” (entiéndase este como un objeto al que se le asigna una carga simbólica de valor sentimental) al que se reúsa desprenderse ejerciendo de manera violenta su voluntad arrastrando con ello a los seres mas cercanos.

    NORA ESPINAL

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  6. La Perla: esta novela abarca varios puntos de vista y se relaciona mucho con lo que vivimos a diario, así como lo que vive kino, Juana y Koyotitio (que lo viven todo tipo de personas, de clases altas o bajas), la envidia, la codicia, el rencor, el chisme y las ganas de poder tener algo que represente la felicidad llevan a una persona a destruir vidas y acabar con la de ellos mismos; y solo por querer salir con su familia adelante y brindarles un mejor futuro.

    yaqueline quiñones henao

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  8. comienzo este artículo diciendo que La perla es una historia casi mítica. quiero subrayar la importancia que tiene el destino en la novela. Al principio de todo un escorpión pica a Coyotito. El veneno de un escorpión, nos dicen en la novela, puede ser suficiente para matar a un bebé. A pesar de que Juana ha succionado y escupido parte del veneno, los padres siguen muy preocupados por la salud del bebé, por lo que salen en busca de la perla. el encontrar la perla conduce a todo lo demás: intentos de robo, homicidios en defensa propia, preocupaciones, desconfianza y miedo, hasta que todo desemboca en tragedia, y Kino y Juana se dan cuenta de que efectivamente no se quitarían la mala suerte de encima mientras no se libren de la perla.

    En suma es, el símbolo de la imposibilidad del pobre de alcanzar un puesto relevante en la sociedad. Con preciosos objetos, mejor vida a su familia, estudios a coyotito, comodidades, sus desgracias se multiplican, pero basta que la perla se vuelta al mar para que el entorno se olvide de él, ya que no seria un peligro, ya no será el usurpador que quiere incorporarse al mundo de los pudientes. Es en este sentido en el que discurre la simbología de la obra.

    la perla es una narración intensa y conmovedora de la literatura contemporánea, una auténtica obra maestra. La historia de Kino el pescador, de su hijo Coyotito y de la perla más hermosa jamás pescada, es toda una filosofía trágica de la existencia.

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  9. la obra literaria de john steinbeck. la perla me parecio muy importante ya qye es una claro y verdadera obra que nos muestra tambien como una sociedad se viven en el dia a dia la violencia por tener cosas materiales y que como nosotros en algun momento lo podemos dar a expresar en personas de nuestro comun. tambien se muestra mucho la descriminacion de las personas de estrato mas alto hacia el bajo. para terminar nos enseña que ahi cosas mas imporyantes por la cual luchar.

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  10. Luisa cataño
    john steinbeck plasma es este libro una realidad cotidiana en este caso la historia de kino y su esposa que tratan de salvar la vida de su hijo,pero al no tener los recursos necesarios para pagar la salud de coyotito son despreciados por un medico, kino encuentra la perla y se encuentra involucrado en una historia dramática y peligrosa llena de riesgos y muerte. el libro nos muestra como las personas de clase baja luchan por sobre vivir en un mundo que el dinero prevalece mas que la propia vida, la enseñanza del libro es muy bella puesto que la felicidad de los protagonistas se encuentra en el amor por su familia mas no por la avaricia y el deseo de tener dinero.

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  11. La perla: Esta novela nos adentra en la reflexión de las diferencias sociales y su desarrollo cultural, económico, social y político.La vida de Kino refleja la realidad de personas en diversos sectores sociales que, deseosos por dasvirgarse de su pobreza se envuelven en la codicia y la avaricia hasta el punto de recurrir a la violencia; de ahí el dicho “ la pobreza genera violencia”.
    Sin duda Kino deseaba lo mejor para su familia y principalmente para su hijo Coyotito, pero era tan maravilloso y tan inusual encontrar una perla de tal figura y esplendor que su mirada se fijó unicamente en aquella materia venida de las profundidades del mar, ajena, robada; olviodando la perla que daba sentido a su vida: Coyotito, su hijo. T
    Toda la odisea que vive Kino a causa de la perla es similar a las luchas que tienen que afrontar dia tras dia personas que buscan un mejor vivir, un porvenir seguro. La evnidia, el chisme, el deseo de poder dañan la armonía de una comunidad; desplazamiento, ruina, hambre, violencia, son las concecuencias de la ausencia de igualdad, de la lucha a muerte por sobrevivir en una sociedad de animales que buscan el beneficio popio.

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  12. La perla: Esta novela nos adentra en la reflexión de las diferencias sociales y su desarrollo cultural, económico, social y político.La vida de Kino refleja la realidad de personas en diversos sectores sociales que, deseosos por dasvirgarse de su pobreza se envuelven en la codicia y la avaricia hasta el punto de recurrir a la violencia; de ahí el dicho “ la pobreza genera violencia”.
    Sin duda Kino deseaba lo mejor para su familia y principalmente para su hijo Coyotito, pero era tan maravilloso y tan inusual encontrar una perla de tal figura y esplendor que su mirada se fijó unicamente en aquella materia venida de las profundidades del mar, ajena, robada; olviodando la perla que daba sentido a su vida: Coyotito, su hijo. T
    Toda la odisea que vive Kino a causa de la perla es similar a las luchas que tienen que afrontar dia tras dia personas que buscan un mejor vivir, un porvenir seguro. La evnidia, el chisme, el deseo de poder dañan la armonía de una comunidad; desplazamiento, ruina, hambre, violencia, son las concecuencias de la ausencia de igualdad, de la lucha a muerte por sobrevivir en una sociedad de animales que buscan el beneficio popio.
    Cristhian Camilo H. Suaza

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  13. la perla
    es una novela que representa algo que puede pasar en muchas comunidades el escritor hace que la situación y el trama de la obra se pueda entender en cualquier lugar del mundo y mas que entender comprender , se asemeja mucho con la realidad actual en algunas partes del mundo.
    la perla representa los instintos que como ser humano tenemos pues esta despierta en kino, juana y los de mas habitantes del pueblo situaciones y sentimientos encontrados .es una obra literaria fácil de leer y entender pero que ala vez deja mucho en que pensar por que eso que tanto anhela cada persona en este caso la perla puede generar situaciones que tal vez no es la que se espera .
    isabel alejandra osorno tobon

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  14. Se puede observar en la perla el predominio de algunas figuras literarias como prosopografía, donde Kino describe a su esposa Juana, también se utiliza topografía entre otras figuras literarias.

    Jhon Steinbeck en la novela “La Perla” deja ver una realidad social. Esta es una novela que encierra en su trama una realidad con un conflicto socioeconómico que no es un problema exclusivo, de una época o región especifica; La falta de dinero de Kino, para poder brindarle una adecuada atención médica a su hijo el cual había sido picado por animal, es el principio de un sinnúmero de inconvenientes que se le presentan al protagonista de la novela “la perla”; así como el caso de Kino hay muchos en este país los cuales padecen está misma situación día tras. Éste problema hace parte de la realidad social de muchos países y Colombia no es la excepción ni es ajena a esta problemática y en especial Medellín, la discriminación, el chisme, la ambición y la avaricia, conforman toda una descomposición social donde se prioriza el dinero antes de la salud y éste problema es solo una pequeña parte de muchos de los problemas que conforman una sociedad corroída por la envidia y la ambición.

    Olga Pérez S.

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  15. PRÁCTICAS ADECUADAS PARA ADELANTAR LOS COMENTARIOS O ACTIVIDADES POR PARTE DE LOS ESTUDIANTES EN ESTE BLOG:

    1. Recuerde que debe identificarse claramente: Nombres y Apellidos, Curso al que pertenece y correo de e-mail.

    2. Sus comentarios deben adelantarse con base en los presupuestos técnicos de alguna o algunas de las herramientas para la producción textual propuestas en este blog. Este blog es para un ejercicio académico, en lo fundamental. De tal modo que esperamos ir trascendiendo la sencilla doxa u opinión preconciente, para erigir al estudiante como sujeto crítico de discursos sociales (Esta es la tesis general del Área de Lenguaje).

    Administración del Blog

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  16. Estados Unidos intentó anexionar a Texas en 1825 ofreciéndole a México un millón de dólares por la compra del estado, luego se elevó a 5 millones, y México rechazó ambas propuestas.

    Hacia 1834, miles de colonos estadounidenses se establecieron en Texas (en esa entonces formaba parte de México), con el permiso del gobierno mexicano. Un tiempo después, los emigrantes anglosajonas recibieron tierras gratis en este estado, por lo que a los mexicanos les parecía injusto que ellos estuvieran emn territorio mexicano con condiciones que ellos consideraban generosas, hasta que en 1845 Texas forma a ser parte de Estados Unidas con categoría de estado y ese evento desencadenó los sucesos que habrían de conducir a la guerra entre México y USA que dejó como resultado la colonización de los estados de Texas y Califrona al territorio estadounidense.

    En relación con el libro "La Perla" y aplicando el punto 2.4 del modelo didáctico de análisis del discurso de Helena Beristáin, se podría interpretar que el relato es un índice narrativo de la guerra que enfrentó México contra USA. El autor realiza una lectura hermenéutica de esos momentos que quizás se experimentaron durante ese confllicto que generó a raíz de la dominación de estados, y le da sentido en la historia que vive Kino junto a su familia, en el desenlace de la historia donde se concentra toda la atención en la joya que obtiene el indígena y, la odisea que vive por no dejársela quitar de los venteros de perlas ni de las demás personas interesadas en ésta.

    Realizado por: Cristina Álvarez Osorio
    Curso: Procesos Lectores 2

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  17. Nombre de la película
    El decameron
    Ficha Técnica
    Dirección Pier Paolo Pasolini
    Guion Pier Paolo Pasolini
    Giovanni Boccaccio (novela)
    Música Ennio Morricone
    Fotografía Tonino Delli Colli
    Montaje Nino Baragli
    Tatiana Morigi
    Escenografía Dante Ferretti
    Reparto Franco Citti: Ciappelletto
    Ninetto Davoli: Andreuccio da Peruggia
    Jovan Jovanovic: Rustico
    Vincenzo Amato: Masetto da Lamporecchio
    Angela Luce: Peronella
    Giuseppe Zigaina: Padre confesor
    Gabriella Frankel
    Vincenzo Cristo
    Pier Paolo Pasolini: Discípulo de Giotto
    Giorgio Iovine
    Salvatore Bilardo
    Vincenzo Ferrigno: Giannello
    Luigi Seraponte
    Antonio Diddio
    Mirella Catanesi
    País(es) Italia
    Año 1971
    Género Comedia / Drama / Erótica
    Duración 106 minutos

    Resumen y diferencias entre la película y los textos escritos
    La película de Pier Paolo Pasolini decameron, Está basada en el libro el Decamerón de Giovanni Boccaccio.
    En donde se cuentan 10 novelas eroticas,divertidas y contadas por 7 mujeres y tres hombres.
    La película el decameron muestra una nueva cara del arte visual, en ella no se cohíben las escenas ni las palabras, no se disfraza la realidad a la que nos vemos expuestos y que en ocasiones no hacemos visible por nuestra terquedad o temor. Se pone al hombre al total desnudo con su naturalidad cotidiana, defectos, locuras y pasiones
    La comedia que se le atribuye a la película le da un sabor aun más agradable, no se torna monótona y esto ayuda a las personas que la ven se introduzcan mas y mas en las diferentes historias.
    Hay un gran abismo entre la película y los textos de DECAMERON. Las novelas que se encuentran escritas son mucho más completas, estas a pesar de su carencia de imágenes nos lleva a recorrer mundos extraordinarios, a descubrir quiénes son sus personajes, lo que viven, lo que sienten, a vivir cada palabra en la mente como si en realidad estuviera sucediendo.
    Los cuentos se encuentran formados por exquisitas descripciones de las vivencias que tuvo cada uno de los personajes.
    Mientras que la película es muy bella, con unos espacios encantadores y unos personajes envolventes, no cuenta con la suficiente belleza que forman las letras, se pierde la escencia del papel, se pierde la capacidad de transformar una descripción detallada y hermosa sin imágenes.

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  18. Destinador
    De los personajes sabemos quienes son, que hacen y que quieren hacer gracias a su forma de con tal elegancia cada una de las acciones que realizan y las palabras que dicen.

    Destinatario
    La audiencia

    Oponentes y ayudantes
    Se muestra como puede cambiar la forma de pensar de una persona rápidamente solo por su bienestar, en el caso de la película, Tingocho es un hombre tranquilo, que no comete pecados por temor a ser juzgado en el cielo, el y su compañero de cuarto hacen una promesa en donde dicen que el que muera primero contara al otro como es el otro mundo, el amigo de Tingocho murió, cumplió su promesa y le dijo que por cometer actos carnales con la mujer indebida no le habían hecho nada, en ese instante Tingocho cambia de parecer, ya no teme y corre de inmediato a el cuerpo de la mujer prohibida.

    Los símbolos
    El dinero
    El dinero que le robaron a Alibech,un joven inocente
    El desnudo
    El desnudo que se muestra en todo el transcurso de la película es un símbolo erótico y picante
    El sexo
    El sexo que se muestra como el placer necesario para el cuerpo humano
    Las sonrisas
    Las sonrisas simbolizan la alegría que hay en cada uno de los personajes de la película, simboliza la comedia.

    Analepsis
    En la película se da la analepsis notablemente, se muestra una pequeña parte del pasado de sus personajes, en varias ecsenas se forma una especie de ola que une una parte con la otra sin ningún tipo de alteración fuerte.
    Prolepsis
    Se presentan pocas prolepsis podría considerarse una cuando en la segunda novela del libro, las mojas se ven deleitadas por el sexo que obtienen del hombre “mudo” en donde al tomarse la sitiacion agotadora para el cuerpo del hombre hospedado en el convento,el se ve a futuro desgastado y dice no poder seguir saciándolas de placer porque no aguantaría todos lo días con tantas mujeres.

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  19. INFORME DEL DECAMERON

    Las novelas cortas del Decamerón, te invita a sentarse y a afilar el oído para continuar la siguiente.
    El objetivo de esta es recrear la historia haciendo referencia a los modos de vida y de creencia de un pueblo, se centra mucho en el aspecto religioso, mostrando la cara ocultad de ella, desmantela todo el andamio de falsedades, de corrupción, avaricia, pecado y perdición de la misma; hace mención a un dicho muy popular el “lobo vestido de oveja”, mientras que en la película aparte de recrear el ambiente religioso, también opta por mostrar al mundo una época donde las personas se preocupaban por satisfacer los deseos carnales, en base a esto es muy común encontrar en las historias cuerpos desnudos, seducción, picardía, y engaños para lograr los objetivos de cada personaje.
    La cinta también te permite observar, las costumbres, las fiestas y la manera de actuar de las personas de clase baja a diferencia de la de más poder, pero de todo había para hablar.
    La edad media se destaco el arte, la necesidad de plasmar en lienzos, templos cuadros que hicieran referencia a la variación religiosa pero a la vez que diferenciara las clases sociales, el manejo del rito alrededor de las muertes, y el canto que demuestra el valor cultural e identidad de determinado lugar.
    En los textos del Decamerón, se maneja temas como la religión, y estas encierra una especie de burla hacia la misma, ya que se deslinda de su tratado moral, manifestando actos indignantes, también recrea la figura humana como el símbolo de sensualidad y erotismo, el desarrollo de estos cuentos brinda cuenta de la manera comportamental de determinada época que de inmediato te lleva a un espacio concurrente del que no se sale librado de darse por enterado de los comentarios y relatos de los demás, es como encontrarse en una plaza de mercaderes y sentarse un instante a observar cuantas historias ocurren en este tiempo permanecido allí.
    De acuerdo a los planteamientos de Vladimir Propp, podemos en el Decamerón encontrar como el común denominador el engaño, esto con el fin de llevar a cabalidad un objetivo determinado y para ello se reconoce en menor proporción la interrogación, esto con el fin de acceder a la información oportuna de la persona que se tiene en mira para el objetivo que se pretende, también se desarrolla la complicidad, el agredido en este caso da pauta y demuestra tal confianza que se vuelve cómplice de la agresión, al alguno de los personajes lograr su cometido da por sentado su victoria sobre el antagonista, de igual manera se extiende a la fechoría cuando se le hace algún tipo de daño a alguno de los personaje, cosa que también se ve en la historia de Lissabetta y Lorenzo.
    Cabe mencionar que en otra de las historias se denota el aislamiento ya que uno de los personajes se va a otro lugar para ejecutar algún cometido, de igual manera se enmienda errores cometidos por algún personaje, que en vez de ser castigado se le es honrado y mostrado como una persona magnánima, incluso heroica, llevándola casi a la santidad cumpliendo así el factor de la transfiguración.
    En la película El autor recrea en cada personaje parte de la vida y la cultura italiana, desde el pintor cuyo arte estaba muy marcado en la edad media, y los ritos que se realizaban a la muerte.
    En la edad media es de recordar que se genero una situación caótica provocada por la “peste negra” la cual incitaba al aislamiento y al menor contacto con los demás, por el temor al contagio y de alguna manera este aislamiento se veía en algunos apartados de las historias del Decamerón ya que las mujeres debían permanecer encerradas, además de esto la mezcla de culturas, con mujeres voluptuosas, la música que además tampoco se escapa de la obra ya que al empezar o al terminar se entona una melodía característica también de la edad media.

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  20. Introducción
    Los temas de análisis que genera la película, se desarrollan en varios fragmentos una serie de cuentos que plantea diferentes críticas a los prejuicios inculcados por sociedades religiosas y otras instituciones que, a través del tiempo han querido implementar un prototipo de hombre perfecto que no comete errores. También, alude a limitaciones a las que son sometidas las mujeres. El mensaje está basado en un formato comediante y burlesco reluciendo la ignorancia de algunos personajes como reflejo de la vida real.
    Las historias rompen con tradiciones y tabúes predominantes en la época, presentando al ser humano con virtudes y defectos.
    El lenguaje verbal utilizado en la película no es agresivo, aunque las imágenes emitidas tienen un alto contenido que puede generar no muy buenas reacciones, pero esto debido a la misma ideología construida por manías que la iglesia católica ha sembrado en el pensamiento del hombre.
    Finalmente, en el filme se propuso una narración que si bien, conservaba a través de los varios fragmentos una línea crítica (cohesión) y el desarrollo de ésta se desenvolvía en un mismo espacio, no era coherente entre sí, puesto que mostraba las historias en diferente orden cronológico.

    Aplicando el modelo de Análisis de Vladimir Propp

    Destinador
    Son cada uno de los personajes que protagonizan las diferentes historias y que cumplen un rol importante al momento de personificar sus personajes y el mensaje que quieren transmitir al destinatario interpretando éste.

    Destinatario
    La audiencia analítica.
    Oponentes y ayudantes
    Es una característica en común que tienen todos los cuentos de El Decamerón, puesto que las historias están conformadas por un personaje protagónico y uno que va hacia el lado opuesto a éste. Se empiezan a relacionar entre sí, pero al final uno de los dos se opone. Por ejemplo en el primer cuento cuando el joven Andreucio creyó que aquella hermosa mujer era su hermana y salió víctima de ella. Otro ejemplo se evidenciaría en el cuento de Peronella quien hace creer a su marido como si fuera el malo de la relación cuando era ella la que cometía el error.


    Símbolos característicos y destacados en la película.
    • Pueblo: Es el espacio donde se desarrollan todas las historias. Es un espacio con edificaciones similares, entonces da a entender que todas las tramas se desarrollan en ese lugar.
    • Dinero: Como símbolo de la avaricia y la ambición demostrado en el primer cuento.
    • Sexo: índice característica de la película porque es la línea de análisis que tienen la mayoría de los cuentos de la película.
    Analepsis
    Si bien, son varias historias que se llevan a cabo en un mismo espacio (pueblo), todas son contadas en distinto tiempo.
    Proplesis
    Se identifica mucha proplesis en los cuentos. A continuación presentaré algunos:
    • En el momento que Andreuccio pide que lo vuelvan a dejar ingresar a la casa y todos los vecinos terminan por decirle que se fuera del lugar. La conclusión que la audiencia observa es que le robaron.
    • Cuando las monjas vieron salir del sitio a otras dos de sus compañeras y antes de acusarlas con la superiora, una de ellas dio a entender que también podrían disfrutar de lo mismo.
    • Peronella le da a entender a su amante que ella y su marido van a bajar al sitio donde se encontraba escondido para que estuviera preparado.

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  22. En esta obra se observa una evolución original por paredes autor que representa la compleja realidad del mundo, sin superestructuras y modelos expresivos tradicionales –como la representación alegórica, la transposición caballeresca o mitológica- que, según costumbre heredada del pasado, era el filtro necesario para ennoblecer y ordenar, en el plano literario, la magnética e inorgánica realidad de lo “vivido”.

    Hablar del Decamerón es encontrarse con una realidad, cada cuento de la primera jornada describe como en la época eran ultrajados los derechos de jóvenes mujeres, como la envidia podía más que un lazo de sangra, la falta de entendimiento y tolerancia acababan con relaciones, y aunque sean esto cuentos, imaginación de Giovanni Boccaccio deben de alguna manera reflejar lo que en ese momento él, que es el autor debía sentir, vivir y de lo cual consideraba expresar. Al inicio se habla de un encuentro con la realidad, el por qué es el objetivo de este trabajo, hablar de una sociedad acabada moral, mental y físicamente, agotaba por el exceso de sufrimiento, de pobreza, por la búsqueda del bien singular y no plural. Es entonces necesario, si se compara la película con el hoy en la actualidad nadie se salva de vivir las consecuencias de los errores ajenos, de los fracasos morales, de la perdida de virtudes y valores, pues es en ese aspecto donde más debería la población de la tierra tomar un respiro, y analizar la falta que le hace un cambio significativo respecto al concepto que tiene de sus semejantes, y lo mucho que se podría lograr si se trabaja en comunidad por el bien de todos. Lo peor, lo más grave quizá para el futuro es que si se continua esta cadenas de rechazo a la diferencia, seguirá el mundo caminando por el mismo camino que hasta ahora a recorrido, el que lo lleve a su extinción, pues no se puede ser indiferente ante el hecho de que cada acción conlleva a una buena o mala consecuencia, y ¿Por qué se hace referencia sobre esto? Porque directa o indirectamente el actuar pensando en el bien propio, lleva a que se quiebren lazos de solidaridad, a que después se cree un sentimiento de poder y de aquel que no fue ayudado, de venganza y egoísmo, y esto finalmente conlleve al poder y riqueza para pocos y a la pobreza generalizada, y quizá no pobreza si no que ya el mundo.

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  23. Medellín, 06 de abril de 2011

    EL ADMINISTRADOR

    CERTIFICA
    Que la señorita ISABEL ALEJANDRA OSORNO TOBÓN, identificado con cedula de ciudadanía 1035915789 de guarne ;tuvo la obligación de laborar los días de 30 y 31 de marzo del año 2011 desde las 7:00 am hasta las 6:00 pm debido a que la empresa se encuentra entregando una importación y fue imprescindible
    la utilización de su labor.

    Este certificado se expide a petición del interesado para la institución de educación.

    Atentamente,
    JOHANN GONZÁLEZ BEDOYA
    Administrador


    Calle 18 #35-69. Int. 241 Medellín teléfonos 3003276301-3108236213

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  24. primero que todo saludos a los que visitan el blog.
    hoy solo quiero dar mi punto de vista acerca de el documento ¿porque leer los clásicos? :
    es un texto bastante interesante y me llama mucho la atención el paralelo que el autor italo calvino sobre la juventud y la madurez basándose en que cuando uno es joven no aprecia tanto la lectura osea los verdaderos clásico y cuando entramos en la madurez la lectura es la sustancia de algunos solo esto es lo quiero expresar hoy

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  25. La muerte de la novela

    El autor recuerda, con reprimida nostalgia, la época en la que la novela tenía autoridad, porque el conjunto de la sociedad veía en ella algo más importante que un mero pasatiempo: un género encargado de representar la realidad. Es decir, de organizar de manera coherente e inteligible el caos en que transcurren las existencias humanas y permitir a éstas entender el mundo al ver expuesto su funcionamiento, el transcurso del tiempo, las motivaciones secretas de los actos y las conductas, en las ficciones'.

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  26. LA MUERTE DE LA NOVELA:
    Para empezar quiero dar los pasos ----para disfrutar una novela:
    **leer y acariciar todos los detalles de esta.
    **resumir teniendo en cuenta los detalles y así poder generalizar.
    -la novela y sus tipos:
    la sofá: obra clásica de concentración la cual leemos con madurez y me recuerda el ¿porque leer los clásicos? pues cuando se lee con madurez se alcanza un alto nivel de lectura.
    la light: es clasificada best sellers y nos muestran lo que deseamos leer no sabiduría literaria
    con esta pequeña introducción es lo que queria resaltar de la muerte de la novela.
    un excelente articulo con peso de sabiduría y aporte literario en nuestras vidas

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  27. se puede apreciar que la novela adquiere un valor similar a la vida por esta razón La literatura pudiera ser lo más importante para todos pues es crea un público exquisito y minoritario dentro del cual surgen, serían apreciadas y cultivadas las artes y las letras. Aunque ya se sabe que esto no dependerá la educación ni la cultura y capacidades que puedan adquirir los individuos.
    La literatura light trata de creerse el máximo de los obstáculos al le yente, facilitando el modo y los contenidos de la novela para crear así una supuesta buena programación para la televisión.
    El texto es muy bueno como todos los que nos pone a leer de esta lectura sacare muchas cosas para mi vida diaria muchas gracias.

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